Tantas veces nosotros: Un elogio a la comunidad de Pedros

De un Pedro más

Es la noche anterior, pronto se cumple mi pendiente semanal con este blog; como siempre, todo para el último instante. La noche es negra, tan callada, tan mía. Pienso en mí. Mi introspección mutila los objetos que me rodean, y solo tengo mi nombre - en neón púrpura- en mente. Instantáneamente, recuerdo aquella vez que encontré aquel libro de Bryce perfectamente colocado en un anaquel de borde marrón en la librería El Virrey. Con su exterior amarillo, fotos de los Champs-Élysées y un perro de bronce, “Tantas veces Pedro” me maravilló de inmediato. No porque sea un libro indispensable del autor, sino porque -por un asunto de ego- llevaba mi nombre.

Un par de semanas después, al terminar de leerlo, no pude calificar al libro como un fiel retrato. Sería como determinar que todos los Pedros cuadran en el perfil del narrador. ¿O acaso marcámos distancia con el resto del mundo?. Quizás consolidamos nuestra excepcional existencia con la elección de nuestros padres (Tú te llamarás Pedro, dirán ellos; Tú serás alguien, nos dirá Dios). Sentir que este libro, que ahora tengo a mi lado derecho, haya retratado mi estilo de vida, mi forma de ser, mis percepciones del mundo, mis amores y desamores, mi habilidad artística para la infelicidad, mi condición de escribidor, de embaucador, de alcohólico... sería insólito. Pero curiosamente, lo hizo.

Los Pedros del mundo me dirán si estoy en lo cierto al decir que nosotros callamos menos de lo necesario, y la jodemos. Y cuando hablamos, nos sentimos orgullosos de haberlo hecho bien, porque siempre estamos concientes que igual podriamos cagarla peor. Porque tantas veces nosotros es suficiente para entender que somos nuestra propia cruz, un híbrido de maldición-divinidad. Tenemos que cargar nuestra panza por el mundo, y convivir con la genialidad de no obtener lo que precisamente queremos. Nos servimos del vino, pero Baco ya está en resaca.
Por muchas otras cosas, quizás Alfredo también debería haberse llamado Pedro. Porque cuenta con la normativa que el nombre implica. Con el típico protagonismo del payaso seductor que engalana palabras cuando no sabe que decir. Con la frivolidad de humedecerse los labios en whisky, antes de pronunciar en prosa alguna frase que impere el ambiente.
Tal vez, Alfredo Pedro Bryce Echenique no quepa en la sonoridad de un nombre melodioso, literato, pero hoy, en su nuevo bautizo sin aguita ni rezos, le será agregado a su aristocrático nombre el porvenir del Pedro. No porque lo considere como todos los Pedros del mundo (¡nunca maestro!), sino porque siento que él mismo se develó con el personaje, y, encima, me regaló un aditivo existencial: hacer de mi nombre un mito de egocentrismo popular.

La sensualidad y los parámetros de la verdad

Por: Eduardo Yalan Dongo


La verdad, la máxima ambición humana, la más rica escultura que nunca ha dejado de ser robada. Antes de reflexionar sobre los parámetros de la verdad y la vinculación de la sensualidad con respecto a la realidad, dejemos pasar una paradoja dentro de nuestra imaginación. Supongamos que vivimos en el tiempo del tímido Copernico, cerca de 1536 época donde se creía que la tierra era el centro del universo, como promulgaba el eunuco pensamiento cristiano. Pues bien pensemos que estamos caminando por aquellas calles italianas y se nos acerque el susodicho científico y nos diga “¿Usted cree verdaderamente que la tierra no se mueve?” Obviamente que nosotros contestamos que si, debido a que nosotros hemos visto que la tierra no se mueve porque si se moviera lo sentiríamos. Entonces el científico nos reclama diciendo “¡Como usted un ser tan ignorante se atreve a contestar que la tierra se mantiene quieta, ¡Cuan ignorante puede ser usted!” Hoy en día decir que la tierra no puede moverse seria visto por muchos como un reductio ad absurdum como una manifestación de lo imbecil, muchas personas, incluidos muchos filósofos, alaban tanto a la verdad que la convierten en una necesidad, esto hace que no haya cabida para nada mas, solo la verdad es digna ¿Pues que tanto hemos alabado a la verdad?

