“Si una tecnología entra, ya sea desde dentro o desde fuera,
en una cultura y da nuevo énfasis o ascendencia a uno u
otro de nuestros sentidos, el equilibrio o proporción queda
alterado. Ya no sentimos igual, ni nuestros ojos, oídos y demás
sentidos permanecen igual.”
Marshall McLuhan – La Galaxia Gutenberg
Resulta tan excelso como raro (como decía el buen Spinoza) encontrar un entendimiento dentro del cambio cultutal de nuestra realidad moderna, encontrar dentro del follaje y el rameado psicosocial factores y fenómenos afectivos que no se encuentren vinculados a las ideas o a las creencias individuales y/o colectivas. Preguntarnos acerca de los efectos ocasionados por los cambios sociales es positivo e integrador: preguntarnos sobre el por qué de estos cambios es aun mas ilustre e integrador. Ahora está la cuestión, ¿Cómo analizar estos fenómenos afectivos o mejor aun, como explicarlos? La tradición psicológica nos devela dos pensamientos muy vinculados y a la vez desvinculados a las emociones; ambas se unen, ambas son indiferentes.
El primero de estos pensamientos, y cronológicamente iniciador del estudio de la naturaleza humana, fue representado por David Hume, filosofo escocés. A los 26 años de edad, Hume publicaría su “Tratado de la naturaleza humana” libro poco bien recibido por la crítica erudita. Ahora bien, ¿Qué sucede con Hume?, ¿Porqué tan importante? Bien, el filósofo fue uno de los que se abocaron al estudio de las ideas y los sentidos en una época donde predominaba pregonar Verdades inmutables y alabar a la vocinglera filosofía racionalista. Lo interesante en Hume es una idea que me gustaría señalar; el filósofo creía que existía una interrelación entre ideas e impresiones, llamando ideas a los recuerdos reclutados de experiencias humanas, e impresiones a las experiencias mismas (ejm. Ayer me fui al zoológico; idea: el recuerdo del león / impresión: el momento exacto cuando lo vi). El cerebro humano es un almacén de ideas que –según Hume- se asocian durante otros procesos humanos como el sueño. ¿Suena familiar? Si, suena a Sigmund Freud. ¿Qué dice el padre del psicoanálisis con respecto a esto? Freud sigue una larga tradición que divide la razón de la pasión así como se divide la mente y el cuerpo. Freud creía, al igual que Hume, que existían ideas que eran el reflejo de impresiones, pero que estas ideas se encontraban divididas entre el yo y el ello, entre el lado consciente y el respectivo inconsciente. Las emociones –según el psicoanálisis- son efectos de ideas claras o reprimidas. Freud aseguraba: si se encuentra emoción como efecto, entonces se puede asegurar que existe una idea o creencia que la alimenta, esta idea puede estar refugiada o en la clara consciencia o en la negrura del inconsciente.
Todo muy bonito hasta aquí, ahora, ambos pensadores (Freud y Hume) aportan un análisis muy claro, sin embargo ambos son descuidados en el tema de las emociones. Uno –Hume- por un lado sugería someterse a la tranquilidad de pintar un cuadro para ahogar una pasión poderosa, otro –Freud- se dedicó tan poco a las emociones como se dedica un semiólogo a la ética. Sin embargo, el fenómeno queda bien planteado por ahora: las emociones son el efecto de una creencia. Ahora bien, ¿podemos sugerir que, al igual que el individuo tiene creencias, existen creencias colectivas que nos vinculan según la cultura a la que pertenecemos a emociones determinadas? o, para ser más brioso, ¿existen creencias correspondientes que estriban en los cambios culturales mundiales? Hagamos una lluvia de ideas, señalemos algunas creencias culturales: creencia griega del héroe como sujeto redentor, creencia egipcia de la vida más allá de la muerte, creencia maya del sacrificio, creencia racista del nazismo, creencia democrática del capitalismo, creencia del honor de la cultura oriental, creencia de la inmediatez en nuestra cultura virtual. Estas ideas o creencias de alguna u otra manera, tarde o temprano, advertida o inadvertidamente, despiden el hedor de una pasión incolora, de una emoción detectada; cada creencia señala una emoción, una pasión, un padecer (pathos), o una vivificación de la potencia de obrar.
Ahora, lean el epígrafe a este artículo: el señor Mcluhan, ávido visionario, nos sugiere una propuesta muy interesante. ¿Es posible afirmar que cada cultura o cambio cultural (de los tres reconocidos) posee una creencia y por tanto despide una emoción colectiva? ¿La edad tribual, la edad platónica y la edad sensible –nuestra edad- han tenido sus propias creencias e ideas, y por tanto han forjado sus diferencias emocionales la una con la otra? ¿Si esto es así, como señala Mcluhan, podemos afirmar que cada cultura en la medida en que ha tenido su creencia e idea propia, ha limitado a sus sentidos, o –para hablar como Hume- a conspirado en contra de sus propias impresiones? Expliquemos un poco esta idea. Si hoy en día, en nuestra cultura sensible (cuya causa es la tecnología virtual), las impresiones de la realidad se refieren a una inmediatez que las personas demandan, a una heterogeneidad de pensamientos, a un aislamiento físico de la realidad, a una necesidad de subjetivar la opinión, entre otras, se puede afirmar sin temor a equivocación que estas impresiones generan una idea de la sociedad y de la misma cultura en el individuo, y que esta idea a su vez produce una emoción determinada en el mismo, entonces ¿estamos hablando de las mismas emociones de hace lustros o incuso de hace algunos años? Además, como dice McLuhan, ¿no estamos limitando a nuestros sentidos e impresiones cuando los enfocamos solo en medios determinados de la tecnología (TV, computadora, radio, etc.)? ¿y si limitadas, fuertemente desarrolladas? Luchamos con espadas como la edad tribual, reprimimos a las pasiones como la edad platónica, somos un hibrido único e indistinto de emociones, somos el resultado de algo nuevo y listo para ser analizado. Las emociones han cambiado, ¿listos para algo nuevo?
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