Hasta nuevo aviso
Con el estómago revuelto (las mañanitas que pienso en la Fujimori)
Por: Pedro J. Crespo Bustamante.
Hoy me desperté con un beat en la cabeza, una canción que más o menos decía así:
(batería en reggaeton) apoya levantamientos, Fujimori ya lo hizo; cierra el congreso, Fujimori ya lo hizo; se quería perpetuar en el gobierno, Fujimori ya lo hizo; envió matanzas, Fujimori ya lo hizo; quitó la libertad de expresión, Fujimori ya lo hizo; cambió la constitución, Fujimori ya lo hizo…
(redoble) ¿Bastante acaparador el Fujimori ese, no?...
Y desde ahí me loqueo. Digamos que rozo entre los nervios y la falta de cordura, porque las ideas me están pegando tanto en la panza, que tengo una diarrea de ellas. ¿Otra Fujimori presidente? Ni cagando, si su apellido es la sombra negra de nuestro pasado ¿Por qué catalogan a quien nunca nos ha gobernado como un retroceso, si Keiko es el retroceso al pasado? Ollanta, curiosamente, no es en absoluto un retroceso, al contrario, diría yo, es un progreso a nuestra libertad de escoger, al fin y al cabo los que no tenían voz ni voto se han hecho escuchar: ¿no es eso un avance en la democracia? Todos nos escuchamos ahora, y eso nos ha puesto los pelos de punta.
Mi problema no es personal con Keiko, porque el asunto en discusión no es genético. Y porque de ser así también tendría que culpar a sus dos crías que, dicho de paso, me parecen encantadores. Mi problema es con la gente que la Fujimori ha concertado para su posible gobierno (y con su padre). Una calcomanía digna del album Garbage (¿lo recuerdan?), donde salen esos viejos cacharros del autogolpe (un paréntesis para darle la bienvenida a nuestro encantador ex ministro de economía, Hurtado Miller, que le hace tan placentera justicia a su apellido) salen esas cacharro viejos a intentar mascar nuevamente algo que dejaron podrido. Y se lo arreglaron. Y todos nos sanamos, y dale que te dale…
Si Ollanta es el incurable Sida, y Keiko, el cáncer: pues no seamos masoquistas con la quimio. Ya deberíamos estar curados de ese apellido. Sería como si los chilenos tuvieran un nuevo Pinochet, y los argentinos tuvieran otro Menem (pregúntenle a un argentino lo que es Menem para ellos, y les causará gracia como se tapan los oídos y la cara de asco). No tentemos a comer el excremento que ya defecamos.
El futuro, sea como sea, ya no es para los que estamos acostumbrados a ver nuestros comentarios en el blog o fotos del facebook, ahora es del otro resto, oh sí!, del otro gran resto, que aprendió a concertar en su beneficio. No sigamos viéndonos las tabas como si creyéramos que nos vamos a quedar sin ellas. Tal vez en el intento aprendamos a ver el país desde un ángulo horizontal. Es una revolución democrática ese gran porcentaje que nos han puesto en jaque. Puta madre… los admiro.
Eso era todo lo que tenía que decir.
Cena con Víctor Raúl
Por: Pedro J. Crespo Bustamante.
Fotografía: Claudia Villaseca
Estamos en la recta final, y suman muchos los analistas que están tratando de dilucidar cuál será el resultado final de las elecciones presidenciales. Hasta el momento, van muchos editores de diarios y revistas, politólogos, sociólogos, sicólogos, catedráticos; todos han dado su opinión concienzuda y especializada del tema, sin embargo, yo, un estudiante de periodismo, quiero hacerme un espacio en esa ilustre palestra para dar mi opinión de peruano, que se adhiere en la carne de esa parte de la población que ya está harta del modelo liberal y que está contenta de que su candidato, Ollanta Humala, esté liderando las encuestas.
Agrego, para evitar malos entendidos, que me considero un liberal. Vivo con la ilusión y el orgullo de una economía en alza, me gusta estar actualizado de temas bursatiles, disfruto de la tecnología de punta y tengo proyectos de vida basados en el modelo, lo que me coloca –y lo aclararé sólo una vez– en una posición difícil que intentaré superar.