Dejemos nuestra imaginación volar y entendamos un poco: nosotros somos seres humanos que sentimos y percibimos. Nuestra percepción –dicen- nos engaña y nos dice que la tierra esta quieta, que la tierra no se mueve, o quizá que la cuchara se dobla cuando la ponemos en un vaso con agua; en ambos casos la percepción nos engaña, al menos asi lo dice la verdad. Siendo así, los sentidos nos engañan debido a que, como sabemos, existen normas físicas que las podemos considerar como parte de una verdad universal (como se refiere vulgarmente por allí), la percepción seria entonces un error. Este es el paramento al que me refiero, la percepción queda relegada de todo juicio debido a que no es verdadera, debido a que muchas veces está en contra con lo que sucede en el mundo objetivamente. Los doctos dirán que la percepción es entonces una falsedad, dirán que es tonta la persona que piensa que la tierra no se mueve. Esta es, sin duda una atrocidad contra la percepción, contra la sensualidad.

Es decir, la sensualidad, es decir los sentidos, la percepciones que poseemos de la realidad, no siempre son acordes con la magnánima “verdad”, puede ser que los juicios sensibles o las certezas sensibles, como diría Hegel, no sean las mas aptas para referir una verdad objetiva, pero si son parte de nuestra realidad. Lo que percibimos es valido para nosotros en la medida en que juega un papel en nuestra realidad. Al engreído Schopenahuer le hartaba este mundo de apariencia o de estupidez, a algunos le causa estupor máximo cuando escucha estas llamadas “estupideces” de la percepción. Pues digamos ahora, en nuestro actual contexto al que estamos sujetos, que la percepción cultural es la que predomina más que la razón objetiva, es más importante que la verdad dogmática ¿no es así acaso como se maneja nuestro mundo actual? Esto no quiere decir que valgan mas la una o la otra (¡atención!): ni la verdad ni las percepciones valen más o menos, ni tampoco son iguales; cada cual compensa el necesario rumbo de la realidad, cada cual es parte esencial de nuestra cultura y realidad.

Sensus assoupire! No debemos adormecer los sentidos, no dejemos que normas morales ni sobrevaloradas gobiernen nuestros juicios, si sentimos que la tierra no se mueve no es que sea un error perceptivo, ni tampoco una manifestación de la estupidez. Debemos entender que la percepción también es valida, que si bien la física nos dice que la tierra se mueve en el espacio en relación al Sol, esto no nos dice que debemos desechar nuestro juicio perceptivo, ¿necesariamente tiene que ser dialéctico el movimiento? Ambas nociones son validas, la de la percepción subjetiva y la de la verdad objetiva, asimismo, ambas nociones fueron las más dañinas en la historia, la primera se encargo de ocasionar el surgimiento de ideologías absurdas como el cristianismo, la segunda la que dio de lactar a las clases opresoras, la que fundo la represión.

Cuando las palabras faltan...

Hoy, le sobraron las palabras a Pedro

Cuando las palabras faltan, una hoja en blanco sonríe por ser aún inmaculada. Se rellena automáticamente de pinturas invisibles y promociona su delgado firmamento para millones de posibilidades reales, para inquietudes sofisticadas. Eso no pasa cuando las palabras sobran, allí cualquier superficie es subyugada a la tinta abyecta, a la idea coja; me refiero a esa que no solo escribe, sino a aquella que arranca la virginidad inocua del papel sumergiéndola en desolación. La hoja avergonzada de su utilidad vuelta inútil. A veces, cuando las palabras sobran, miles de hojas caen en basurales, son drásticamente desgarradas, su firmamento pasa de endeble a inexistente, penoso.

