Leyendo a Deleuze: Cristo y Dionisio


Para esta semana tengo un estracto del libro escrito por Gilles Deleuze, "Nietzsche y la filosofia" excelente libro para adentrarse en la filosofia nietzscheana y su relacion con la post modernidad. A continuacion el gran Gilles Deleuze (filosofo francés) y este breve escrito suyo llamado Cristo y Dionisio:


Dionysos y Cristo

"En Dionysos y en Cristo, el martirio es el mismo, la pasión es la misma. Es el mismo fenómeno, pero con dos sentidos opuestos. Por una parte, la vida que justifica el sufrimiento, que afirma el sufrimiento; por otra parte, el sufrimiento que acusa a la vida, que testimonia contra ella, que convierte la vida en algo que debe ser justificado. Que haya sufrimiento en la vida, significa para el cristianismo, en primer lugar, que la vida no es justa, que es incluso esencialmente injusta, que paga por el sufrimiento una injusticia esencial: ya que sufre es culpable. Después, significa que debe ser justificada, es decir redimida de su injusticia o salvada, salvada por este mismo sufrimiento que la acusaba hace un momento: debe sufrir ya que es culpable. Estos dos aspectos del cristianismo forman lo que Nietzsche llama «la mala conciencia», o la interiorización del dolor. Definen el nihilismo propiamente cristiano, es decir, la manera en que el cristianismo niega la vida: por una parte la máquina de fabricar la culpabilidad, la horrible ecuación dolor-castigo; por otra parte la máquina de multiplicar el dolor, la justificación por el dolor, la fábrica inmunda . Incluso cuando el cristianismo canta el amor y la vida, ¡qué imprecaciones hay en estos cantos, cuánto odio bajo este amor! Ama la vida como el ave de rapiña el cordero: tierno, mutilado, moribundo. El dialéctico considera el amor cristiano como una antítesis, por ejemplo, la antítesis del odio judío. Pero el oficio y la misión del dialéctico es establecer antítesis, allí donde hay evaluaciones más delicadas que hacer, coordinaciones que interpretar. Que la flor es la antítesis de la hoja, que «rechaza» a la hoja, he aquí un célebre descubrimiento grato a la dialéctica. De la misma manera la flor del amor cristiano «rechaza» el odio: es decir, de una manera completamente ficticia. «No vaya a creerse que el amor se desarrolla... como antítesis del odio judío.

No, al revés. El amor ha surgido de este odio expandiéndose como su corona, una corona triunfante, que se ensancha bajo los cálidos rayos de un sol de pureza, pero que, en este nuevo dominio bajo el reino de la luz y de lo sublime, continúa persiguiendo los mismos fines del odio: la victoria, la conquista, la seducción». La alegría cristiana es la alegría de «resolver» el dolor: el dolor viene interiorizado, ofrecido a Dios por este medio, llevado a Dios por este medio. «La paradoja de un Dios crucificado, el misterio de una inimaginable y postrera crueldad», ésta es la manía propiamente cristiana, una manía ya entonces muy dialéctica.

