La mañana que me fotografié con Vargas Llosa

Por: Pedro

La adormecida mañana dejó de ser somnolienta cuando sentí los primeros murmullos. Rostros curiosos y vistazos expectantes me guiaron hacia el Centro de Información –un neologismo apológico a la tecnología sobre lo que algún día fueron las bibliotecas. Su nombre se repetía en crecento, y eso estimulaba la conmoción del alumnado curioso. Se me quitó el sueño. Antes de introducirme al tumulto, tuve la brillante idea de comprarme alguna  novela suya. Paso ligero hacia el minúsculo puesto de venta de libros: el Libum. Pregunté por alguna novela de Vargas Llosa. Cualquiera que sea, por favor. Quiero que me la firme.

Ante la paciencia del empleado, decidí darme una vuelta por la tienda para obtener mi obra: contabilidad, economía, lingüística, gestión, administración ¿dónde está literatura? ¿Dónde se escabullen las novelas en esta selva liliputiense de empapelados?

-          Señor, no tenemos lo que busca.

Volteé. A mi lado, un inmenso estante de todas las obras publicadas por la editora de la universidad, obviamente, con David Fischman como abanderado. (Hasta antes de la edición, bajo estas líneas, había una crítica extenuante sobre la falta de tino en la logística literaria del mercado de libros en la UPC).

-         ¿Está seguro qué no tiene ni una obra de Vargas Llosa       -repregunté esperanzado- la que sea. Le estoy hablando de Mario Vargas Llosa.

-          No señor –y prosiguió con su martilleo al teclado.

-          La puta madre.

En medio del sensacionalismo, y con el hígado revuelto por no tener novela para autografiar, rostros conocidos me confirmaron que se acercaba. Mario Vargas Llosa en persona. Me pasaron en mente rápidas polaroid de sus personajes: Santiago Zavala ofuscado en la Av. Tacna, “Pichulita” Cuellar humillado a 120km/h por la Costa Verde, Pedro Camacho narcotizado en algún jirón del centro de Lima, la Pies Dorados desnuda sobre mi cama de dos plazas, y tantas otras que me obligaban a putear al vendedor de Libum. Y de pronto, él. Y de pronto, ¿pero qué le digo?

Estaba con un terno negro y camisa blanca a rayas. Llevaba sus gafas de incógnito en la mano, y un ejemplar de nuestro pasquín universitario. Su cabello se lucía blanco oro, con la típica raya al lado izquierdo y el mechón cubriendo con cautela sus también blancas cejas superpobladas. Saludó con ímpetu, sin poder ocultar cierta impaciencia por tanto estudiante emocionado de verlo. Extendió la mano a algunos, mostró sonrisas y palabras como “cuantos rostros”, “hola muchachos”, “rapidito que estoy apurado”. Venía con serios administrativos detrás y nuestro impecable rector como anfitrión (paso franela). Se dio unos minutos para compartir alguna apreciación, algunas fotografías. Al fin supe que preguntarle. Ya tenía un par de preguntas en la punta de la lengua.

La noche anterior había estado en el teatro Británico para ver su último trabajo en dramaturgia: Al pie del Támesis. Definitivamente, un desenlace inesperado. Así que decidí de antemano compartir mi percepción de su obra y lo hice. La tomó con cautela, acostumbrado a los elogios. Solo lamento no haber sido lo suficiente suelto para poderle decir aquellas cosas que ahora catalogo de indispensables. Todo quedó en un “me gustó su obra, señor Vargas Llosa”, “un final inesperado”. La lengua me traicionó; así como los nervios, la audacia y la hombría.

Un previo acuerdo con una amiga concretó la foto: premio consuelo que me animó. Sin embargo, aún creo que hubiera preferido una firma dedicada a su humilde servidor, señor Vargas Llosa. Lo vería con entusiasmo en cualquier libro que de vez en mes me animaría a observar: un saludo para ti,  empleado de Libum, eres un bastardo (aunque sepa que tienes poco que ver). Desde aquella mañana, sentí que la oportunidad quedó desperdiciada. Uno de mis escritores vivos preferidos quedó en lo superfluo de las fotos sonrientes y los comentarios cojos.

Solo me queda decirte que para la próxima oportunidad estaré más preparado, Mario. Ahora, tengo varias preguntas puntuales que sé te interesarán contestar. Cargaré con tus novelas en mi morral, y si me vuelvo a encontrar contigo, Vargas Llosa, nada me evitara preguntártelas.