Cuando las palabras faltan, es aún más interesante que cuando sobran. Quizás las acciones valen más que mil palabras, pero esas mil palabras pueden ser más exquisitas, porque implican gramática, racionalidad, humanismo, sentido. Y, les aseguro, que estas son virtudes que las hojas aprecian. ¿Acaso una hoja cualquiera no estaría gustosa de ser parte de una de Dostoievski, quizás de Poe, o de García Márquez?. Por Dios, aún como humano dejaría que esos personajes escriban sobre mi cuerpo. Pero las hojas son silenciosas, aguantan todo. Y por eso, odio cuando las palabras sobran. Porque forman parte de un complot maquiavélico, no solo contra la naturaleza (por la tala de árboles que ocasiona), sino porque es una violación a un instrumento vital, a un arma de cultura. La virginidad del papel, que podría ser parte de –por ejemplo- diatribas espirituales, acaba siendo parte de sandeces ociosas, pensamientos inválidos.

Cuando las palabras faltan, es porque hay alguien que tiene la capacidad de aceptar que no tiene mucho que aportar sobre el tema ¡glorioso silencio! Es que ahora la gente piensa que tiene tanto que decir. Opinar de todo es natural en cualquiera, como si todo fuera tan simple, tan infundado como sus propias opiniones. Porque cuando las palabras sobran, la gente no deja de hablar y tropieza con la misma piedra, que luego justificará con el silencio, con el “es todo lo que tengo que decir”, y con el “que bien que te callaste”. Mejor permitirle al viento fluir con sus propios sonidos, a matarlos con penurias lingüísticas. Mejor dejar las flores morirse de frío, que usarlas para poemas tarados tratando de abrigarlas.

Cuando las palabras faltan, es mejor seguir callado sin temerle al silencio. Porque el silencio tiene su propia sabiduría, y aunque alguien tendrá un chiste para contarnos, esperemos sea inmediatamente capaz de callarse, para entender que cuando las palabras faltan, uno mismo puede darse cuenta que el silencio no es por incapacidad, sino por respeto a lo que los demás necesitan –realmente- escuchar.

Pensamiento peruano; entre la rana y el águila.

Por: Eduardo Yalán Dongo.

El pensamiento filosófico peruano, una primitiva oración de Salazar Bondy nos acerca a la problemática del pensamiento peruano: “Se piensa de acuerdo con moldes teóricos previamente confirmados por los modelos del pensamiento occidental, sobre todo europeo, importado en la forma de corrientes de ideas, escuelas, sistemas totalmente definidos y completos en su contenido e intención. Filosofar para los hispanoamericanos es adoptar un ismo extranjero” (Salazar Bondy: ¿Existe una filosofía de nuestra América? 1968). Si y No. La oración de Bondy es el sentido común de los pensadores peruanos, la reafirmación de lo nacional frente a lo internacional es el consecuente y entendible efecto que tal vez bifurca a la cultura. ¿Porque?

La filosofía en el Perú ha estado sometida al la eufemística Filosofía Latinoamericana, que a su vez, depende y se amamanta de corrientes europeas. En nuestra cultura, los que destacaron esta característica fueron los preclaritos Augusto Salazar Bondy y Francisco Miro Quesada. Ahora bien, las dos visiones que determinan el pensamiento están expuestas y desnudas: la visión del ave y la visión de la rana (Af. 2 Jenseits von Gut und Böse) la visión del ave es de aquellas personas que miran a su cultura con desprecio, desde las alturas de la enajenación y la soberbia (la estimación de un hombre en mas de lo justo). La alineación ante todo, citar a filosofías occidentales es el suceso de todos los días, la música extranjera, la ropa internacional, la creencia occidental, es la excitación de este vulgo.