Premisa: el Perú ha estado dividido desde la conquista, cuestión que no se intentó superar en la independencia, asunto del que aún pagamos penas a pesar de que estamos a puntos de cumplir el bicentenario. Cuando vi que Ollanta trepaba en las encuestas, me pregunté ¿por qué?, en vez de escandalizarme y vaticinar el acabóse, y mi respuesta automática estuvo basada en la inequidad. El Perú ha emergido injustamente a costa de aquellos que podrían ser considerados verdaderos peruanos: esos a los que llaman de mil maneras y con los que las minorías no se suelen juntar. Hablo de aquellos que se dedican al agro, a la pesca, que se sumergen en las minas, que despiertan por la madrugada y regresan por la noche, con las manos callosas, a dejar una miseria para mantener su hogar. Son gente que la suda, sin duda, tal como también lo hace el otro porcentaje de corbata que los contrata, con la diferencia que este otro resto no acata sino ejecuta, y se ve mejor, y no tiene callos en las manos. Esa diferencia, que (para nuestra verguenza) parte históricamente de lo étnico, es mi justificación perfecta para preguntarnos ¿en qué momento se jodió el Perú? Yo se los diré: en el momento en que fundamos un país disgregado.
El peruano trabajador está cansado de eso, y por eso vota por Humala, porque también quiere tener la posibilidad de engrandecerse con el resto, de sentirse parte de ese todo, que, irónicamente, es la minoría. Lo escribió el sicólogo Roberto Lerner: “alrededor del 25% de personas quieren que les devuelvan un país que sienten secuestrado desde hace medio milenio y un 15% desean que el Perú… no sea el Perú”. Con Humala, la esperanza del Perú de los primeros, de ese 28% humalista, es que el gobierno haga juticia y los integre finalmente a un sistema que los ha maltratado. Ellos no quieren que los mantengan al margen de un crecimiento admirado internacionalmente, y que ellos desconocen, como si formaran otro Perú. Incluso, me atrevería a decir, que los politicos han logrado que a ellos no les importe el crecimiento logrado, porque no les dio beneficios, ¿y a quién le importa algo que desconoce? Por su parte, el Perú de los segundos, de los ejecutivos, es la Lima con ínfulas de Miami, donde se escuchan comentarios como “qué raro que gane Humala, porque ninguno de mis amigos va a votar por él”, y que agreden culturalmente al resto, minimizandolo hasta acomplejarlo y hacerle sentir que son incapaces de obtener oportunidades para surgir de su condición. Este mezquino grupo, es PPK para ellos, los que son felices de ser gobernados por un gringo. Ese electorado fashion de simpáticos colores CMYK, con capacidad cero de políticas inclusivas, que sólo va a seguir haciendo crecer el PBI, y que le va a importar poco los “baguazos”, “moqueguazos” y “arequipazos”, lo que sea mientras inversión extranjera siga intersada en nosotros. ¿Cómo no habría de hacerlo si, con ese modelo económico, hasta el propio cholo Toledo los ha decepcionado? Quizás hayan muchas dosis de resentimientos, claro que sí, ¿pero qué más humano que eso? Están hartos de trabajar para una burbuja que sí disfruta de los beneficios y pretende minimizarlos, llamándolos locos, idiotas y descocados por votar por Humala, cuando lo que realmente están intentado es reinventar un modelo económico fallido, coger la sartén por el mango, y exigir los derechos que en toda su historia le fueron negados.
Por eso entiendo a los humalistas, y los entiendo perfectamente; porque ellos también son peruanos y están hartos de tener que agachar la cabeza. Y es producto de este secuestro de hace medio milenio, que a ellos ya no les interesa tener que escuchar al otro porcentaje, porque ahora saben que podrán tener la oportunidad de hacerlo a su manera.
Por eso, si Ollanta Humala gana las elecciones presidenciales, no hagamos pataleta por la destrucción de nuestro fallido modelo económico, no nos mandemos a mudar, no renegemos del resto sin conocerlo: veámonos como la historia nos está pasando factura, e intentemos empezar una nueva historia tratando de mejorar por todos los medios la raíz del asunto: la creencia de que un Perú exitoso sólo puede ser alcanzado con las disposiciones de un solo grupo.
El alegre cobarde: breve análisis del cuidado de sí.
Dibujo: Renzo Alva H.
Por: Eduardo Yalán Dongo
Alfa le dijo a Beta; “Me voy a tomar todo un año sabático, porque necesito reencontrarme conmigo mismo”. Este enunciado es el axioma máximo de la generación del Siglo XXI, la máxima expresión del sentir y del creer posmodernos. Creo que lo reconocemos bien. Haber escuchado expresiones como: “necesito encontrarme”, “viajo para estar conmigo misma” (lo cual explica la temeraria suma de anglófonos en nuestro país) “lo que tú necesitas es un tiempo para estar solo, disfrutar de ti” y miles de singulares expresiones más, solo detallan nuestro modo histórico de subjetivación y sus especificas y especiales técnicas del cuidado sobre el sí propio. Generalmente esta tendencia surge por contraponer el “mundo real” (con sus hartazgos, pesadez y rigurosidad) frente al “mundo interno” (verdad, placer, foria positiva). Porque nos cansamos de vivir la realidad (o un simulacro más creíble) para querer vivir un ensimismamiento (Como lo llamaba Ortega y Gasset) que no solo enajena al sujeto del cuerpo propio sino del espacio vinculado metonímicamente con la “realidad”: Salir de viaje se convierte en la excelente oportunidad para disponer del yo.
