Memorias en luz de vela

Memoria personal de la efímera convivencia en familia
Por Pedro


Aunque muchas personas de mi generación no recuerden al detalle, sospecho que no se les hará imposible encontrar entre memorias empolvadas aquellas noches en que cosas extrañas sucedían en Lima: aquella oscuridad que parecía perpetua, aquel delirio sin electricidad en medio de una lucha armada que cada día se hacía más intensa.
Un día cualquiera era una noche sin luz. Una noche sin luz era una torre caída. Una torre caída era un avance del enemigo. El avance del enemigo era acercarnos más a una realidad indignante e incierta en medio de condiciones económicas deplorables y una sociedad en la debacle.
Fueron los primeros cinco años de mi vida los que conviví con aquellas características que cualquier sujeto de las nuevas generaciones no podría imaginar; y sin embargo, sucedieron no hace mucho, y sin embargo, no son nada comparadas a algunas otras que sucedieron a lo largo de la historia peruana. Aún no era conciente del dolor que sufrían las familias de la sierra por el exterminio de su gente, ni de los pobladores de los conos que emigraron en busca de una solución. Alguna vez escuché palabras para mi vacías como Presidente Gonzalo, Sendero Luminoso, hiperinflación y Mao, palabras que ahora cargan con otro peso y conllevan a un sensibilidad distinta para detener lo hondo de la tristeza cuando sé es conciente que los que sufrieron, fueron los tuyos. Entendía a esas largas colas en los supermercados como medios normales de distribución de mercadería y comprendía a mi país como un barrio simpático pero complicado. Imaginación de un niño que nació el mismo año que Alan García tomó el poder y que, paradójicamente, escribe estas líneas 23 años después con Alan García nuevamente en el trono.
Y mis primeros años sucumbieron con noches oscuras a la luz de las velas y con mucha sangre manchando la cordillera por un macabro ideal. Se apagó en mucha gente la luz de la esperanza y la fe por el país, pero se prendieron odios declamatorios contra un sistema obsoleto y despótico, hasta con nuestro propio sistema moderno y “altruista”. Pero yo escapaba de esa realidad porque, en aquella oscuridad intencionada, descubría nuevas formas de alimentar mi niñez, y la principal por la que vengo a escribir estas líneas emotivas es por la experiencia con mis padres y mi hermano.

Caía la noche de un día cualquiera, y sin mayor aviso las luces se escapaban de nuestro hogar como luciérnagas que no buscan ser capturadas. Los dormitorios se convertían en situaciones horrorosas y el silencio ponía sepulcral el hogar donde vivía. Estoy seguro que mis padres se observaban nerviosos los primeros días, sin saber como reaccionar, susurrando medidas para no ponernos nerviosos (ni a mi hermano ni a mí) pero poco a poco se fueron acostumbrando, así como nosotros también lo hicimos. Hasta suena extraño decir que era una alegría que los focos de luciérnagas nos abandonen en la noche porque era el momento en que debíamos iniciar las investigaciones, ellos nos la enseñaron una vez y teníamos que cumplirla como de lugar. Con Christopher buscábamos el arma escondida que nos salvaría de la hecatombe total, nos ahogábamos en el polvo de lo guardado, trepábamos cerros y peñascos, rampeábamos escondidos de los invasores. El arma suprema se encontraba preparada en algún rincón oscuro de la casa y las voces de un “Gran Hermano” nos guiaba en su encuentro con tres palabras claves: frío, tibio, caliente. Podían pasar extensos minutos sin rastro alguno del objeto, conceptualizando la búsqueda en una situación decidida, de vida o muerte. Ahuyentábamos los murciélagos de los closets, y apiedrábamos los arácnidos debajo de la alfombra, nos separábamos y nos observábamos delicadamente, esta búsqueda era ahora un duelo, solo el más arriesgado y ávido lograría ganar. El chicote fue encontrado, el silencio se torna un bullicio y las velas iluminan nuestro camino hacía el enemigo. La guerra había terminado, gozábamos el triunfo y, gracias a nuestro valor, el comunismo déspota había sido derrotado.
Bajo el nuevo sol de focos de luciérnagas que habían regresado a nuestro hogar, nos acostábamos con las sábanas hasta la frente. Mañana vendría una nuevo día, y con él una tarea más para acabar finalmente con el Presidente Gonzalo y con Sendero Luminoso, con la hiperinflación y, si era posible, con el propio Mao Tse Tung.