Por otro lado esta la mirada de la rana. Esta es una de mis favoritas, ya que la veo todos los días por donde vaya. Las personas miran a las “cosas” occidentales con un total desprecio, si bien no expuesto, claramente impuesto, subrepticio. Una persona puede ser una típica “rana” si contradice a “algo o alguien” por el mero hecho de negarlo, cuando promulga la negación (contradicción) de la fuerza. Vivimos con esta cultura, esa cultura que dice como un padre a su hijo “¡Ah! No te comerás la comida?! ¡Entonces te quitare un juguete!”, el motor de nuestra cultura es la dialéctica, esa mirada de rana que odio tanto y a la vez alabo. El punto no es dejar de ser ni águila ni rana, sino integrar a ambos en nuestra percepción de la realidad.

Una cosa es la filosofía peruana y otra la filosofía hecha en el Perú (como lo afirma Fidel Tubito), si bien no tenemos propiamente una filosofía peruana que fundamente nuestro presente, si poseemos una filosofía hecha en el Perú como espíritu que nos antecede. En otras palabras, antes, incluso desde los tiempos de Mariategui, no existía propiamente una filosofía peruana, mas ahora si la hay, existe un estudio complejo de la realidad peruana, la antropología, la sociología, la semiótica, la filosofía, y la historia se han aplicado de tal manera que están purgando ese excedente occidental que nos ha determinado durante décadas. Que no quepa la menor duda que nos encontramos desarrollando la percepción de la realidad peruana, la ejercitación de la tolerancia cultural y la conciencia crítica subyacen. Si bien se ha regularizado el desbalance entre la influencia occidental y la nacional, nos queda mucho por hacer con respecto a esta palabra que alabo tanto INTEGRACIÓN. ¡Atención! Lo que estoy proclamando no es una astucia teórica que se esmera por rellenar páginas virtuales, ¡No! Lo que blando es la vivida expresión empírica y fuertemente comprobada, probada... testada.

V

De nuestro lustre y endémico invitado, Cedric Cáceres

Ahora que todo está terminando en este viaje de morías y eneidas, se siente como si la verdad de todo lo ocurrido, se nos hiciera (corrijo nuevamente mi postulado) se me hiciera tan esquiva a los ojos como la casi nada que nos nubla de repente. Y simplemente así (en casi nada de sentimientos) se nos corre la magia de las uñas que se van quedando sin tierra entre su carne. Ahora que todo este viaje se culmina de una manera casi galvanizada con el pasado colectivo de los que siempre quisieron ser recordados en algún lugar lejano, tan e quede donde viene, no tenga nombre su apellido, no tengan iris sus pupilas, No tengan alma sus muertes ni antecedentes penales los labios que ahora lo anclan a este querer escapar por siempre de todo. De absolutamente todo. Y no conservar para el absolutamente nada. O quizá, solo “un mas nada” de proezas casi mágicas de héroes inciertos.

Entonces señores.

Se mantiene sobre la luna de este cuarto, aquella acusación que desde un principio dictamino la suerte de esta discusión promiscua de respuestas y estéril de soluciones. Porque este viaje de Ulises y Héctor a llegado a su fin como casi todo lo que ahora no nos debería interceder el alma de tantas pugnas máximas. De Querer ser lo que nunca fuimos, de querer encontrarnos siempre lejos de nosotros mismos, de aquellos que nos podrían definir. Como lo que realmente odiamos.

Un sinfín de malabares sin público que aplauda. Un aplauso en el fondo de lo oscuro.

una oscuridad sin suertes caqui , ni futuros color fondo de mar.

El espíritu de las drogas y el alcohol en nuestra época.

