Resiliencia en la infancia Andina: Bases para la educación afectiva.

Por: Eduardo Yalán Dongo
Fotografía: Diego Miranda
"No obstante, la emoción es el fundamento
de lo racional y el campo donde se construyen
las conductas y el lenguaje, donde
efectivamenteaceptamos al otro como legitimo.
Es decir, la emoción es el campo que hace
posible la convivencia y la democracia."
(Teresa Tovar: sin Querer Queriendo;
Cultura docente y género)

Es inevitable, cuando hablamos de infancia andina, no dejar de mencionar la mala educación que esta recibe por parte de los agentes del estado y porque no, quizá de entidades privadas. Sabemos de ante mano que la infancia en sí es sinónimo de educación, que la educación a su vez es trabajo, y el trabajo finalmente es economía (pobreza o riqueza). Sin embargo, siguen los problemas sobre la educación en estos sectores principalmente en Ayacucho, Huancavelica y Apurímac y subyace nuevamente la pregunta de los más exacerbados: ¿Qué sucede con la educación en el interior del Perú? Sin embargo, es más acertado preguntar ¿Cómo miramos a la infancia andina? Existen pues sujeciones que limitan a la infancia andina y una de ellas es la postura adultocentrista/urbanizada que inevitablemente se cuela dentro de las soluciones políticas, educacionales y, también, dentro de las cognitivas, del imaginario popular.

“Pobre niño, no tiene infancia” se refieren quizás las personas urbanizadas cuando ven a un niño andino con responsabilidades tales como ayudar a su padre en las tareas del agro, o criar a sus pollitos. Pero el primer error es que atribuimos las características de la infancia urbanizada, (ese proceso numerado) a la infancia andina. El infante citadino es un número y solo el número (la edad simbolizada) le dará responsabilidades democráticas dentro de una política supuestamente abierta, creemos con esto que la infancia en sí esta contenida dentro de este primer y minúsculo concepto. Pues bien, la infancia andina es una infancia oral, que cree en las responsabilidades, que estima la relación con el medio ambiente, que no tiene una figura paternal claramente fijada, y que esta sometida, claramente, a la resiliencia. La propuesta educativa, entonces, no tendría que enfocarse bajo fundamentos que promuevan el intelectualismo y la racionalidad, sino la educación afectiva, el tipo perfecto de educación que les posibilitaría administrar sus decisiones dentro de un ambiente democrático. Los afectos son más próximos a la resiliencia y a la cultura oral que los procesos de tipo racional y escribalizados.

El educación afectiva que se transmite a los niños en los andes se basa en la inteligencia emocional de Lawrence Shapiro y David Goleman. Sin embargo, como ya se ha mencionado anteriormente en este blog, la inteligencia emocional parte de una base racional/escribal, lo cual impide una optima penetración en terrenos orales o electronales. Se enseña a los niños sobre la empatía, autocontrol, simpatía, cordialidad, amabilidad y respeto, valores poco recomendados para la resiliencia, es decir, para la adaptación a un ambiente “animalizado”. La educación afectiva por tanto no debe apuntar a una sistematización del autocontrol y el sometimiento racional, no se debe apuntar a desarrollar la capacidad cognitiva, sino a dotar de dominio afectivo dentro de un ambiente determinado al sujeto, en este caso al niño. ¿Cómo? La educación afectiva debe apuntar al reconocimiento de las emociones por parte de los niños, desarrollar tareas y talleres (juegos, actividades) de autoestima, creatividad, identidad, humor, convivencia y expresión emocional. Esto, con el fin de ser mas directos y precisos con el objeto de estudio ha analizar: La infancia andina