Creo en el dios de Spinoza: Wiracocha y la substancia spinozista



Por Eduardo Yalán Dongo

Caricatura hecha por: Flavio Fernandini Figari



Cuando a Albert Einstein le preguntaron acerca de su ateismo y si creía en algún dios, el maestro respondió: “Creo en el Dios de Spinoza, que nos revela una armonía de todos los seres vivos. No creo en un Dios que se ocupe del destino y las acciones de los seres humanos.” (Albert Einstein 1879-1955) Palabras estruendosamente mentadas del que fue el más célebre físico y pensador de la historia de la humanidad, ¿y a quien le debía tanta pleitesía este erudito? dejémonos de zalamerías promiscuas y preguntemos ¿Quién es Spinoza? ¿Qué no es el Dios del tal Spinoza igual al Dios que conocemos? Pues sepámoslo bien que si pensamos en el ser más maldecido por todos, más criticado, mal y bien llamado materialista, ateo, panteísta, cartesiano y odiosamente insoportable para el clero, sin duda ese fue el filósofo holandes/judío Baruch Spinoza. Presentemos al vulgo al señor pulidor de lentes, a ese llamado ateo que contradictoriamente dedica a Dios un buen capítulo de su póstuma y máxima obra: Ética demostrada según el orden geométrico. Pido a los lectores de este artículo paciencia para comprender, esa es la cualidad excelsa del entendimiento.

1) El Dios de Spinoza:

En el primer capítulo (de Deus), Spinoza concibe a Dios como substancia única (monismo y no dualismo cartesiano), un ser que es causa sui (causa de sí) que es infinito y cuya verdad y conocimiento es solo por sí (solo la substancia es quien puede conocer su verdad). El dios spinozista sigue una reflexión geométrica y mística, y solo se permite apreciarla a través del entendimiento, sin embargo, el entendimiento en sí mismo es finito y limitado y solo permite una comprensión somera de la substancia/Dios. En una carta a Henry Oldenburg, Spinoza detalla basicamente que entiende él por Dios:

"Dios, lo defino como un ser que consta de infinitos atributos cada uno de los
cuales es infinito o sumamente perfecto en su género. Hay que señalar que yo
entiendo atributo todo aquello que se concibe en sí y por sí de suerte que
su concepto no implica el concepto de otra cosa."

Nuestro filósofo dice que una substancia (Dios), para estar en relación con el hombre, debe poseer una misma naturaleza pero a la vez ser independiente de la naturaleza del propio hombre, sería en esta naturaleza donde el hombre se encuentra inmerso (el hombre existe por Dios -natura naturante-), el hombre (natura naturada) obra según los designios de esta naturaleza, no puede obrar de otro modo sino del que su naturaleza le impone, y esto es un no libre arbitrio; dios, la naturaleza, le devela su incontingencia: todo es necesario, no hay libertad mas que en la propia naturaleza. El hombre siempre se ha encontrado limitado por la naturaleza; la muerte, la finitud son ejemplos de ello (el hombre solo obra de acuerdo a su naturaleza -segun Baruch-, el hombre no puede hacer ciertas acciones porque su naturaleza lo condiciona). Así lo dice el filósofo; las cosas son solo finitas en su género, el cuerpo limita al cuerpo, el pensamiento a otro pensamiento, pero un cuerpo no puede limitar a un pensamiento o viceversa (definición II): siguiendo esto, la naturaleza es la que nos limita, entonces podemos afirmar con valentia que la naturaleza/substancia (Dios) no nos puede limitar si es que pertenece a un mundo externo, sino que nos limita porque forma parte de nuestra naturaleza o al menos la comparte ¡entonces el Dios baja de las alturas a la naturaleza! ¡El Dios es tambien materia! El Dios de Spinoza no aborrece la materia (res extensa), sino que se integra con ella. (Esto para la comunidad judía fue blasfemia, por otro lado, para la católica le resulta aún blasfemo escuchar del filosofo eso de que Dios no tiene voluntad ni intelecto).

El Dios spinozista es muy complejo, es una substancia a la cual no se la puede definir, solo conocemos su representacion gracias al entendimiento. Entonces, si a la naturaleza/substancia no se la puede definir, ¿que han hecho todo este tiempo condiciones humanas en el concepto e idea de Dios? Baruch Spinoza cree (y estoy con él) que el entendimiento y la voluntad (ambos modos humanos) no pueden estar en Dios: Dios no tiene entendimiento ni voluntad; "la voluntad de Dios, ese asilo de la ignorancia" (Apéndice. Parte I) y hasta ahora, cuando escuchamos decir "que sea lo que Dios quiera" o "la voluntad de Dios nuestro señor", se cumple el error advertido por nuestro filósofo hace ya más de 300 años. Dios, por tanto, es aquella substancia que está en todo, y nosotros, como es sabido, formamos parte de aquella. Nosotros somos en Dios y Dios es en nosotros, Dios es la historia y el mundo, la realidad (los alemanes de la ilustración, entre ellos Hegel, llamarían a esta substancia spinozista: espíritu) Por tanto, el Dios de spinoza no es el Dios cristiano o judio, es un Dios de pocos adeptos, es un Dios excelso, el Dios que todo protector del entendimiento ama: “He aquí que eso que Spinoza va a llamar Dios, en el libro primero de la "Ética", va a ser la cosa mas extraña del mundo” (Gilles Deleuze. Cours Vincennes - 25/11/1980).

