Ya ven que el mundo es injusto


Fotografía: Pedro Zamalloa García
Por: Pedro José Crespo

JP vive sólo a sus dieciocho años porque el mundo es mezquino, porque el amor no es para siempre, porque sus padres se divorciaron. Él pensaba eso, y algunas noches extendía su teoría o la reorganizaba, y creaba nuevas razones, pero las tres mencionadas eran parte inmutable de la lista desde hacía unas semanas, cuando empezó a consumir cocaína. Sí, la cocaína le había gustado porque le prestaba euforia en los peores bajones, porque sentía que le daba la paciencia de aguantarse a sí mismo y porque lo ayudaba a pensar. Lo único que le parecía hasta el culo es que se comía líneas y bolsas solo, evitaba contacto con el mundo exterior, con Stravinski sonando desde su Vaio, porque era un tipo violento pero de muy buen gusto.

Una mujer fue quien le rompió la nariz. Le encantaba esa frase, era un estupendo axioma: directo y doctrinal. E iba de la mano con todas esas cosas con las que se pueden conjugar: romper la boca, romper el culo, hasta romperte un brazo o una cara. La frase era violenta, le gustaba, era como él. Y como ella, quien se llamaba Isabel, y era toda perfecta, toda conscientemente desequilibrada. Era el pájaro de fuego de Stravinski que sonaba en alguna nota que no conocía, y tal vez no conocería. Y le encantaba. Y por esa razón aceptó esas dosis que lo llevó hasta el estado actual, donde la luz era el enemigo, así que cerraba por entero la persiana de su habitación y se quedaba en tinieblas, con sólo una lámpara encendida reflejándose en un espejo blancuzco. No recuerda como fue, pero sí donde fue. En la playa. El verano estaba rayando. Y la pasaron muy bien en la fiesta, hasta que ella lo vio muy tomado y le preguntó si quería caminar. De ahí no recuerda más. Hasta que aspiró fuerte y sintió el polvo en el cerebro, y sintió la arena húmeda y fresca entre sus pies, y observó a Isabel jalando y jalando, encantadoramente hermosa en la playa, con su cabello negro hasta la altura del cuello, y sus labios gruesos torciéndose, llenando su dulce rostro de muecas.

Pero ya no sabía nada de ella. La extrañaba. Le hubiera encantado tenerla ahí a su lado, en la oscuridad de la habitación, jalando coca como dos putos locos enamorados y conversando sobre las virtudes de la vida durante horas. Vida de mierda. Él le contaría que estuvo en Europa, que es un tipo de mundo, pero se guardaría eso del culeo, las putas son temas de hombres. Seguro ella tendría historias igual de apasionantes. Hasta se veía con ella en el auto de su viejo, yendo a la playa y tomarse unas cervezas, comiéndose un ceviche, y coquearse. ¿Por qué le encantaba tanto esto de la coca? Es antiestético. Eso de las muecas es degradante. Pero, él se consolaba: “no hay gozo sin sacrificio” o “sarna con gusto no pica” o “es el costo-beneficio del asunto”, se solía decir esos últimos días, al menos para usar algo de la terminología que aprendió en la facultad de economía. Y oportunamente abandonada, claro. Y como se moría por cogerla. Quería tirársela sobre su colchón rodeado de sábanas y ropas sucias. Volteadita. Penetrarla: un regalo de los dioses por su injusta soledad impuesta. Tan joven y preocupado en el almuerzo de mañana. Y no tenía dinero. Ya todo se lo había jalado, y los rones con cola, claro, porque la coca no pasa si no le humedeces el camino. Además, odiaba el agrio que le dejaba en la garganta, sabor muy parecido al que le traía el recuerdo del divorcio de sus padres. Eso también lo pasaba con ron.