¡Hasta qué punto este aspecto se ha hecho extraño al verdadero Dionysos! El Dionysos del Origen de la tragedia resolvía aún el dolor: la alegría que experimentaba era todavía una alegría de resolverla, y también de conducirla a la unidad primitiva. Pero ahora Dionysos ha captado precisamente el sentido y el valor de sus propias metamorfosis: es el dios para quien la vida no tiene por qué ser justificada, para quien la vida es esencialmente justa. Más aún, es ella la que se encarga de justificar, «incluso afirma el sufrimiento más arduo» . Hay que entender: la vida no resuelve el dolor al interiorizarlo, lo afirma en el elemento de su exterioridad. Y a partir de aquí, la oposición de Dionysos y Cristo se desarrolla, punto por punto, como la afirmación de la vida (su extrema apreciación) y la negación de la vida (su extrema depreciación). La manía dionisíaca se opone a la manía cristiana; la embriaguez dionisíaca a una embriaguez cristiana; la laceración dionisíaca a la crucifixión; la resurrección dionisíaca a la resurrección cristiana; la transvaloración dionisíaca a la transubstanciación cristiana. Porque hay dos clases de sufrimientos y de sufrientes. «Los que sufren por la sobreabundancia de vida» hacen del sufrimiento una afirmación, como de la embriaguez una actividad; en la laceración de Dionysos reconocen la forma extrema de la afirmación, sin posibilidad de sustracción, de excepción ni de elección. «Los que, al contrario, sufren por un empobrecimiento de vida» hacen de la embriaguez una convulsión o un abotargamiento; hacen del sufrimiento un medio para acusar a la vida, para contradecirla, y también un medio para justificar la vida, para resolver la contradicción . Todo esto, efectivamente, entra en la idea de un salvador; no existe salvador más hermoso que el que es a la vez verdugo, víctima y consolador, la santísima Trinidad, el prodigioso sueño de la mala conciencia. Desde el punto de vista de un salvador, «la vida debe ser el camino que conduce a la santidad»; desde el punto de vista de Dionysos, «la existencia parece lo bastante santa en sí misma como para justificar de sobras una inmensidad de sufrimiento». La laceración dionisíaca es el símbolo inmediato de la múltiple afirmación; la cruz de Cristo, el signo de la cruz, son la imagen de la contradicción y de su solución, la vida sometida a la labor de lo negativo. Contradicción desarrollada, solución de la contradicción, reconciliación de lo contradictorio, todas estas nociones se han convertido en extrañas para Nietzsche. Zarathustra exclama: «Algo más elevado que cualquier reconciliación» - la afirmación. Algo más e1evado que cualquier contradicción desarrollada, resulta, suprimida - la transvaloración. Es éste el punto común de Zarathustra y Dionysos: «A todos los abismos hago llegar mi afirmación que bendice (Zarathustra)... Pero esto, una vez más, es la misma idea de Dionysos». La oposición de Dionysos o de Zarathustra y Cristo no es una oposición dialéctica, sino la oposición a la propia dialéctica: la afirmación diferencial contra la negación dialéctica, contra todo nihilismo y contra esta forma particular de nihilismo. Nada más alejado de la interpretación nietzscheana de Dionysos como la presentada más tarde por Otto: ¡un Dionysos hegeliano, dialéctico y dialecticista!"

El día que Dalí se encontró con su tumba

Por: Pedro



Frente a la tumba, el niño debiera haber quedado anonadado. Sus ojos trémulos mostraban la pequeña dosis de incredulidad por el epitafio que – en aquella tumba de mármol blanco- citaba su nombre, Salvador Dalí.

Diez años antes, Salvador salía de trabajar en aquella oficina en Figueras donde ejercía la profesión de notario. Era 1894, y España estaba sumergida en una crisis política por la pervivencia del caciquismo, años en los que se convivía con la ciega esperanza, abrazando los cañoncitos anarquistas a punto de explotar. Una de aquellas noches tormentosas, Salvador intuiría un amor descomunal con una joven, Felipa Domenech, con la que, aunque solo de un primer vistazos, obedecerían al Cupido embriagado, todo por aquella serenidad que une ojos sentimentales.
De ahí nacería un niño, Salvador.

Los repiques de un nuevo siglo, acompañado de una inesperada desgracia, sucumbirían en la familia Dalí. Salvador, postrado en una cama, fallecería de meningitis a los siete años de edad, sin delegar consuelos y con dos padres capaces de excavar la tierra con los dientes. Así despidió la madrugada con réquiem, desterrando felicidades en dos corazones rotos, prometiendo con la mirada la reencarnación temprana.


Ya frente al epitafio, Salvador escucharía aquella historia, sobre un alma nueva pero anciana, de cenizas con reencarnación, de insurgencia física. Vería su propia tumba cubierta de flores y emociones, diáfanas respuestas sofocarían su existencia. Salvador padre y Felipa bautizaron nuevamente Salvador al hijo que nació años después de su injusta perdida, de inviernos sin consuelo, de culpar a la vida desatenta, y lo enfrentarían con la verdad. Nombrarían así al maestro de pinceles poseídos y dionisiacos, de bigotes erectos, de figuras masturbadoras. Salvador Dalí nunca dejaría de creer que él no solo era un perverso, polimorfo, anarquista, surrealista, divino, déspota, supremo que rompe con todo, y monárquico, como se autoproclamaba, monárquico metafísico; él se sentía la fiel reencarnación del bien, de un alma insatisfecha, de la eterna juventud que solo gozan aquellos que alcanzan la gloria y nunca podrán morir. Porque es de aquellos espíritus que bebieron el elixir de la perseverancia perpetua en la memoria humana.