Y más extraño nos va a parecer este Dios si vemos que la res cogita (pensamiento) y la res extensa (materia) no son ajenas al mismo, al contrario, son atributos del mismo, percepciones limitadas que el entendimiento del hombre substrae de la substancia (limitadas porque el entendimiento solo capta lo que se le aparece, y lo que se le aparece no manifiesta la esencia o existencia de la substancia -Dios-). Lo que conocemos solo es una pequeña manifestación de la substancia: el verdadero conocimiento de existencia de la substancia solo es por sí, solo es conocida por la substancia misma. Siguiendo entonces, Dios no es materia, no es cuerpo, sino que comprende la materia en cuanto la infinitud de su estructura, en cuanto es comprendida por el entendimiento (“(…) no se porque la materia sería indigna de la naturaleza divina” -Proposición XV. Parte I-). Entonces, la realidad/mundo que conocemos a través del entendimiento (el vulgo comprende la realidad a través de lo imaginativo, de la sabiduría de pueblo, aquel que se encuentra por encima del vulgo comprende todo según el entendimiento) se compone en:

SUBSTANCIA/naturaleza (Dios)
ATRIBUTOS (lo que percibe el entendimiento de la substancia, la materia y el entendimiento)
MODOS (lo que no es substancia, lo finito).

Hasta aquí, ¿Qué percibimos de todo esto? ¿En que nos ayuda esto para comprendernos, peruanos?

2. Wiracocha y la substancia spinozista.

Wiracocha, el dios máximo inca, aquel dios que para los cristianos evangelizadores era una obra del diablo, como lo afirma Maria Luisa Rivara estudiosa peruana: “se desenvolvía en el tiempo, nunca como algo acabado, fijo o conocido, sino mas bien adquiriendo mayor riqueza y contenido de significación a través de su propio que hacer en el tiempo (…) Para el cristiano, el que dieran -los incas-respuestas a las más trascendentales problemáticas de la humanidad no puede ser atribuido sino a la inspiración del demonio;” (wiracocha, pacha y runa en la cultura prehispanica. María luisa Rivara de Tuesta). Si se me permite blasfemar ante la mitología peruana, el dios Wiracocha, mas allá del mito, era un dios que estaba concebido como una substancia (aunque no se le puede llamar así a un dios que esta muy lejos de serlo según la geométrica spinozista), los incas veían a Wiracocha en los efectos de la creación (en el mundo, que como decía Wittgenstein es todo lo que acaece) como el sol, el agua del Collao o en la tierra que cultivaban en alturas inimaginables. Wiracocha era causa de todas las causas (así lo refería el español cronista Miguel Cabello Valboa) y estaba en la naturaleza del ser humano:

SUBSTANCIA = WIRACOCHA
ATRIBUTO = PACHA (MUNDO, en tanto pensamiento y materia)
MODO = RUNA (HOMBRE)

Todas las complejidades de Spinoza se pueden observar si medimos a
nuestra mitología desde un lado forzado, y es que, en realidad,
todos nuestros dioses comprenden una visión limitada del Dios spinoziano, pero nos dan una noción de lo que representa el espíritu que nos ha comprendido y que actualmente no se cansa de comprendernos. No estoy diciendo que Wiracocha es estrictamente un dios spinozista, sino que, metafísicamente u ontológicamente, nuestro espíritu cultural/peruano, nuestra substancia cultural (Wiracocha) no está revelada, no entendemos su manifestacion. Somos aún dualistas, creemos en la capacidad de dos substancias, en apostar el 100% por algo, o bien materia o bien pensamiento, no entendemos la relación existente entre esta naturaleza con la escencia de nosotros mismos. En el espíritu peruano Wiracocha no se nos ha revelado y si ésta substancia única de nuestra realidad no lo ha hecho, ¿acaso lo han hecho la pacha (mundo/realidad/lo que acaece/atributo) o la runa (el hombre/conocimiento de nosotros mismos/modo)?