Por: Eduardo Yalán Dongo


Mi generación: los jóvenes. Los dilemas que se ciernen con respecto a sus intereses marcan y delimitan la frontera con la ideología, como dicen por allí “los jóvenes de hoy en día, no tienen ideología”. Gritan y aspavientan según la masa lo diga, los jóvenes son los revolucionarios de las causas que la misma masa les propone. No nos indignemos si la ciencia del espíritu y de lo absoluto se han perdido, se presiente entre esta juventud solo la intención de pertenecer a la apariencia, la intención de trabajar en una profesión de masas, para las masas, con trabajos atemporales y un matrimonio duradero. –Lamentablemente la genealogía de los atavismos es desconocida por las personas de mi edad, la juventud solo conoce los efectos y síntomas de la estupidez brindada graciosamente por las mismas drogas y la televisión-. Los aires nuevos profetizan ya que la memoria no existe, que se toma conciencia y después se pierde la misma, la voluntad de esa juventud (una contradicción entre ambas palabras), si se le puede llamar juventud, es solo anhelar el sexo prematuro, y el ocio por la masturbación ajena y permanecer sobre alimentados en un ambiente que se encuentre mas cerca de los bares y discotecas. Ni siquiera lo que se “hace” se produce en base a la fusión de la razón y la pasión, sino al hambre de alienación, en base a diversos y nuevos tipos de mecanismos de adaptación totalmente innecesarios. Si se pensara un poco, si se tomara en cuenta a la droga, la televisión, a lo otro, a aquellos medios que “aparentemente” nos perjudican de alguna manera, y se los apreciara desde un punto de vista donde nuestra conciencia se vea ejercitada, distinta sería la situación.

Las drogas, por ejemplo, se encuentran también trivializadas y han perdido su uso primitivo para el temporal acto del conocimiento propio, y la auto revelación de la autoconciencia como unidad que vincula los estados del inconciencia y la conciencia y/o súper yo. El mundo de los sentidos no es para todos, no todos poseen ese interés de ser algo más. Las drogas, como me dijo cierta vez un amigo mío, las consumen todos…yo le digo ahora, ¿Quienes dentro de esa mierda de todos puede llegar a la autoconciencia? Se me podría quizás objetar un pero: “¿pero quien cuando toma o bebe quiere conocerse a si mismo?” Bueno, la verdad es que nadie, y esto ensalza más “mi teoría”.

“Pero el hombre que regresa por la Puerta en el Muro ya no será nunca el mismo que salió por ella. Será más instruido y menos engreído, estará más contento y menos satisfecho de sí mismo, reconocerá su ignorancia más humildemente pero, al mismo tiempo, equipado para comprender la relación de las palabras con las cosas, del razonamiento sistemático con el insondable Misterio que trata, por siempre jamás, vanamente, de comprender”. (Adolf Huxley: Las puertas de la percepción)

La mutación mercantilista que ha sufrido el uso del psicotomimetico ha convertido a esta salida de la apariencia como un consumo netamente a favor del recreo y la distracción de su mundo pero sin buscar ese algo más planteado como tesis funcional en el presente artículo. La conciencia y los diferentes estados que sumergen al hombre en este mundo de los sentidos, como particularmente lo llamo yo, se hace como efecto o consecuencia del uso de los psicotomimeticos y de las pasiones que sumergen al hombre en este conocimiento. Pero hay que tomar en cuenta lo siguiente: el uso del alcohol y de drogas alucinógenas no son estrictamente el pase obligatorio para llegar al conocimiento propio, la pasión en si misma es también un fuerte e incluso más evidente umbral para el mundo sensitivo.

El alcohol, por otro lado, es el elemento más popular consumido hasta estos siglos, que posee un historial inigualable a cualquier droga conocida incluso más común que la marihuana y los calmantes. El alcohol, que es propiamente una droga, es consumido por la mayoría de personas, desde el vino, pasando por el ron, la cerveza, el vodka y una serie plural de líquido y néctar de dioses (como afirman muchos asiduos). La mayoría de las personas aseguran que aumenta su sociabilidad y bienestar, la discrepancia entre los efectos reales y los percibidos obedece a los efectos iniciales que produce en la mayoría de los usuarios, liberación de la tensión, sentimientos de felicidad y perdida de inhibiciones. El alcohol, como se entiende, es propiamente un calmante, y responde muy bien al sentimiento de inhibición que irradia al momento de su consumo. El psicoanalista peruano Alejandro Ferreyros afirma con gran contundencia acerca del uso indebido del alcohol:
"El Súper yo se diluye en alcohol. Por eso, para el que quiere ser más mandado y la que quiere perder el miedo a coquetear, el alcohol es como un regalo de Papa Noel".