Inteligencia emocional, criticas y cultura sensible

Por: Eduardo Yalán
Fotografia: Claudia Villaseca
"Pero nadie puede hacer nada contra los sentimientos,
ahí están y escapan a cualquier censura.
Uno puede reprocharse tal acto, tal palabra pronunciada,
pero no puede reprocharse un sentimiento,
simplemente porque no tiene poder alguno sobre él."
Milan Kundera – La identidad

Hace poco inicie la lectura de un libro publicado el 2006; Inteligencia Social (Social Intelligence) segunda parte del libro Inteligencia Emocional, ¿el autor? David Goleman. “Un libro revolucionario” tacha la portada y socarronamente titula mas abajo: “La nueva ciencia para mejorar las relaciones humanas”, así como esos libros de autoayuda. Pues bien quisiera acometer blandas criticas hacia estos libros que, no cabe duda, son el arma ha blandir en el imaginario popular y que sirven para la justificación de muchos fenómenos emocionales.

No le quito merito a Goleman, trató a la inteligencia emocional como una ciencia vulgarizada para que cada ser pueda acceder a ella, eso es bueno. Y es bueno porque nuestra tecnosfera exige a nuestra sociosfera un replanteamiento sensorial y afectivo, era necesario vulgarizar la pseudo-ciencia de las emociones para satisfacer no el deseo, sino la necesidad de las personas de nuestra actual cultura por entender sus emociones. El éxito del libro se debe a esto, la teoría aterrizó en una cultura perfecta y compatible con este tema, las personas necesitaban entender lo que durante lustros fue prohibido comprender.

Pero pese a este logro, la inteligencia emocional asienta sus fundamentos en terrenos fútiles, pantanosos, sintiéndose a cada momento de su lectura como las palabras están tambaleándose en un umbral cultural; entre lo platónico (racional-cultura antecedente) y una cultura sensible (emotiva-cultura actual), indefinible. Por ejemplo, “controlar las emociones para generar empatía con los demás” o “cuando sientas una emoción negativa adecua a las facciones de tu rostro, ya que como sabemos lo corporal externo determina a lo emocional interno”. Ahora, ¿Que pretensiones tenemos nosotros, el vulgo consumista, para reprimir nuestras emociones únicamente para generar empatía? Algunos estudiosos de nuestra cómica tecnosfera insinúan que al poseer rasgos de una cultura oral, nuestra necesidad de “llevar la fiesta en paz” (empatía) es latente. De aquí que en relaciones amorosas nos esmeremos en el romanticismo eterno o que por ejemplo a pesar de ya no ser cristianos, persistimos en la idea de un Dios que nos eternizara la vida. Sin embargo, nuestra empatía es diferente, si bien tenemos características orales, también las tenemos escríbales, siendo un hibrido nuevo de cultura: ahora nos escondemos bajo el internet para acabar las relaciones amorosas, ahora no dudamos en enojarnos hasta con nuestro jefe, ahora, quizá, tengamos mas disposición que antes para explotar afectivamente: somos un hibrido de pesimismo y de esperanza.

La inteligencia emocional y social es un buen comienzo para vulgarizar la ciencia afectiva (psicología) sin embargo esto no subsana el error de analizar a las emociones humanas aun desde perspectivas de culturas pasadas. La empatía es una solución de la “old school” psicológica, si se quiere decir así, es una perspectiva reactiva, temerosa y aislada; dejar para que otro sea. La inteligencia emocional incita una represión subrepticia, a pesar que el autor diga lo contrario (y sínicamente lo dice como un obiter dictum). Lo que ha hecho la inteligencia emocional es hacernos dispuestos a dar la otra mejilla cuando nuestra cultura propensa lo contrario, es inocularnos de autocontrol cuando nos motiva lo dionisiaco, es continuar llamando “malo” a la tristeza y al odio y “bueno” al amor y a la alegría cuando no “sabemos definir lo que sentimos”, no sintamos nunca desprecio por nuestras emociones, porque lo hacemos cuando decimos: “me porte mal con respecto a…” o “antes de actuar debo pensar” o “controla tu físico para controlar tu emoción” o “explico la acción biológica de la emoción y salto en un pie por este descubrimiento” o la zalamera: “tranquilízate”, debemos de amar y aprender a amar a las emociones, debemos de comprender al sistema emotivo y no vulgarizarlo con percepciones pasadas, debemos..¿Quien debe? Los educadores deben, los psicólogos, ellos son los agentes educadores ahora, estén dispuestos a enseñar y estudiar el cambio.

Como dice Spinoza: “la naturaleza de cada pasión debe ser explicada necesariamente de tal modo que resulte expresada la naturaleza del objeto por el que somos afectados” (Parte tercera. Ética demostrada según el orden geométrico) La tecnósfera (ese objeto por el que somos afectados) explica a nuestra cultura (a nuestros afectos) si sabemos que la tecnosfera ha cambiado conforme la historia, y sabemos que las emociones son culturales, entonces, es necesario replantear nuestra psicología de las emociones, nuestros conceptos mas básicos como el de la inteligencia emocional, el cambio ya se dió, ahora analicémoslo.