Para terminar, me parece coherente hacerlo con una pregunta: ¿Cómo podríamos darle la razón a Einstein (de que el dios spinozista es el que nos revela una armonía de todos los seres vivos) si únicamente comprendemos a este Dios a través de la imaginación, a través del pensamiento abstracto?, consecuentemente con esto ¿No somos capaces de traducir todo con el entendimiento?, ¿Con entender tanto lo sensible como lo racional, la materia con el pensamiento, lo fuerte y lo débil?, pero de la misma manera como Spinoza culmina en su Ética, yo culmino en este mal visto, pesado, extenso y odioso (pero gratificante) artículo: “En efecto: si la salvación estuviera al alcance de la mano y pudiera conseguirse sin gran trabajo ¿cómo podía suceder que casi todos la desdeñen? Pero todo lo excelso es tan difícil como raro.” (Quod erat demostrandum)

Salud Schopenhauer!


Por Pedro (quien no piensa suicidarse, por cierto)


Las discusiones entre amigos llevan a veces a conclusiones interesantes, desde luego, algunas otras veces, quedan en el aire y se vuelven efímeras con el pasar de las horas (o de los tragos). Sin embargo, en esta primera semana de clases, como cábala de cada ciclo, me tome mis primeras cervezas con aquellos compañeros que no veía, y tocamos un tema que siempre me ha causado cierta intriga y ahora quiero explicar sin ser interrumpido con el fin de que me bombardeen cuando me los cruce.

Comienzo mostrándoles una cita que me causo extrañeza la primera vez que la leí. El suicida –dice Arthur Schopenhauer- ama la vida, lo único que le pasa es que no acepta las condiciones en que se le ofrece. Suena extraño, más cuando un acto como el suicido ha sido determinando socialmente como un escape cobarde. Los suicidas son poco valientes, no pueden salir de su prisión porque no tienen las agallas de enfrentar sus problemas, son cínicos y descarados, están malditos por las leyes celestiales. No niego que el suicida llega a un punto en donde su racionalidad y lógica se escabullen en el fondo de su cerebro, y se quedan ahí escondidos o quizás se marchan para no retornar. Para ese momento, el suicida en potencia se da cuenta que el sufrimiento en el mundo es mayor que su miedo a la muerte, entra en una catástrofe existencial y consolida su sueño más macabro: desaparecerse bajo sus propios términos.
Ahora, quizás lo que pienso sea censurable y me obligue a una visita al psiquiatra, pero pienso que hay mucho de apasionante en el suicidio, acto que considero no solo como un uso determinante de nuestro libre albedrío, sino como una confirmación de nuestra propia existencia.
Alguna vez escuché de la triste historia de una actriz, que se había sumergido en una terrible depresión a causa de los maltratos que el mundo del espectáculo genera en la gente. ¡Claro!, ellos se ven muy felices andando con sus vestidos estrafalarios, rimbombantes con el maquillaje y los peinados, pero siempre hay algo más terrible que contar sobre ellos. Esta actriz decidió quitarse la vida, pero como su imagen era tan impecable decidió hacerlo a su manera, uso su libre albedrío de decisión y eligió su manera de morir (actos por los cuales ya tiene mucha ventaja con respecto a aquellos que se martirizan suponiendo y viven intrigados con el momento de su muerte). Se vistió de gala y tomo algún veneno en su dormitorio donde esperaba yacer con alta elegancia y en la comodidad de su cama. Su decisión flaqueó y al beber la poción se dio cuenta de su enorme error, sin embargo no era tarde y la salvaron un lavado gástrico. Más el punto es la elegancia con la que trato el suicidio. Es que la decisión, cuando se toma, implica maquinar muchos puntos determinantes del acto; sobretodo, el detalle de ¿Cómo me quito la vida?. Según mis experiencias literarias con el suicidio, podría listar las siguientes maneras: ingerir veneno, ahorcarse, lanzarse de un piso elevado, cortarse las venas, usar pastillas, de un disparo, inyectarse aire en las venas, aspirar monóxido de carbono, electrocutarse en la ducha, ponerse frente a un tren, etc. La elección es personal, y dependiendo de la personalidad, se toma la decisión. Después de escoger la forma, entra el plano contemplativo de la elección en donde estoy seguro abra un poco más que depresión, sino una interrogante inmensa en la mollera (¿Por qué estoy pensando en el suicidio?). Las dudas abordaran, y se tumbaran, lo más estable del ser hasta desproporcionarse de afectos externos y entender fehacientemente que la decisión es la mejor. Como dije antes, el suicidio no solo es producto de un estado de negación de la forma en que ha sido entregada la vida, es una confirmación de su existencia porque considero que nada se vuelve tan real hasta el momento en que se abraza con el alma y se afirma la voluntad del ser.
Aunque este tema sea completamente horroroso y enérgicamente discutible, me parece interesante conversarlo como un subíndice de las patologías preciosas del humano, como un punto específico en donde finalmente el humano es dueño de sus propias decisiones y actos, con el romanticismo y convicción de la forma de concretarlo, con el histrionismo que encierra.
El suicidio es un acto que repercute en la sociedad y aún es incontrolable (ni forrando puentes miraflorinos lo acabaran), es un medio ofensivo pero respetable, ya que nadie puede juzgar a un suicida por su debilidad emocional y quiebre humano, nadie puede decir cobarde a una persona que tiene la certeza de devolver la vida que el resto lucha por apreciar.
Lo inaudito de todo esto es que aún no dejo de sorprenderme por el romanticismo y la ferocidad en que un suicida cierra su propio telón. No queda más que decir: tengan un suicidio épico.