Pero el alcohol no es simplemente un producto mercantil, es una sociología que debe ser aprovechada no solo para el esparcimiento o para el rechinar de encías de jóvenes ignorantes que gimotean ansiosos por su gravitación del sábado último. ¡No! Sinceramente hacer mercantil una experiencia que solo sirve, para este tipo de personas, al esparcimiento no es recomendable. A mi entender, la inhibición y el respiro de la tendencia dionisiaca del espíritu debe ser algo más importante, que merece prestar atención a su trascendencia inicua, inmoral. Si se busca inhibir el estado del súper yo, se debe hacer pensando en el conocimiento del si mismo, en generar una visión de cuales son los instintos que producen este tipo de excitación variada. Tanto el hombre como la mujer deben de reconocer sus instintos que son a veces infaustamente manifestados durante su estancia dionisiaca en el mundo de los sentidos. Ferreyros puede resumir esta una crítica expuesta en este breve artículo en un simple axioma:

“Desarrollar el aspecto cultural y social, y no trivializarla [al alcohol] como una bebida simplemente recreativa."

Llegamos al punto mas interesante de la tesis sensitiva; la adicción. La adicción es un estado de malformación en la voluntad del hombre. Las drogas adictivas producen una dependencia biológica o psicológica en el usuario y en la que la abstinencia conduce a un anhelo por la droga y en algunos casos puede ser irresistible. La dependencia de la droga es comparable a la religión y su dependencia hipócrita; como dijo un muy joven Marx en cierta ocasión, “la religión es el opio del pueblo” (prólogo a la filosofía del derecho- G.W.F. Hegel). La dependencia o adicción es, al igual que la religión, una manifestación de una voluntad de poder feble, de una voluntad ambigua y débil, la adición por ende es para personas que no comprenden el significado real del uso de las drogas y alcohol; el vulgo sin dientes para masticar bien. Simplemente si no hay voluntad de poder, no hay mundo de los sentidos. El dominio de uno mismo es ante todo primordial, si uno no es maestro de uno mismo, entonces este mundo de los sentidos se puede volver el arma más peligrosa para extinguirse, tal como pasa con los que reflexionan mucho y les gusta vivir mucho en su propio espacio sensible. La muerte es, para nuestro beneficio, una necesidad:

“La manifestación es el nacer y el perecer, que por si mismo no nace ni perece, sino que es en sí y constituye la realidad y el movimiento de la vida de la verdad. Lo verdadero es, de este modo, el delirio báquico, en el que ningún miembro escapa a la embriaguez, y como cada miembro, al disociarse, se disuelve inmediatamente por ello mismo, este delirio es, al mismo tiempo, la quietud traslucida y simple. Ante el foro de este movimiento no prevalecen las formas singulares del espíritu ni los pensamientos determinados, pero son tanto momentos positivos y necesarios como momentos negativos y llamados a desaparecer.” (G. W. F. Hegel – La fenomenología del espíritu)


Noticias diarias

Por: Pedro


El té se enfriaba, y las pocas cucharadas de azúcar se iban asentando en el fondo de la taza. En las comodidades de un Café citadino, Julio leía el periódico. Las desgracias se iban develando en cada una de las noticias de la inmensa sábana que cubría su rostro del mundo. Julio no sólo las leía, él las reflexionaba. De repente, observaba pasmado la noticia de muerte de un niño. Daniel, 13 años, a las afueras del colegio. La foto que acompañaba al texto era precisa: la madre cubierta en lágrimas, el auto magullado, y, bajo un periódico, la mano del niño. Julio pensaba en su hijo, y el té siguió helándose.