Aquel artista que pinta con grandeza imaginaria, que vive en su auto-destierro de lo convencional comentaría que ha “vivido la muerte antes de vivir la vida. Mi hermano murió a causa de una meningitis, a la edad de siete años, tres antes de mi nacimiento" [...] "nos parecíamos como dos gotas de agua, sólo que con diferentes reflejos".

23 de enero de 1989: Salvador Dalí fallece rencoroso con la muerte enamorada. Cumple veinte años de fallecido, y con él se labró otro epitafio que no promulga un nombre, más bien guarda un tesoro imaginario.

Dios y la belleza de lo incompleto

Por: Eduardo Yalán

“El todo vale mas que la suma de las partes” gran axioma que resume popularmente (es decir de forma común) la psicología de la Gestalt. Cuando escuché esta expresión recientemente se me vino instantáneamente a la mente un menjunje verbal cuya procedencia estaba en las inicuas teorías de Immanuel Kant, que felizmente aun conservo. Lo que a continuación diseccionare de las teorías de Kant (filósofo Alemán) inevitablemente siempre lo he usado como un arma para blandir aun más mi ateismo frente a incautos. Ahora bien, este artículo tiene la siguiente pregunta ¿Qué relación existe entre Kant, la psicología de la Gestalt y la creencia en Dios?

Hay una concepción kantiana que se ha popularizado mucho en la filosofía, para la morbosidad de este articulo (y por cuestiones de extensión) tomaremos aquí esta mención popular y la comentaremos: la particular idea kantiana de “la cosa en si” o ciencia del noúmeno. Kant afirmaba que existían “cosas” en el mundo que no podían ser cognoscibles por el hombre, es decir, el mundo como apariencia era totalmente real para el hombre, aparentemente cognoscible, sin embargo, Kant decia que las cosas en sí mismas no pueden ser conocidas, que el hombre no podía delimitar, unicamente con la mera percepción conciente, al mundo y a su sentido; de aquí Freud se basó para estudiar el inconciente. Concecuentemente con esto, José Pablo Feinmann (a quien detesto y aprecio) comentó, en su programa “Filosofía Aquí y ahora”, un cuento de un alumno suyo que transcribiré literalmente a continuación: “Hay un nieto, un muchacho de 19 a 20 años que vive con su abuela en una enorme casa. Esa casa, como es enorme, tiene muchas puertas. Pero la abuela le dijo al nieto, que puede abrir todas las puertas, menos una. Y él le dice:-¿Por qué?, pero no le dice el porqué la abuela. Entonces el nieto le pregunta:-¿Qué hay detrás de esa puerta?. No hay nada, dice la abuela. Al nieto, naturalmente, esto lo vuelve loco. Imagina que detrás de esa puerta hay una fortuna, un tesoro, aquello que me va a hacer emprender una vida nueva...Una y mil cosas se le ocurren. La abuela tiene la llave escondida en algún lugar de la casa. El nieto, en un determinado momento, agarra un cuchillo y la mata a la abuela y le pega, no digamos muchas, veinte, veinticinco puñaladas y empieza a buscar la llave para abrir esa puerta. Pasa tres días buscando la llave, la busca, la busca...Finalmente la consigue. Va, se dirige hacia la puerta. La abre...Y no hay nada. No hay nada. Y se vuelve loco.”

Excelente cuento comentado por Feinmann, describe con imágenes la teoría de “la cosa en si” Ahora bien, el ser humano responde a esta característica del nieto, siempre debe de haber algo en el mundo, todo debe de estar completo, las figuras, el sentido del mundo, las obras de arte, los sentimientos y lo peor de todo es que el ser humano completa estas “cosas” con sus propias experiencias (humanas), nos cuesta mucho pensar un mundo incompleto cuya explicación es incognoscible, ¡nos duele! Más aún ¡nos desespera! La Gestalt es la demostración de cómo las figuras deben y tienen que estar completas, la percepción totaliza al mundo, las partes o el proceso no son de interés para la percepción; hoy por hoy, nuestra cultura es una cultura de percepción, es la cultura de masas mediocres.