La imbecilidad religiosa y la profecía marxista




Por: Eduardo Yalán Dongo

Que extasiado estuvo el mundo cuando uno de los menores hijos de la fé dijo: “(La religión) Es el opio de pueblo” (Karl Marx - Introducción para la critica de la filosofía del derecho de Hegel) Pues bien, fue Karl Marx el que profirió esta sentencia, favorita de cualquier ateo y/o agnóstico turbado, siendo de alguna manera la que ha explicado nuestra tricotómica cultura. Y es así como hoy, tras 124 años de haberla escrito, la profecía del joven Marx se ha cumplido con un desenlace irónicamente inesperado. Hay que reconocer que existe una tendencia en la historia que, al igual que la consabida dicotomía entre el bien y el mal, nos ha marcado cual sello vacuno: existe una tendencia demasiado desbalanceada entre la razón y la imbecilidad.

En la época de Marx, las necesidades de las personas eran prescriptas por una floreciente sociedad industrial que hacia al hombre propiamente una mercancía (punto interesante para Marx en su célebre El Capital. Capitulo I). Sin embargo, al joven Marx le interesaba en particular otro sistema educativo de estupidez; la religión. Este opio del pueblo hacia que los hombres decimonónicos vivieran una realidad mística, aparente, un reflejo del mal interpretado mundo. La religión es obviamente un impedimento –como decía Marx- para que la prole no actúe bajo el pathos de la praxis, de la acción; la religión hacia que la fuerza de trabajo y el no reconocimiento de la plusvalía sean tan solo una fría neblina para el proletariado sensible. Fue así como Marx suplanto el mito de la religión por otro mito mas afín a los objetivos revolucionarios; como decía Mariategui: “la fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia, la fuerza de los revolucionarios está en su pasión (…) es la fuerza del mito.” (El hombre y el mito. Lima 16 de enero de 1925). La prole no le servía a Marx si es que ésta solo pensaba en una supra realidad, y no en la realidad misma, o lo que aparece de ella. La estupidez era el nutritivo principal de la religión; y la rígida y asexual teoría cristiana consentía esta droga: ¿podemos decir entonces que la religión, principalmente cristiana, ha sido el primer sistema narcotraficante y terrorista de todos nuestros aletargados tiempos?. Pero lo que Marx no sabía es que su mito marxista (muchas veces interpretado como religioso) del "opio del pueblo", seguiría constituido 240 años después, de una manera muy particular en nuestra cultura moderna, en nuestra tercera ola .

“Llega la época en que tendremos que pagar el haber sido cristianos durante dos milenios (…)” (F. Nietzsche – La voluntad de poder § 30) De alguna manera, la adicción no reparada a la fe cristiana y religiosa (para totalizar) ha rendido sus frutos y se ha vuelto hacia el hombre moderno. ¿Por qué digo la imbecilidad? La palabra Imbécil proviene del latín imbecillus (no im-becillis) que significa im –baculum (“en el bastón”) es decir imbécil, si lo vemos metafísicamente, es aquella persona cuya vida se sostiene sobre algo, una persona que posee la ayuda de todos, que regala dadivas de su poder a todos y que por tanto él mismo no posee nada suyo. En el caso del proletariado religioso, del cual Marx critica, la visible imbecilidad con su deprimente apoyo se encuentra en la religión. Y este apoyo es desmedido, ya que la fe implica una no formulación racional, un “piensan por mí”, una no acción: una no revolución.