El cambio y la conciencia histórica moderna

Por: Eduardo Yalán Dongo

Cuando leí “El fin de la historia y el último hombre” de Francis Fukuyama, el manejo histórico que este entendido autor daba a la “historia” me pareció confuso; no podía entender como se podía anunciar el “fin de la historia”: “Lo que yo sugería que había llegado a su fin no era la sucesión de grandes y graves acontecimientos, sino “la historia” es decir, la historia comprendida como un proceso único, evolutivo, coherente.” (Fukuyama. El fin de la historia y le último hombre) Ahora tras breve tiempo de reanudar su lectura todo es tan claro. Los entendidos aúllan acerca de la bravura de Fukuyama, el hombre pluscuamperfecto se desespera al escuchar que la “historia ha muerto”, se aferra al pasado y le da miedo el futuro. El problema de no haber comprendido que “la historia ha muerto” germina en que su comprensión se encuentra dependiente de los hombres antiguos, hombres cuyo terror se ufana del futuro. El vulgo conservador dice: “La historia no ha muerto, los acontecimientos, los mas grandes de ellos, siguen sucediendo. El ataque de las torres gemelas lo ha demostrado”. Pero argumentar esto es desconocer en que medida ha muerto la historia; no son los acontecimientos los que han muerto, sino el proceso cultural al cual estamos sometidos.

El fin de la historia supone el final y el sucesivo comienzo de algo nuevo, en el caso tratado por Fukuyama, el de la política/estado. Fukuyama sigue los preceptos hegelianos y marxistas que trataron a la historia, preceptos que hoy no comprendemos. “En vez de una historia humana orientada en una única dirección, parecía haber tantas metas como pueblos o civilizaciones.” Fukuyama aborrece al rechazo de la tecnología, aquellas personas que repudiaron, desde el romanticismo, los avances de la ciencia. Relacionemos lo dicho por Fukuyama con lo que acaece en nuestra cultura moderna, preguntémonos, ¿la conciencia histórica, la tenemos? Definitivamente partamos con afirmar que ha existido un cambio que nos ha dividido, estamos en un cambio cultural reafirmado por el desarrollo de la tecnología, la ausencia de conciencia histórica es un efecto de este proceso aun no culminado.

Actualmente no podemos decir que no existe una conciencia histórica, principalmente en nuestra juventud, lo mas apropiado es afirmar que no existe un interés por el proceso histórico. En general aborrecemos el proceso, hombres virtuales, no queremos leer ya párrafos largos, no queremos esperar tanto por una respuesta, no deseamos siquiera experimentar un proceso pausado, lento, agradable; esto ha sido el efecto de la difusión de la Internet, el teléfono móvil, la inmediatez de la correspondencia y la reciprocidad. La memoria es un dominio exclusivo de estos medios, la tecnología controla la memoria social, y por ende la historia esta en manos de estos medios. Esto, más la perdida del interés por el proceso han hecho que nuestra historia sea diferente, no afirmada, no conocida. Pero, por otro lado, la historia se ha hecho más dispuesta, a pesar de no interesarnos tenemos a la historia a nuestra sutil disposición, cada especificación histórica esta a nuestro inmediato alcance. Hay que reflexionar acerca de las manos que dominan la memoria social, ¿Quién domina la historia (entendiéndola como vulgarmente la entendemos, es decir los acontecimientos) y quien conoce la historia (entendiéndola como el cambio cultural)? Pueden dominar los acontecimientos, las fechas, los códigos históricos, seleccionarlos y matar con ello la vida, pero no pueden tapar los cambios culturales con el dedo, somos concientes de ellos: “tan solo de las mas poderosa fuerza del presente se puede interpretar el pasado”.