Ahora, ¿y Dios? Cuando pregunto a personas “¿crees en Dios?” ellas me contestan “no, en Dios no, creo en ALGO superior que nos ha creado” ¿pero acaso este ALGO, no es también una forma de alimentar nuestra desesperación por lo incompleto? Con esto se demuestra que Dios es la gula caprichosa de nuestra impaciencia, Dios es una Gestalt terca, una invención del hombre apasionado por los rompecabezas ¿y si le faltara a esos hombres una sola ficha de su mohoso rompecabezas? Esa demencia será digna de ver: un hombre demente por completar el mundo. Los hombres le hemos dado todo a Dios, la necesidad, la apariencia humana, el léxico humano, la voz humana, una esposa humana, un hijo humano, un sequito humano, un pueblo elegido humano, emociones humanas, TODO! Hemos completado este rompecabezas “divino” como hemos querido. Sin embargo, mientras que la percepción del esclavo completaba cada área del juego, la ciencia y la razón, cuales niños jodidos, robaban las piezas,y las hacían luz. Ahora bien dejo estas preguntas maliciosas para volver insano al cuerdo: ¿si hay NADA en el trono de Dios, entonces como podemos vivir siendo concientes de esta NADA? ¿como sobrellevamos a esa NADA? ¿que relacion tiene esto con nuestra cultura moderna ?

Amazonas de Ciudad

Por: Pedro

Una de las arterias más largas y de alto colesterol en Lima es la Avenida Javier Prado. Desde ella, miles de venas circundantes y algunas otras arterias menores alimentan a la ciudad de poco orden y estruendo, desde que sale el sol hasta que vuelve a salir. Con poca pero intencional sinuosidad, más bien imponente y transitada, la Javier Prado recorre más de siete distritos, desde Magdalena hasta La Molina, compartiendo con los incómodos – de molestos, sudorosos, inquietos, insatisfechos, discriminantes- navegantes más de dos horas de viaje. Un paréntesis para exceptuar a los motorizados, ellos ignoran la incomodidad del transporte público, entienden la incomodidad del sistema. Pero es que Lima es una inmensa ciudad, y como todas, se merece una gran vía.

Aunque no es posible una comparación sana con la anchura de la bonaerense Avenida de Mayo, o poniendose más exquisito, con la belleza y pomposidad de los verdes de los Champs Elysees, la Javier Prado cuenta con una belleza profunda, tan profunda que desconocida, es la belleza de su historia.

Sería una obligación hablar de quien fue Javier Prado, solo diré: un personaje de inicios del siglo XX, bastante querido por la Republica Aristocrática –definición basadrista-, razón suficiente para que tal avenida lleve su nombre. Y Jorge se calló. Él es taxista y transita por esta avenida a diario, por lo menos, seis veces al día. Y al parecer, es una de las pocas personas que tiene una brisa de idea del personaje, el Javier Prado de carne y hueso, no de brea y pintura. Enfrascados entre el smog y el suplicio, me cuenta un par de aventuras pasadas, que inician con el desayuno a la cama, y terminan con mucho morbo: una historia sobre una prima, una cama, un secreto.
Entre las calles, la Av. Javier Prado refugia miles de historias en horario corrido. Por la mañana, una secretaria enferma de tolerar el aguante del jefe en su separación con su encantadora mujer; por el mediodía, un sujeto que ingresa al baño para vomitar su almuerzo; por las tres de la tarde, una oficinista que aspira cocaína para despabilarse; por las seis, un recolector de plástico con un solo brazo que choca su bicicleta contra un niño payaso lloroso; por la noche, aquí hay mucho más que contar.