Ahora bien, ¿Qué clase de imbecilidad religiosa es la nuestra, si tomamos en cuenta de que vivimos en una sociedad postnihilista? Nada ha cambiado, la religión sigue y seguirá siendo la nutriente de las masas, a pesar de que ya no sea una religión espiritual cristiana, nos contagia actualmente otro tipo de religión, como de la mercancía, de la moda, del desvariar por cada sábado en la noche, del trivializar al alcohol, de innabilitar la razón, del babear por la tecnología comercial, de escupir la cultura; nadando en naderías. Nos sostenemos sobre determinadas cosas y lo peor de todo, solo elegimos un solo báculo, nos quedamos con un punto del sistema, si no es la razón es la estupide
z, si no es la estupidez es la razón. ¿Y si nuestra cultura es muy estúpida, como dicen los eruditos, entonces no genera esto que seamos más sensibles ante cualquier mandato o moda? ¿No será afectada nuestra alma sensible por el hecho de ser tan estúpidos? ¿no estaremos más dispuestos al cambio?¿Podemos decir acaso que el Dios cristiano solo ha creado la estupidez y que la razón es una anomalía, algo que no previó? Solo son pocas, muy pocas las personas que se pueden considerar integradoras, que comprenden tanto a la razón como a la estupidez, y Dios no es una de ellas ¡Vitor por el único y Vitor por su propiedad!

SIN PAN BAJO EL HOMBRO

Por invitado: Mario Martin
www.sesotrilcico.blogspot.com


¿Por qué estoy aquí?
Sin pan bajo el hombro.
Siquiera un pan tieso, de días, pan gárgola,
para que mis dientes se hagan trizas
y se destripe la esperanza.
¡Nada, nada señores!
¿Por qué vivo bajo este suburbio?
Calentando el pedazo de acera donde todos escupen.
Con mis huesos arrojados a suerte de no sé qué justicia,
mi carne oleada de podredumbre.
Mis ojos amoratados… Ciegos… Anómalos.
Mi todo, mi nada… en tiempo de oruga eterna.
Sin alas, nunca, Jamás…
¡Ay, hombre!
¿Por qué estoy aquí?
Derrumbado. En huaico de nubes tristes,
eructando este pensamiento:
“El mundo es perfecto para SUFRIR”

Faustino, y sus experiencias mediáticas

(Inspirado de Un tal Lucas de Cortázar) Escrito por Un Tal Pedro

Son las siete de la noche, y aunque Faustino no ha hecho nada más que despertarse, usar el Messenger y comer, el cuerpo lo siente agotado de stress y preocupación. No amerita seguir echado después de seis horas de almacenamiento profundo de inutilidades de TV, pero el dedo pulgar ya se acalambró del insistente zapping y decide automáticamente dar una vuelta por la cocina, acto superfluo si tienes la barriga llena más aún si no hay energías que recuperar, pero muy entretenido porque crea expectativas de quizás milagrosamente encontrar tortas de jamón o pitufresas. Apaga su caja mediática, se coloca las babuchas, que en algún momento su madre le regaló con la certeza de darle a su hijo comodidad en las amanecidas de estudios (Fausti!, mira lo que te compré), pasatiempo que por cierto abandonó al entrar de lleno al trance de la TV y el msn, trance que perpetuó el uso de sus lindas babuchas nocturnas en parte esencial de sus pies. Baja los catorce escalones que contaba en el único idioma que conocía, y, ya en la cocina, enciende su televisor con esa calamitosa rueda que gira tiesa y te da de cocachos en la sien. Muy pavloviano observa el reloj, tengo hambre, oprime el botón que abre el microondas, coloca su comida, dos minutos, la abre se sienta y se sumerge nuevamente en el mundo de las ideas absurdas –más absurdas aún- porque su televisor de la cocina, como el de su recámara, solo capta canales de señal abierta. Trac trac, da el primer mordisco de la deliciosa comida de mamá, trac trac, encontró algo que en la tele lo entretendrá. Con el cuello torcido hacia la TV, Faustino come y bosteza, mastica, se ríe y eructa. El canal es el mismo número de las tortuninjas, son las siete y ve un programa cómico (saquen conclusiones), observa las minifaldas, aquellos gestos despreciablemente clásicos de malos programas cómicos (esos que obligan a los personajes a abrir los ojos del susto, colocar la boca en O de sorpresa, abrazarse cuando pasará algo malo, golpearse cuando el diálogo es decadente) y se ríe golpeando la mesa un poco para sentir el calor y la euforia de tan pestilentes parodias. Desde muy lejos, lo observo. Entiendo el nivel ínfimo de su gracia, pero sigo sin comprender el porque de su risa: concluyo que la comida está “pateada” o en sus babuchas hay ratas que rozan sus holgados pies con sus trémulos cabellos.