El puto calor. Tener las persianas cerradas convertía el dormitorio en un sauna seco, recalentado. Le servía doble hielo al trago para amortiguar, y cambiaba la música: Héctor Lavoe. En el Callao, hay una escultura de él en Puerto Nuevo y cientos de paredes con su rostro. JP pensó que tanta alharaca debía ser porque era un estupendo salsero, obviando lo de gran coquero, claro, y su manía de llegar siempre tarde a sus presentaciones por andar cloreándose en la casa de la tía Mina en el Callao. Se encerraba en penumbras así como él. Y se coqueaba como él. Sólo los diferenciaba el gusto por la salsa. A JP no le gustaba la salsa, sólo la colocó en su Vaio porque ya estaba muy drogado: El rey de la puntualidad.

Hace algunos días leyó que la vitamina C amortigua los efectos del LSD. Le pareció cómico, y ahora se reía al recordarlo. A él nunca se le hubiera ocurrido tal teoría, y hasta el momento le parecía improcedente. Él es de los que se rescata de un pasa-vuelteo con un porro, uno de tamaño moderado, sólo para que ayude a dormir. Pero lo del LSD lo dejó cojudo, y le hubiera gustado conocer alguien que sepa dónde comprarlo, aunque seguro en Lima sería muy difícil. Pero haría el intento. Y cada vez deseaba más probarla, y tenía ganas de ponerse violento pero en su habitación de azotea no había a quien sacarle la mierda y siguió pensando. Y pensó que sería espléndido tripear con Isabel y luego cogerla de pie, y sintió que la mandíbula ya empezaba a doler por tanta mueca. Dos líneas más. Como analgésico, claro.

El LSD es deseado aquí. En Europa, matan por cocaína. Ya ven que el mundo es injusto, pensó, y no encontró manera de prestarle equidad. Osea, al menos, la coca lo ponía reflexivo. El mundo era injusto porque ninguno de sus viejos quiso encargarse de él, y lo compraron con el chantaje de la ambicionada independencia. Agrio. Pero él lo sabía y lo estaba superando, así como su violencia desde la última vez que le pegó a su última novia por golfa. Era consciente. O la vez que le dio un cabezaso a su mamá por salir con otro hombre. Era un avance. Concluyó que tenía un inmenso mundo mezquino a su alrededor, cuando sonó Chopin, dispuesto a ser disfrutado en plenitud y de la mejor manera, carajo. Pero por ahora, seguiría sirviéndose hielos en el trago porque era de noche y su habitación era su mundo, con efecto invernadero y todo. Por ahora, seguiría en lo suyo.

P.

La otra mejilla

Fotografía: Yasmin Sayán
Por: Eduardo Yalán Dongo


Hace poco leí en un blog una pregunta que un curioso cibernauta le hacia a un entendido teólogo virtual: Estimado Padre Fuentes: Cuando Jesús dice que si alguien nos golpea debemos poner la otra mejilla ¿Cómo debe entenderse esto? Si alguien agrede físicamente a otro, ¿no tiene éste derecho a defenderse?”. Al parecer a nuestro amigo le habían propinado tal golpe en la jeta que estaba preocupado si debería descarriar sus frusleras emociones en el hocico del agresor o simplemente resignarse estoico listo para mostrar la otra mejilla. Pero pongan atención a lo que digo: “al parecer”, al parecer cuando utilizamos el axioma cristiano de la “otra mejilla” nos imaginamos siempre algo físico, algo carnal, no tan metafísico o metafórico, siempre es “Si alguien agrede físicamente a otro”, como refería el abollado cristiano. Entonces lanzo la pregunta ¿De qué manera estamos educados en estos casos donde se nos propina una bofetada (no solamente física) y quedamos, como se dice, “ardidos”?

