Decimos frecuentemente que los dioses son creaciones humanas, probablemente que son producto de una suma de factores sensibles originarios del hombre de forma que han eyaculado precozmente creando azarosas figuras e imágenes humanizadas y eternas. Un devoto moralista del mundo siempre agita su corazón de alegría cuando aprecia un paisaje natural hermoso, algún ambiente puro e incólume, un ambiente que (como recalcan los “éticos” modernos) pueda calmar las emociones violentas y contrarias. Pero lo más interesante de la admiración natural es que instantánea e inevitablemente una extraña y entendible relación se completa cuando se concluye alegremente a raíz de lo visto: “Dios existe” ¡ah satisfacción! ¡Ah paroximia del determinismo! Este es un momento grande, cuando el hombre da cabida al sentido de la vista, el olfato y el odio para que de estos germine el hijo sacro: Dios, sea cual fuere. Pero esta alegría panteísta no se aplica únicamente en religiosos o laicos no consagrados, para prueba de ello este humilde redactor. Cuando escuché por primera vez el sonido que ocasionó un trueno en la ciudad de Cuzco, inevitablemente pensé y lo relacione con algún sonido gutural, con algún monstrum de cielos altos, la fuerza empírica y todas las impresiones antes reclutadas así me lo indicaban; tal sonido había sido ejecutado por alguien, específicamente por alguna figura supra humana.
Los sonidos en especial contienen información que nosotros decodificamos, por ejemplo un sonido fuerte y grave contendrá información como un género sexual, color, personalidad y forma específica claramente determinada. Si relacionamos esta idea con las culturas tribales y sus mitologías respectivas, podemos rescatar información más que interesante. Por ejemplo, en la Grecia antigua, según el mito pelasgo de la creación, la tradición refiere a una única y primera diosa creadora y originaria del Caos (Eurínome). Esta caracteristica sexual/especifica de esta entidad se explicaba en el sistema arcaico inicial griego que promovía a las sacerdotisas antes que a los sacerdotes, debido a que la mujer era el sexo dominante y creador. Creo responder el porqué. En Grecia, la concepción como factor creador de vida estaba atribuida al viento, era el viento quien representaba por metonímia la gestación, el nacimiento, la vida. Ahora bien, ¿Qué información contiene el “viento” como tal? Si escuchamos la briza aguda del viento, es inevitable relacionar su sonido con el genero sexual femenino, escuchar una brisa en el atardecer es como escuchar la esencia femenina. No es extraño entonces la relación griega en Eurínome.
Ahora viremos la mirada al pueblo Madianita, creador de gran Yahveh. Yahveh era originariamente un demonio de batalla, un dios guerrero, un dios ctónico. “Yahveh era con seguridad un dios volcánico” (Sigmund Freud. Moisés y la religión monoteísta) curiosamente en el limite occidental de Egipto con Arabia (territorio madianita) existían volcanes, uno de ellos era el Sinai-Horeb, morada del Dios Yahveh. Paradójicamente la madre del cordero de las plagas de Egipto fue un volcán, el volcán de Santorini. Ahora bien, ¿qué información guardaría los decibeles graves, casi guturales y pujantes de un volcán? ¿No sería específicamente atribuidos a un hombre, de contextura robusta y de personalidad malvada, todos estos sonidos? Pensemos también en Zeus como dios del trueno, a Dionisio dios de los ditirambos (poemas cantados) ebrios, o a la diosa egipcia Amonet (simbolizada como una mujer dando de lactar a su hijo) diosa protectora que representaba al viento. Respectivos sonidos abarcan respectivas ubicaciones en la realidad.
En el Poema Ticci Wiracocha (Wiracocha era el dios supremo del politeísmo inca) transcrito por el cronista indio Joan Santacruz Pachacuti, hay un verso interesante y que en particular me interesaría mencionar, refiere entonces el poema:
Picanque (¿Quien éres?)
Mamaycanmicanque (¿Donde estás?)
Mana choricayquiman (¿No podría verte?)
Ymactan ñinqui (¿Que arguyes?)
Rimayñi (¡Habla ya!)
Esta imperiosa necesidad del hombre por querer situar al dios pensado en algún ambiente corresponde pues al reino predictivo, fútil y basto de los sentidos. Si, como lo hemos estado haciendo, únicamente nos centramos particularmente en un sonido de algún fenómeno como el del agua al pasar, o el sonido del trueno, o de la lluvia, cabria la siguiente pregunta ¿y la música, no es en si una multiplicidad de sonidos? ¿No originaria dioses? Wagner y Nietzsche serían quizá la respuesta. Cuando el filósofo escuchaba alguna composición wagneriana, este la calificaba como la segregación de una suma de dioses, de un politeísmo evidente. Esta sensación era tal que Nietzsche denunciaría y reclamaría después a Wagner esta perdida en su música. Si la composición musical de finales de inicios del siglo XIX ocasionaba un politeísmo inadvertido, entonces ¿se podría explicar la “muerte de Dios” datada justo en la ilustración (inicios del siglo XIX)? Si esto es verdad, es decir, la composición musical como productora de sonidos, que contienen a su vez información, ¿entonces, no es lícito advertir que con el desarrollo de la tecnología de artefactos musicales como el mp3 se estaría fomentando no solo el aislamiento individual sino la creación de una multiplicidad de dioses? ¿No estamos olvidandonos acaso de los sonidos únicos? ¿de los dioses únicos?
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