Soñar no es perder el tiempo

Por: Pedro

Oscar Corcuera  me recibe en la comodidad de su estudio, en el segundo piso de su hermosa casa en San Miguel. Tiene un inmenso ventanal desde donde se ve un parque verdisimo cubierto de palomas inquietas. Tengo referencias asombrosas de su obra y su vida; sin duda, es, de lejos, uno de los más insignes artistas de nuestra cultura andina. Pero no solo se le puede reconocer como el consagrado pintor de lienzos que es, sino tambien como muralista, compositor y poeta, oficio que comparte con su tambien reconocido hermano Arturo. Ha creado en su obra matices que, desde sus inicios, han colaborado promoviendo la peruanidad, dentro y fuera del país. Cargó con sus cuadros a ciudades como Santiago, México DF, Río de Janeiro, La Habana, Madrid, Budapest y Nueva York. Hoy me presta unos segundos de su tiempo...

Dicen que el arte es parte congenita del humano y qué todos, sin excepsión, tenemos pizcas de artistas…

Es verdad. Yo nací con el arte en el alma, pero tengo la her­encia paterna. Mi padre era pintor, poeta, escritor, narrador, orador, periodista. Él no tenía escuela pero sí mucho talento.

 Si tuviera que conceptuar su obra, ¿de qué manera la calificaría?

En realidad, yo a mi obra la hago muy espontáneamente, sin pretensiones, sin ínfu­las de figuración. Me gusta que mis obras hablen por mí, que la gente diga si vale o no, que ellos se hagan un juicio.

Sin embargo, la califican de neo-indigenista…

Bueno, yo la califico de expresionista. Algunos me dicen que vengo de los indigenistas, y que soy un neo-indi­genista. Pero yo me ubico dentro del expresionismo.

A veces, me sorprendo con mi propio arte, porque mi pintura es tan variada. He incursionado por todo los caminos de la pintura: expresionista, realistas, figurativa, abstracta. Es decir, ¿qué es lo que no tengo? Muchos que han visto mi pintura, piensan en mí como alguien que pinta cholitas, pero si vienen acá verán que no es así. Mi pintura puede ser hasta un poco desconcertante.

El arte expresionista se define por el realce o la deformación de la realidad. ¿Considera su expresionismo  

como una forma de protesta a nuestra realidad?

Cuando fui a EEUU, me detuvieron en el aeropuerto y me preguntaron si era político. Le dije que no, que era pintor; que viajaba por los países del mundo para presentar mi obra como un mensaje del Perú. Le dije, si tiene mensaje político, son ustedes los que tienen que calificarlo. Pero en todas partes ven en mi obra un mensaje político. Cuando hice un mural en el Colegio Hipólito Unanue de 18m2, pinté a un hombre con sombrero, con las mangas dobladas. Me dijeron que la gente no venía de esa manera, que la gente venía en corbatita para ver al director. Le respondí que no, que los pobre no tienen para eso, que los pobres se presentan como lo que son, y para ellos es mi mensaje. Me dijo que me tildarían de co­munista. Que me califiquen como sea, en buena hora. Luego consulté a un gran amigo, sobre este prob­lema, y me dijo que deje el mural, que no mueva nada, porque en el gobierno son tan cojudos que ni cuenta se dan del mensaje. Y así de diferentes man­eras encuentran un mensaje en mi obra.

Las artes nos diferencian de las criaturas menores, lo que interpreto como un recurso que nos une. ¿Considera que el arte nos une?

El arte une a los hombres y a los pueblos. Si desde los colegios desde primaria, se orientara en el campo del arte, tuviéramos mejores ciudadanos, más lim­pios, más honestos, mas honrados, porque el arte eleva. Uno nunca debe dejar de soñar, debe hacerlo perma­nentemente. Soñar no es perder el tiempo, yo lo he hecho todo a base de ser un soñador.

  ¿Usted que busca enseñar con su arte?

Quiero dejar un legado de amor al arte, a la juventud, a los niños. Las personas siempre tienen que estar li­gados al arte, eso los enriquece, los tranquiliza. Goza, admira, critica, pero siempre el arte es un alimento para el espíritu.

 

Ahora que estamos en su estudio veo que su trabajo es riguroso y bastante numeroso, ¿se toma descansos?

No, yo sigo trabajando, creando, escribiendo, sigo pintando y sigo componiendo, una locura. Yo cuan­do analizo mi trayectoria, me pregunto ¿que soy? ¿Porque hago tanto? Pero estoy contento porque me he realizado en lo que me gusta. Gozo con mis canciones, con mi poesía, con mi pintura y con mis murales, que se han hecho bastante.