Ya desde las épocas del viejo Sócrates se tiene en cuenta esta necesidad de apropiación del Yo, de educar al vulgo para que se aleje de sí, para que se evite el cuerpo con el propósito de obtener una verdad, cualquiera que esta sea. Conócete a ti mismo. El axioma fue la droga intelectual antigua, la substancia que aniquilaba al phatos griego (padecer) para convertirlo en idea, en un remedo metal de la vida activa. Narrativamente hablando, cuando alguien desea estar consigo mismo, tiene como objeto de deseo aparentemente al sí propio, quiere buscarse a sí mismo. Sin embargo, el sujeto no se busca a sí mismo: el sujeto no desea sino a aquello que no es, busca a eso que no lo constituye. Se entiende que la persona desea algo que no es ella misma, busca a un extraño fabricado, a un no-sujeto enajenado de una realidad determinada. La persona entonces plantea una transformación plena que revierta esta contrariedad creada, la persona quiere dejar de ser algo para parecer otra cosa, vive, en términos del enunciado del hacer, un engaño. El extraño irrumpe en el deseo y hace del que busca (el buscador) un sujeto-banalizado, provocando que se suspenda a sí mismo, que se engañe. Y lo hace sin ser consciente de ser él mismo destinador y destinatario de un saber (objeto cognoscitivo) cuya acción se basa en el hacer-creer/saber a sí mismo una “verdad” fabricada. Y por tanto, que busque, ante todo, una manipulación y persuasión constante sobre sí. Este funcionamiento de la acción (hecha ahora texto) explica de alguna manera cómo el pensamiento posmoderno de control de subjetivación “quiero estar conmigo misma”, es un mecanismo de control del yo. Mecanismo que declara no solo el alejamiento de una persona de lo material (expresado como “mundo real” -tu trabajo, tu universidad, tu casa-) y de sus ganas por vivir simulacros constantes (viajar al Sur, por ejemplo) sino que declara también cómo esta persona se encuentra en una permanente manipulación y persuasión de sí misma, en un engaño prolongado. Esto no es otra cosa que un tipo de educación mental, una retorica constante y permanente.
Salir de viaje en fiestas navideñas motivados por el hartazgo del sin sabor de la realidad, refiere también que este “ocuparse de si” anude subjetividad con verdad. Una forma de decir: “nos encontramos y seremos dueños de la verdad que habita en nosotros”. Pero, ¿Cuál “verdad”? ¿Cuál “dueños de nosotros”? Si esta necesidad de abandono de la “realidad” únicamente hace que nos manipulemos y por ende persuadamos constantemente de que existe una verdad en nosotros, queremos hacer-creer/saber que tenemos una verdad…pero ni somos docentes de verdad, ni somos fuente de placer, quizá solo seamos unos alegres cobardes.
Invasión de recuerdos: fotografía y verdad.
Tan solo un pequeño movimiento social puede ser capaz de significar una red compleja de situaciones, contextos y formas que implican toda una maquinaria de funcionamiento social determinado. Hace un par de semanas dentro de la red virtual Facebook, se inició una interesante movida por parte de los usuarios; todos, la mayoría, postergaron su foto/emblema habitual de su página de perfil para suplantarlas por un pitufo, un Gokú, una Blancanieves y un transformer, cito:
“Cambia tu foto de perfil por aquella de un dibujito animado de tu infancia e invita a tus amigos a hacer lo mismo. El sentido del juego? No ver más, hasta el VIERNES, una cara humana sobre el facebook sino una invasión de recuerdos... (POR LA LUCHA...CONTRA LA VIOLENCIA INFANTIL)”
El sentido del juego: no ver más hasta el viernes una cara humana sobre el facebook, sino una invasión de recuerdos. Ahora bien la pregunta se formula: ¿En qué sentido una foto de perfil de facebook ES una cara humana? Aquí se presentan dos tangentes del fenómeno: 1) fotografía =verdad 2) rostro humano (realidad-verdad) antítesis por antonomasia de los dibujos animados (ficción-mentira).