Las noches son de tacos rojos, lentejuelas esbeltas, pelucas desgreñadas, abrigos coquetos. Bajo la luna de Lima, la Javier Prado consuela tristezas ajenas de gente desesperada por ganarse la vida, pero también ambienta el morbo de una ciudad supeditada al estrés inmediato, al desequilibrio emocional. Se sabrá que aquellos tacos rojos no andan tintineando en la fiel diversión de una noche limeña, más bien son protagonistas del blue movie limeño, de aquellas drags que se promocionan ante la desvergüenza de curiosos, muñecas de trapo con saldo y esquina, con chaveta y presa.
Julissa, La Ney, Amanda, Mara, Juana: tantas selváticas, como limeñas y extranjeras. Una gran familia de trabajadoras sociales, que se confunden con las feminas, que trabajan unas cuadras más lejos, todas a un solo grito: Vamos a la javier prado, serenazgo!.
Todos, sin distinción alguna, nadamos en el Amazonas limeño, donde el anzuelo son los pecados; las corrientes, el transito; la vegetación, las oficinas y centros comerciales. Todos como peces de ciudad, algunos respetuosos y hacia donde la corriente mande; otros, rebeldes como el salmón, conviviendo con el suspenso, el smog, la Lima. Javier Prado es más que un nombre, más que un aristócrata, más que un burdel, más que brea y pintura, más que diversión, más que hora punta: Javier Prado es todo lo que la ciudad representa.

El hombre tecnológico vs. El hombre natural

Por: Eduardo Yalán

Hace poco el ex vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore, alertó al mundo de una “catástrofe” que ocurriría a nivel mundial si es que el hombre no lo evitaba. Esta vez no eran los odiosos metaleros que su pudiente esposa censuraba hasta orgasmos de rabia, esta vez la mirada de Gore se focalizó en la naturaleza, en el hombre natural. “Una verdad incomoda” (2006/2008) documental acerca de el calentamiento del globo y sus efectos “nocivos” fue un éxito en taquilla y hasta le dió a Gore un premio novel de la paz ¡Que gran honor para un ex vicepresidente! La verdad es que este adefesiero documental es un efecto de nuestra transición cultural -otra vez con lo mismo dirán- el cambio de nuestra cultura pone a dos enemigos cuyos puestos de combate fueron augurados por las películas de ficción (Mundo acuático o the road warrior entre las que mas me gustan) me refiero a “el hombre tecnológico” y “el hombre natural”.

Veamos primero a Jean-Jacques Rousseau, un gran filósofo cuya inspiración estuvo en hombres como Platón o Aristóteles, este pensador se resistía a ser seducido por la expresión moderna, por la tecnología y los avatares de la historia. Decía que el progreso histórico solo había ayudado al hombre a cosechar mayor desgracia en su vida. Rousseau, esa gran araña chaposa, es el símbolo del pensamiento moderno, aun pensamos como Rousseau, su carnívoro historicismo vive aun en diferentes opiniones (especialmente ecológicas); si bien ya hemos tomado conciencia de este historicismo, aun no lo entendemos como fenómeno. La cultura y la tecnología han evolucionado, NO se puede decir que existe un “beneficio” o “maleficio” dentro de esta evolución cultural, sin embargo, aun se mira a este cambio con la vista de un coleccionista de antigüedades. Por ejemplo, es cierto que la tecnología ha hecho que las necesidades sean cada vez más insatisfechas, pero esto no quiere decir que se haya generado una mayor “desgracia” en la vida del hombre, como decía Rousseau. Los Rousseau modernos piensan que un hombre menos tecnológico y más natural es un hombre feliz, al menos Al Gore piensa así.