 

Dicen que hay veces en que un artista debe morirse para que su obra sea reconocida…

Uno tiene que morirse, no hay otra forma.

 

El Mundo de los Sentidos


Por: Eduardo Yalán

“Lo que la cultura hace, pues es extraer
nuestra común humanidad de nuestra
individualidad políticamente sectaria liberando al
espíritu del mundo de los sentidos,
arrebatando lo imperecedero a lo contingente
y obteniendo unidad de la diversidad.”

Terry Eagleton - “La idea de Cultura”

Madurar una idea denota tiempo y paciencia, denota cariño y también mucho odio. Este sentido es el que me conduce a un análisis de una realidad compartida, un análisis que desea madurez y necesita paciencia y, a pesar de la terrible negligencia acaecida por la cultura antecedente, necesita de mucha critica. Refiero aquí el tema que siempre discuto con todos mis amigos: El Mundo de los Sentidos. Deseo tan solo ahondar un poco mas en este análisis cultural, y de paso, explicar (con esperanzas de una retroalimentación) esta mal llamada “teoría” sensible.

Pues bien, todos poseemos emociones, nos pertenecen como la vida le pertenece a la muerte (y viceversa), y no dejamos de admirarlas (en el caso del amor) como de aborrecerlas (tristeza). Sin embargo, si observamos un poco, encontramos mucha valoración en nuestras emociones; las tildamos de “malas”, las etiquetamos de “buenas”, las llamamos repulsivas, entre otras denominaciones. Lo que se sostiene pues es que estas etiquetas axiológicas no son introducidas por nosotros, sino por causa de un ente exógeno; por la cultura. Las emociones (como decía Lutz) pueden entenderse como fuerzas que nombran, justifican y persuaden de un logro social más que individual: un producto emergente de la vida social. Asimismo, muy aparte de esta acotación, es necesario saber también que las culturas complejas han mutado a paso veloz es decir, las culturas han venido desarrollándose conjunto con el hombre, esto debido a que su tecnósfera cambió constantemente (ejemplos claros son la palabra hablada, la escritura y la tecnología informática) Ahora bien, si reconocemos que tanto las valoraciones como las mismas emociones en si son propiedades culturales y que las culturas han cambiado a lo largo de la historia, podemos afirmar cientificamente que nuestras emociones no son las mismas que las emociones de las personas que vivían en culturas antecedentes. Es decir, al cambiar las culturas cambiaron las emociones, afectos, pasiones y demás conceptualizaciones referidas al sentimiento y percepción humana.

Fijémonos bien, nuestro amor propio actual (emoción característica de nuestra cultura según Elena Pulcini), no es igual ni al narcicismo freudiano ni al amor a si mismo de sociedades orales. Tampoco nuestra ira o cólera modernas son comparables a la ira/cólera de la ilustración o al “Cholos” o “memis” griegos. El punto es que se esta interpretando (en el lenguaje cotidiano) a las emociones de manera inadecuada, se esta cometiendo una negligencia emocional en la que se ve implicada no solo la represión de los afectos y pasiones, sino que funciona tambien como coerción en el “Yo” y el “”: el humano en si y para si. Esto es, el comportamiento humano se encuentra mal analizado, no solo por las personas acientíficas, sino también por los mismos hombres de ciencia, como los psicólogos, principales estudiosos de las emociones. Sin embargo, nace una oportunidad para comprender el fenómeno emocional gracias al estudio de otras ciencias aparentemente desentendidas de la psicología. Partiendo de Alvin Tofler y de estudios semiológicos diversos, se puede trifurcar a los cambios históricos sin temor a dudas de acuerdo al plano psicológico: Edad tribual, Edad platónica y Edad Sensible o “Mundo de los Sentidos” se convierten entonces en punto de partida para el análisis de las emociones.

Existe con todo esto un desconocimiento de nosotros mismos y de nuestro ambiente social, de las características que posee este mundo de los sentidos, y del comportamiento humano moderno. Se desconoce la presencia de un cartesianismo afectivo inconciente, de dialécticas negligentes, de la muerte de la religión, de la libre percepción, del cambio de los signos, del sentido nuevo de la realidad, de la incompetencia de la llamada “inteligencia emocional”, del etiquetar a las emociones como “buenas” o “malas”…de la muerte de Dios como emoción inmensurable y exclusiva del hombre, y el nacimiento de los dioses dormidos, dioses heterogéneos, dioses de verdad. Toda esta idea madura mientras el pre-texto se torna más misterioso y a la vez más provocativo: "(…)mala suerte para ellos, porque el mundo cambiará...y cambiará pues”