Gómez Suárez de Figueroa, como se llamaba realmente el Inca Garcilazo de la Vega, se entregó a las letras luego de naufragar en el intento de reclamar herencia en España, tras la muerte de su padre, un Corregidor del Cuzco. Este había muerto sin siquiera haber legitimado su paternidad y fue por ese motivo que el Inca tuvo que ingresar al ejército español para sobrevivir en ese país, tan mezquino con las nuevas razas que consideraban de menores. El mestizo luchó contra los moros en una guerra que no le pertenecía. Luego, dejó el fusil por la pluma. Y fue en 1609, que publica sus “Comentarios Reales”, como una magistral manera de agradecer a la patria y a sus parientes maternos sus queridas raíces. En especial a su madre, Palla Chimpu Ocllo, bautizada como Isabel, una mujer fuerte que descendía de la nobleza incaica.
“Los Comentarios reales” constituye no solo un conjunto de datos históricamente invaluables sobre el legado cultural de Tahuantinsuyo, sino uno de los primeros símbolos del mestizaje que tanto admiramos y admiran. Sí, ese mestizaje que nos convierte en criollos. Esa raza que idolatra al cevichito y al cau cau, del eterno sufrimiento por el futbol borrachoso, de la Pilsen en la esquina después del partido dominguero y del te prometo que mañana te pago. Son 400 años que un escritor, que como nosotros tiene de inga y/o de mandinga, escribió los cimientos intelectuales de nuestra curiosa realidad. Él escribió la primera apología al peruano en sus años nacientes, poco antes de la independencia. Recuerdo cuando menciona en un capítulo esa bebida de jora, que tanto gustaba a los indígenas, llamada Chicha. Recuerdo que al inicio hablabamos de los aniversarios...
Ahora, ¿se animaron para brindar?...
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