Se busca por todos los medios hacer que el hombre natural, es decir el hombre con necesidades primarias y fáciles de satisfacer, conviva con la naturaleza y que ambos se retroalimenten sin dominarse el uno al otro (lo cual es absurdo); la naturaleza, dicen, no debe de manipularse y por lo demás debe ser cuidada. La verdad no adjudico nada “malo” a esta opinión. Lo vergonzoso esta cuando se sugiere abolir al hombre tecnológico y al hombre económico (Homo Economicus) para satisfacer al hombre natural (Animalis Homo) –que dicho sea de paso es el hombre reliquia- ; por ejemplo, se sugiere que cese la operatividad de la industria eléctrica a niveles porcentuales bárbaros, (esto para evitar el deshielo de los polos), o también que se evite la industrialización, o que se controle la tecnología; es decir el hombre económico debe parar su interés por satisfacerse para volverse antiguo, volverse “natural”. Ahora bien, suponiendo que el hombre natural prospera frente a la tecnología, frente al hombre económico/tecnológico ¿a caso este retroceso se dará en nuestra cultura, existirá la intención de volver al hombre natural? La verdad es que no. El hombre natural implica un retroceso económico, un retroceso en tecnología y un retroceso en evolución, algo que no estamos dispuestos a hacer. La cultura moderna exige que sea la tecnología el único medio para volver a hacer habitable la tierra, extinguirla no es el mejor camino para solucionar la crisis ecológica.
Si nos exaltamos cuando se protege al hombre tecnológico antes que al hombre natural es porque se nos ha acostumbrado a pensar que la naturaleza es un agente que esta de nuestro lado. Sin embargo, la vida es voluntad de poder, la naturaleza no era un agente aliado, sino un contendor, algo que ha peleado junto con nosotros por dominar el globo. Evidentemente hemos ganado la guerra, desde estancias tribales hasta épocas modernas el hombre ha domesticado la naturaleza, ¿Entonces por qué tenemos tanta pena de perderla? Porque, como decía el joven Principito: “si uno se deja domesticar, corre el riesgo de llorar un poco” La tecnología es nuestra nueva cultura, si el hombre desaparece o sobrevive será por el solo manejo de la tecnología, no de la naturaleza.

El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde


Dentro de mi lista de libros preferidos, "El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde" de R.L. Stevenson me demuestró que el hombre no es realmente uno, sino dos. Esto, más el profundo sentido humano y su peculiar degeneración, me aclaran porque nos encanta andar revolcandonos en nuestra propia miseria, y no podemos luchar contra nuestros demonios.


Aqui les dejo un fragmento de un acontecimiento vital en la historia, a ver si les pica el diente. (Las letras cursivas son guías mias). Mr. Hyde llega por primera vez a casa de Dr. Lanyon -es la primera persona en esta parte de la historia. Al parecer, el visitante está a punto de develarle un misterio que tiene perturbado a todo el círculo íntimo del Dr. Jekyll, desde que este último se sumergiera en un extraño desequilibrio conductual.


El Dr. Lanyon piensa: (...)pero desde aquel momento he tenido razones para pensar que las causas profundas yacen mucho más hondo, en la naturaleza del hombre (Mr. Hyde), y giran sonre algún gozne más noble que el principio del odio.
Esta persona (que me habia impresionado desde el momento mismo de su entrada, con lo que sólo alcanzo a describir como una curiosidad cargada de repugnancia) vestía de tal suerte, que una persona normal se habría convertido en objeto de burlas: aunque sus prendas eran de tela sobria y fina, le quedaban exageradamente holgadas; los pantalones, que le colgaban en las piernas, se hallaban enrrollados por debajo, para evitar que se arrastraran; el talle del saco le quedaba por debajo de las caderas y el cuello se abría ancho sobre los hombros.


(...) Petrificado en su propia sala, después de una hora, el Dr. Lanyon no termina de entender lo que sucedió frente a sus ojos. Mr. Hyde huye cortezmente de casa del atónito y ahora testigo oral, y se escabulle entre calles y gentes, entre sombras e infiernos, como siempre lo ha hecho.


Lanyon continua: No soy capaz de llevar al papel lo que me contó durante la hora siguiente. Vi lo que, escuché lo que escuché, y mi alma se enfermó con ello; y sin embargo, ahora que aquella visión se ha ido desvaneciendo en mis ojos, me pregunto si lo creo, y no soy capaz de contestar. Mi vida se sacudió hasta las raíces, el sueño me ha abandonado: el terror más mortal me asedia a todas las horas del día y la noche; siento que mis dias están contados, y que he de morir; y sin embargo, voy a morir incrédulo...

¡Sed Amables! Llegó el Principito: Filosofía latinoamericana moderna



Por: Eduardo Yalan


¡Escríbanle a Antoine de Saint-Exupery porque su principito se encuentra en la tierra! No es que precisamente el pequeño niño con rizos de oro haya anclado otra vez su atroz ingenuidad en África, sino que la cultura moderna siente la presencia del secreto de ese niño (o de su zorro): “no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Esto no es para nada cursi, por si solo este axioma describe exactamente una situación de la filosofía latinoamericana actual, un episodio de nuestra cultura moderna que se devela con un simple análisis de su historia.