Se encuentra quizá una creencia social muy compleja, la relación fotografía = verdad. La relación entre efectos de verdad y fotografía como reflejo de una realidad determinada, es una polémica que estudiosos sobre el tema (entre ellos Barthes) han tratado con mucho aprecio. Recordar la foto del presunto Neil Armstrong que aseguraba la llegada del hombre a la luna, o la fotografía de Raising the Flag on Iwo Jima, que comprobó la maleabilidad del discurso histórico. Es en este sentido como se cree que la fotografía/retrato ES la realidad, ES la verdad, es en este sentido cómo el discurso devela su funcionamiento: fotografía=verdad. La relación que tenemos con la fotografía (periodística, artística) es una relación de verdad (veritas), el mismo texto lo sugiere "saca tu fotografía, saca la realidad, saca la verdad, para que vivas hasta el viernes una invasión de recuerdos, de ficción, de mentiras" Claramente no estoy en contra de la campaña, ni podría tampoco emitir un juicio moral, pero existen, en esta “campaña”, variables interesantes que delimitan patrones de estructura. Personalmente, y aquí hablo como comunicador, creo que la campaña está mal formulada semánticamente, y se resuelve en el siguiente semisimbolismo (efectiva herramienta de la semiótica clásica), partiendo de lo antes referido:
Cara humana:Dibujo Animado :: Realidad:Ficción
El rol figurativo del dibujo se cae al ponerlo al nivel de /ficción/, porque, no solo se anuda a /dibujo animado/ sino a la significación que le han querido dar: /violencia infantil/, entonces la pregunta sale: ¿Es la violencia infantil, una ficción? Si así me lo proponen, entonces no es real, porque dicho sea de paso "se acaba el viernes", entonces como no es "real", como no es "Verdad" (como sí lo es mi fotografía), no le debo tomar mayor importancia y debo más bien reciclar esta información en la mnemo-caja de lo divertido, gracioso, y temporal. Ubicar un problema grave como la violencia infantil en el terreno de lo ficcional, no solo implica un menosprecio del mensaje y de lo que el enunciador quiso comunicar, sino un evidentemente error de comunicación. Error por desconocimiento del propio funcionamiento del mensaje.
¿Por qué no votar por Fujimori? Cuerpo e individualidad.
Sorprende aun, y a veces hasta la estupefacción, lo que se puede escuchar acerca de las elecciones y los candidatos por los que, dentro de una sórdida necedad, el peruano promedio sacrificaría su voto. Sacrificaría su voto. Sí, porque votar por personajes como Fujimori (representado por su hija) es en términos estrictos, sacrificar el voto. ¿Por qué no votar por Fujimori? He escuchado que se vota por Fujimori por el hecho de que al papá de fulano le fue muy bien económicamente durante su mandato, o porque erradicó el terrorismo, o porque fundó colegios, muchos colegios, para los niños y los pobres. Lo cierto es que existe en estos puntos una suerte de problemática que no permite comprender la figura discursiva de todo esto: la maleabilidad del cuerpo y la deformación de la individualidad. Dos puntos que vale la pena retomar.
Primero, el cuerpo. Fujimori estaba demasiado interesado en la maleabilidad del cuerpo, principalmente, en el cuerpo útil, como lo llamaría Foucault. ¿Qué es un cuerpo útil? Cuando se utilizan estrategias de poder que requieren de un máximo de fuerza del cuerpo inteligible se produce el concepto de cuerpo útil. Un cuerpo que produzca, utilizable, que haga. Por ejemplo, el servicio militar requiere un cuerpo útil, la mayor disponibilidad y utilización del cuerpo. El discurso gerencial de una empresa quiere también cuerpo útil, un cuerpo del trabajador que produzca, que este activo (proactivo que se le dice) y trabaje “bajo presión”. Igualmente el colegio o los centros de educación requieren una utilidad del cuerpo, una postura del cuerpo para leer, un uniforme con el que vestirse, una forma de llevar la compostura, de sentarse. No es de extrañar, siguiendo lo anterior, que Fujimori se dedicara a construir más colegios en la costa peruana retirando el curso de literatura universal de la currícula escolar (técnicas de dominación). Ni tampoco es de extrañar que los aturdidos jóvenes de hoy (precisamente estudiantes de aquellas escuelas) piensen que su gobierno es el mejor de todos y merece que ancle nuevamente en el gobierno (cuerpo útil). Así también, cabe mencionar también el programa de esterilización de las mujeres en los andes, al control de los medios y a la creación de grupos paramilitares como principales interés del gobierno fujimorista por el cuerpo útil.