Faustino dejó de reírse (gracias a Dios) porque entendió finalmente que estaba viendo basura, y que no es digno de un magno ser humano dedicar tal cantidad de horas a intimar con programas gansos. Deja sus cubiertos al lado del plato que ya está a punto de acabar, y, luego de chuparse los dedos, cambia de canal para observar el noticiario periodístico, que por su nombre implica cierta seriedad y prestigio actual: vivir actualizado es vivir el presente. Pero falla en la lucha contra la bobería, y se da cuenta que no entiende nada: ¿legislativo? ¿Juez de paz? ¿Nosocomio? ¿Cuatro fríos? (¿o quizás solo se da cuenta que la idiotez se expandió aún en los noticieros?). Y apaga su venerado televisor de forro de madera plastificada para subir nuevamente sus catorce peldaños hacia el ambiente cargado de su recámara. Se echa un momento sobre su cama y empieza a meditar el modo de revertir las miles de estupideces que reciben sus queridos paisanos por culpa de la bendita televisión. Tras tejer hermosos silogismos, varias ideas por varios minutos, organiza un plan sorpresivo que lo levantó de la cama de un salto. Ya tenía la solución, y desde su computadora quería compartirla
- ¡Hola Raúl!, ¿Qué haces?
- Aquí, Fausti, ¿y tú?
- Aquí, mañana me pondré cable.

Aún te observo Fausti, con tus lindas babuchitas celestes sobre tu cama entendiendo que la televisión extranjera es mejor. Más aún tenemos un tema pendiente, porque todavía no me dejo de preguntar como es que sigues riéndote de tal manera indecorosa, y como es que los calambres de tus dedos ya no te obligan a ir, de vez en vez, en búsqueda de tortas de jamón hacia la refrigeradora.

El amo y el esclavo: reflexiones post-hegelianas




Por Eduardo Yalán Dongo

En el capítulo de la autoconciencia (Selbstbewuptsein) del libro, La fenomenológica del espíritu, GWF Hegel escribió lo que se convertiría en la más polémica y debatida forma del entendimiento humano: la relación del opresor y el esclavo. Deseo detenerme en puntos principales de esa teoría evitando la explicación total de la misma.

En un primer punto Hegel dice que la relación de las dos autoconciencias del amo y el eslavo se encuentran en una lucha constante por el reconocimiento (punto que rescataría Francis Fukuyama en su mal criticada El fin de la historia y el último hombre). Es decir, que el opresor ha ganado un cierto reconocimiento, pero dicho reconocimiento (thymos) ha resultado meritorio (ha sido su justo premio) debido a la previa lucha sostenida entre el ahora esclavo y él.

En un segundo punto, Hegel dice que la ventaja del opresor es la de dominar completamente al trabajador; su goce es ser el que decide las ordenes y el que somete (es el opresor el que a través de la razón controla la realidad y por ende al individuo esclavo). Asimismo, Hegel diría que la aparente desdicha del esclavo se torna en esperanza dialéctica si es que pensamos en el futuro del eslavo, una ventaja frente a su amo, y una esperanza para convertirse él mismo en dominador: la ventaja es que, al contrario del amo, el esclavo conoce su trabajo de cerca. Es el esclavo el que sufre y es el esclavo el que conoce cómo salir de ese sufrimiento (con respecto a esto, Nietzsche decía que únicamente el individuo que sale de la mentira es aquel que la ha padecido). Esta postura fue tomada en cuenta por el movimiento negador marxista que introdujo una visión radical indignándose de que exista un opresor y un esclavo; el marxismo comunista quería deshacerse de la propiedad y del único (del dominador).

¿Pero que nos evoca todo esto? Bueno, al parecer, y si seguimos la tesis nietzscheana de que la vida es voluntad de poder, entonces podemos afirmar que nuestra vida se encuentra sujeta a una relación de amo y esclavo; es decir: o somos sometidos o nos someten. Pero esta relación no se restringe al plano exterior, al plano social, también somos sometidos por procesos afectivos. Pues bien a veces el amor, el odio, la venganza e incluso la alegría someten a nuestra razón y nos convertimos en “esclavos”, en sometidos. Sin embargo existe un problema: al pensar que somos “esclavos” y sometidos sentimos que nos quitan reconocimiento y/o conciencia, entonces catalogamos a nuestros opresores como perversos (malos, para hablar en cristiano) y los negamos totalmente. Entonces a través del conocimiento de nuestro trabajo (a través de nuestra exigencia de cordura y de intelecto) sometemos al ser “malo” que nos oprime (a las afecciones o individuos sociales), lo que genera una estricta coerción: represión.