“Oísteis que fue dicho: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo” (Mateo 5, 43) Y desde las antiguas épocas de la humanidad se nos ha acostumbrado a esta ley del talión, ley que nos ha enseñado bien a descargar la ira, cólera y tristeza en la bemba del oponente. Leamos los periódicos solamente para corroborar esta educación: “hombre mata a vecino por poner desmonte en su puerta” “mujer corta miembro a su pareja por presunta infidelidad” y bueno, podría seguir citando y rellenado más este artículo. La explicación de esta respuesta del talión en la sociedad masificada se debe a la simpleza que posee la reacción, es demasiado simple responder con una tortura, una mirada esquiva, un comportamiento determinado; es simple y fácil en causa, más no en consecuencia. Así como es poco saludable callarse insultos es también poco saludable someterse a un solo tipo de reacción, como es la del talión. Cuando Jesús dice que mostremos la otra mejilla (aclaro, soy ateo), no únicamente se refiere a los estándares físicos, sino que existe otro camino, y más saludable, que simplemente (por dialéctica) responder al golpe del agresor: dar las gracias.

Dar las gracias es una venganza sana, una maldad sutil, no hay motivo para comportarse a posteriori de “tal manera” o de “tal otra” frente al agresor, no tenemos porque fabricar un comportamiento especialmente para este, simplemente se le pide a esa serpiente que retire el veneno de la herida ya que “una serpiente no puede matar a un dragón”. Dar gracias es difícil y raro, sin embargo denota una complejidad que el agresor difícilmente comprendería, como también una purificación de la mente y el comportamiento de uno mismo. Es, creo, lo que se refería Spinoza cuando refiere: “Quien imagina que se destruye todo aquello que odia, se alegrará” e inevitablemente pensamos “Destruir = físico”, es decir, nuestra educación psicológica social es tan pobre que vinculamos casi siempre la “destrucción de todo aquello que odiamos” con lo físico, sin reconocer que la destrucción mas saludable es la de la mente, específicamente de la creencia. Si yo odio a una persona no es por ella misma, sino por la creencia que tengo de esta (tal vez creo que esta persona es mala o que se yo). Entonces, como dice Spinoza, nos alegramos mas saludablemente y sin consecuencias, si destruimos la creencia, lo que creemos, lo que en verdad nutre nuestra emoción, es decir lo “meta-físico” del problema. Hay solo dos caminos, ni uno mejor ni uno peor, pero, sabiendo que hemos estado caminando únicamente por un solo sendero, ¿no sería justo admirar el otro? Solo acepto una cosa, el camino de dar las gracias es un tanto tullido y da miedo, y, lamentablemente, no entran muchas mujeres en él.

Suspiritos azules


Fotografía: Pedro Zamalloa García
Por: Cedric Cáceres

Ponernos a pensar en las excusas que tenemos en el bolsillo, saquear con la lengua la poca confianza que les quedan a los que nos rodean, malherir las suceptibilidades, sonreir con saña y premeditacion cuando los demas - aun llorosos- niengan sus cristos y sus cruces. Sabernos para nosotros mismos que guardamos dagas en los pechos de quienes mas nos quieren.

Mama, papa , hermano, amigo

y aun asi poder despertarmos todas las mañanas , iluminados!.

Sin esquinas oscuras atestadas de arrepentimientos. Sin nada sobre la piel, sin endulzarnos la sangre seca que nos embalsama los pantalones de noche anterior. Poder respirar hondo el incienzo que nos pudre el nombre mal pronunciado al momento comulgo de fingir amar. Ser malhechor , truan, infanticida. Tener en la mano escrita la mala suerte de los casi vivos, palidos y acuosos. Sentirnos vivos en las miradas incredulas de quienes nos contemplan como siempre desenfadados.

Decir que el sistema natural de la vida es tan solo embarrarse la garganta con lenguas ajenas, y pensarnos, como siempre, por encima de esa marejada de filantropicas manos hambrientas de rostros, desexisten dulces que ensalsar. Ser indomito, comportarse como tijera y no soñar mas con el Paris con aguacero o prostitutas con sabor a cucharitas.

Mojarse los labios, morderse las plumas y despertar!

Acuñar lazaros de retardos mental al borde del espejo.

Violar a quien mas te quiere, llenar vagina de amantes ironias.
y ser feliz.
feliz
feliz
Con la lluvia la hombro
zapatos lustrados
acentos de etér
suave humor.