No hay que engañarnos, se acusa a nuestra filosofía latinoamericana de mimética y no hay por donde refutarlo, si bien a mediados del siglo XX estuvieron en la escena filosófica personajes originales como Alejandro Korn y el uruguayo Carlos Vaz, ellos encontraron un camino ya labrado por una influencia europea explicita en Latinoamérica. Siendo así ¿Se puede hablar entonces de filosofía latinoamericana independiente? En teoría no se puede hablar siquiera de una filosofía latinoamericana ya que no estamos hablando de algo “en si” o algo único, sino que hablamos de un conjunto de filosofías que han precedido y determinando a la nuestra, en este caso el pensamiento europeo nos ha marcado ya para bien ya para mal (con la misma lógica no podemos hablar de un filosofía exclusivamente platónica ¡que hubiera sido Platón sin Sócrates, Heráclito o Aristófanes!)

Pero existe un hecho curioso en nuestra cultura de pensamiento latinoamericano. A mediados de los años cuarenta, occidente exportó a Latinoamérica uno de sus más prolíficos pensamientos y a la vez el más venenoso: el marxismo. La influencia marxista en hombres como José Carlos Mariategui, el Che Guevara, Fidel Castro, Rodney Arismendy, Eli de Gortari, Antonio Garcia, etc. consolido un hecho que nos marcaría durante la primera mitad del siglo XX: el excesivo interés por las “cosas serias” (como tal vez nos diría el hombre de negocios en el principito), la política, la economía, el materialismo, la sociología. No ha habido filósofo latinoamericano de mitad de siglo XX que no haya incursionado sus especulaciones en el terreno marxista. Las “cosas serias” estaban compuestas por brumosas imágenes y palabras que untaban plegarias hacia la materia, esas “cosas serias” eran siempre dignas de ser pregonadas. Todos se preocupaban acerca del capitalismo o el socialismo, acerca de cómo evolucionaban “dialécticamente” las sociedades, o de cómo la economía marchaba en el país (lo cual induce inevitablemente al sectarismo)

Sin embargo, hubo una época de transición en la filosofía latinoamericana, encabezada por el magnífico Augusto Salazar Bondy; la “filosofía de la liberación” (como se la llamaba) nacía, y con ella unas ansias de ciencia y sed de semiología. La necesidad de liberar a los pueblos sudamericanos en los años 40 condujo a personajes como Mario Bunge y Francisco Miro Quesada a la preocupación por el lenguaje y la aclaración de su significado, además del interés por la lógica y el uso del discurso filosófico; es decir, se marco una actitud positiva hacia la ciencia. Nace pues una filosofía analítica que nos separaba de la seriedad marxista. La fenomenológica, epistemología, semiológica y demás eran las favoritas en tertulias latinoamericanas después de los años cuarenta.

Y fue así como vino el principito. El marxismo nos hizo niños serios y la filosofía analítica nos maduro, ahora la filosofía del principito nos arremete: “Lo esencial es invisible a los ojos” Fijémonos bien, veamos los foros de filosofía latinoamericana después de los años 90, ¿que vemos? Temas como la ética, orientación espiritual/religiosa, y la valoración de vida son incluidas en las principales discusiones. Antes no podíamos ver a un semiólogo hablando de ética, ahora los jóvenes se encargan de trasportar la filosofía a un nuevo espacio, las causas materiales ya no son de interés, ahora lo interesante es lo que no se puede ver. Todos hablan de esas cosas que no se pueden ver, los sentimientos, emociones y demás son el punto de discusión en la filosofía latinoamericana. Cada vez se asienta más la idea de un pluralismo filosófico en Latinoamérica superando sectarismos y esperando con paciencia este desarrollo del pensamiento que actualmente vivimos. Somos privilegiados de presenciar este cambio cultural: el principito se detuvo nuevamente en nuestra cultura pero esta vez trajo consigo a su flor, sus dos volcanes y su cordero.