Otro punto es la maleabilidad de la individualidad. Gilles Deleuze en “Foucault” preguntaba “¿Qué le queda a nuestra subjetividad?” Pregunta perfectamente valida en nuestra contemporaneidad. Si el saber o los saberes, originados por el poder o algún estado de dominación como una tiranía política, han afectado cada vez más nuestra vida cotidiana, nuestra interioridad y nuestra individualidad, ¿Qué le queda a nuestra subjetividad? No le queda nada. Este es el tipo de individualidad que debemos de rechazar, la impuesta, la que nos impuso nuestro querido Fujimori con el control de los medios (el poder tiene su gran centro de ejercicio en la información), moldeando y sometiendo nuestra individualidad a una serie de patrones específicos. Fujimori era enemigo por tanto de la subjetividad, más aun de la intersubjetividad, de las relaciones con lo otro. El discurso fujimorista era, como toda verdad una ficción, pero una ficción que lejos de ser pasiva como la realidad misma, era concretamente perversa, castigadora, vigilante.
El despecho desconsiderado contra el cuerpo y la malformación de la individualidad son las dos razones por las que no pretendo votar por Fujimori, más allá de los soliloquios y pataleos de Keiko Sofía, más allá del libro de Montesinos, mas allá de los crímenes horrendos cometidos por nuestro querido Fujimori.
¿Saben lo que dicen?: Omar Montoro
¿Sáben lo que dicen? Javier Baraybar
Por: Eduardo Yalán
He aquí mi favorito: Javier Baraybar. Líder del movimiento independiente de vecinos surcanos, un “hombre de experiencia a tu servicio”, dueño de un no tan enfervorizado gesto. Baraybar optó quizá por una apuesta política más simplista, más clásica en lo que a propaganda política se refiere, podemos quizá proponer a un único actor (sujeto) discursivo junto con un mensaje lingüístico funcional sobre el partido, resaltando los lexemas /solidario/ /experiencia/ /servicio/ /independiente/ /hombre/. Todo perfecto hasta allí, eligió el color amarillo para connotar (mensaje icónico codificado) Lealtad, honor, unión, economía, amabilidad. El amarillo y el verde son muy útiles en este tipo de propagandas. Al parecer dentro del contexto objetivo, se puede decir que nos encontramos con una propaganda “normal”, común y corriente, no pasa nada, objetivamente hablando. Ahora bien, (otra vez la sintáctica) ¿Para quién es este mensaje? Eventualmente, somos los peruanos y, claro esta, surqueños, unos lúdicos chacoteros y picaros críticos de la rareza, y entonces nos detenemos, y confirmamos eso de que el ser humano puede conservar un número infinito de unidades de información en una fracción de segundo: ¡Boom! Aparece el apellido: Baraybar.
Hasta el menos elocuente puede darse cuenta que el nombre del candidato comienza con el prefijo /Bar/ y termina con el sufijo /Bar/. Y es inevitable situar una lectura mórbida, pícara, pero permitida al discurso del afiche. Para decirlo semióticamente, existe, detrás de la manifestación figurativa sonora de “Bar”, la existencia de un rol temático que se puede designar, con el perdón del señor Baraybar, de /borracho/ o sujeto relacionado al alcohol, así como a su opuesto /sobrio/. Inevitablemente su representación en el cuadro semiótico permite visualizar estas dos tendencias:
Y para enfatizar esto, el sema /borracho/ extirpado del lexema /bar/ se hace aun más evidente gracias a un mal empleo de la comunicación, a una mala utilización de los colores dentro de esta publicidad: El amarillo. ¡Sintaxis pura señores!, imagínense; el amarillo y blanco como fondo de un candidato (por ejemplo) de nombre Jiménez…no pasa nada. Pero el amarillo y blanco en un candidato cuyo nombre es Baraybar, inevitablemente se genera una lectura imprevista. ¿Y que tiene que ver el amarillo y blanco? Se preguntara el más ingenuo. Sin ser semiólogo o sociólogo, o psicólogo ¿Qué se vende en los bares? Tragos, alcohol ¿Qué trago en particular tiene el color amarillo y blanco? La cerveza. ¿Qué sucede cuando anudas el sema /borracho/ inevitablemente inmerso en el apellido Baraybar y pintas tu propaganda de amarillo y blanco? ¡Boom! Por metonimia, la lectura que la gente dará al candidato será la de un amante de la cerveza, la de un ebrio camuflado, la de un desequilibrado, desquiciado por el alcohol, un vicioso, un perfecto vecino al quien no se le dará voto alguno. Mala comunicación, no hubo una atención a la posible lectura que el votante le vaya a dar al candidato…Lo que sí me parece esta en cuestión es si verdaderamente el surqueño, amante de la cerveza, le otorgué un valor disfórico o eufórico a este candidato y a su inocente relación con el alcohol.