Iluminados! siempre iluminados.
Sin brazo! iluminados!
Sin alma! Iluminados!
con la cama
demonios de madera!

inodoro de sombrero.
demonios de madera!

¿Nos adaptamos? Enfermedad del futuro

Por: Eduardo Yalán
Fotografía: Erick Gallardo
Can you give me sanctuary
I must find a place to hide
A place for me to hide
Can you find me soft asylum
I can´t make it anymore
The man is at the door”

JIM MORRISON

Ya esta por sentado que la relación del hombre con las cosas sufre y cambia conforme las culturas lo hacen. Esta por sentado también que si antes éramos críticos, puntuales, con identidad, reflexivos, ordenados, simétricos, crédulos e interesados, ahora los somos en cada uno de estos puntos lo contrario: desinteresados, incrédulos, asimétricos, desordenados, gregarios, sin identidad, impuntuales y seguidores. Y por supuesto, esta por sentado igualmente que les tenemos cierta cólera o que tal vez algunos no acabamos de caer en el romance con las nuevas “tendencias” de nuestra arriesgada cultura. ¿Nos adaptamos entonces?

¿Y para que habría que adaptarnos? Conozco al lobo estepario, una persona cuya resistencia a la época moderna era voraz, feroz. No admitía ninguna invasión de los cambios socioculturales dentro de su vida interior, encerrado en su cuarto, una persona letrada, profunda, solitaria. Muchos de nosotros envidiamos al lobo estepario “!El si tiene identidad!, ¡él si sabe quien es!”, “¡Que idiota es!, ¡sáquenlo a la calle!”. Pero el lobo estepario con su profundidad y vagancia por el mundo…¿tenía miedo del mismo mundo cambiante? ¿Nos adaptamos entonces?

¿Y para qué habría que adaptarnos? Un hombre o mujer que muestra las encías con presunta felicidad del momento cuando se le añade a su sábado un entretenido cronograma de revoloteo por las discotecas y reuniones de su “selecto” ambiente social, esperando tomar de este aletear algún ósculo o coito “para comer aquí”. Si ustedes creen que estas personas son infelices, y poco interesantes, entonces están, como se dice, “cagados”. ¿Nos adaptamos entonces?

En nuestro camino por la evolución cultural se presentan estos dos tipos de sujetos: el inadaptado y el adaptado. Irónicamente, el inadaptado a la actual cultura sería nuestro lobo estepario, y nuestros adaptados culturales son los chicos que relinchan por sexo y alcohol cada sábado (desde ahora piensen antes de llamar a alguien “inadaptado”). Los lobos solitarios que aun persisten en nuestra cultura leen libros los sábados, salen al café, piensan en el matrimonio, en eternizar los momentos…LOCOS con justicia. Si un lobo solitario quisiera adaptarse tendría que dejar de ser lobo, tendría que ser un perro domestico, a veces vestido, a veces bien cuidado, a veces callejero. La nueva sociedad, por otro lado, domesticada en el espacio/tiempo moderno determina el comportamiento, premedita las reacciones y motivaciones, hace que las personas tengan un bajo nivel de identidad por el mismo aquí y ahora variable y multiforme. ¿Pero en su momento también no lo hizo con los lobos esteparios?

Suelto la pregunta que no pienso contestar ¿Nos adaptamos? Si soy de una forma determinada como estepario o al menos he heredado eso de mis padres, pero a la vez quisiera permanecer y mutar en la variabilidad del cambio actual ¿Qué hacer? Soy un hibrido social entre el conservadurismo estático y el desenfreno babeante de la modernidad. ¿Qué hacer? ¿Ser yo mismo? ¿Pero esto no es evadir el cambio? ¿Por qué en todo caso necesito un lugar para esconderme? ¿Acaso madurar es ser inadaptado? ¿y porque es bueno, en este caso, el cambio? ¿Pero por otro lado, porque es productivo ser esteparios? Da miedo cada una de estas preguntas…y tal vez te puedo retar con la siguiente ¡ALERTA!...Apuesto a que le tienes miedo al cambio.