La represión es negación, la contradicción también es una represión y tal como nos enseño los viejos Freud, Jung y Lacan; la represión es el veneno del alma. Entonces, la dialéctica del amo y del esclavo no debe ser comprendida, actualmente, como una supresión y no integración de un polo (amo o esclavo), la praxis es la afirmación y no la negación de algo, actuamos afirmando y no negando; “la lucha -dicen los marxistas de quilca, los chomskianos ollantistas, los intelectuales negadores de emociones, o los antiimperialistas rasca panzas- se basa en la negación, en suprimir la clase opresora”, pues he allí su error: pues debemos matar y no encerrar en el closet. Tanto nuestras afecciones (hoy por hoy en el mundo de los sentidos) como los “tiranos imperialistas” funcionan como opresores, lo cual debe ser una buena excusa para que nuestra razón (ahora, en el mundo de los sentidos, sometida) como nuestra cultura tercermundista busque una integración, ¿Qué es eso? Una comprensión, un pulir la mente, dejar de valorar sobre causas y efectos que merecen ser fusionados.

A continuación el más pelotudo, promiscuo represor, alienante escribal, negador de la cultura, historicista con duras hemorroides, el pseudo filósofo “José Pablo Feinmann”, aquel que cree que la mentalidad escribal todavía es la dominadora de nuestra sociedad, pues señor: estamos en el mundo de la estupidez, !estamos en el mundo de los sentidos!

Pesquisas de lo fantástico


Ensayado por... Pedro


Como nos dividimos nosotros los hombres cuando tratamos de explicarnos: por generaciones, países, sub-culturas. En lo intelectual, algunos de nosotros nos dividiremos por conductas apropiadas, con ciertas palabras rimbombantes y conducta sosiega, hilando silogismos espectaculares con razonamientos lógicos de temas desconcertantes. Otros, explicaremos claramente con ejemplos sociales y con un fondo tenue pero importante, nombraremos experiencias y hasta chistes para no caer mal. Lo primordial no está en la forma que decimos lo que decimos, únicamente en dejarnos entender.

Una fantasiosa mañana podré escribir al viento una parodia de la naturaleza perversa del hombre en una sociedad como la actual. Quizás, hablaré de paz entre los humanos y bellos aromas que circulen por los cielos celestes anonadando a todo aquel que si quiera intente desflorar nuestra esperanza de paz eterna.
O, mejor aún, explicaré bajo el parámetro de un índice, y siendo severo al rigor del esquema, un texto elegante y especializado que coloree los aburrimientos con citas textuales y referencias bibliográficas, haciendo con todos mis lectores una atractiva clase de seminario universitario 1 y 2. No importa como lo pensemos, sino que lo pensemos bien.

Lo fantástico y lo real se enlazan amorosos cuando tratan de hacernos entender las necesidades fundamentales como humanos. Lo tangible natural y lo fantástico de la niñez, juegan papeles duales, entre lo opuesto y complementario, ensalzan lo agrio del ser y destellan nuevas doctrinas para nuevos enamorados. Juegan en la temple de lo pacifico humano y callan cuando deben de callar, pero no dejan nunca de actuar, porque lo fantástico y lo real conviven, y siempre que queramos nos darán de alimentar.

Se sabe que el diccionario desmiente esto, lo separa radicalmente y oponen sus almas como dos enemigos que jamás se podrán entender. Entre real y lo fantástico no hay distinción (la vida es sueño y los sueños, sueños son), más si ciertas diferencias, ya que lo real está para aquel que quiere convivir con la esclavitud de no tener alas para escapar, y lo fantástico te las regala sin reprochar. Eso no debería de ser así, ambos deberían de integrarse intrínsecamente y confundirse como el aire y el viento. Pero para el hombre no hay mayor amenaza de orden y pulcridad que eso. Separar las cosas para que el status quo permanezca estable y dominte; entender a la sociedad como un opresor del ser es el primer punto para la liberación de uno mismo. Como aquel graffiti de mayo del 68, “las alambradas cierran calles, pero abren caminos”. Habría que abrir el camino de la libertad intelectual y jugar íntimamente con la mezcla real-fantástico, para dejar de pensar en cuadriculado, para dejar de ver la vida como un método, con su único índice de elevación en un libro de autoayuda.
Lo fantástico siempre estará ahí presente y de la mano con lo real, para que el menage a trois (real+fantástico+uno mismo) funcione, para que nuestras vidas mejoren, para que nunca dejemos de ser niños (punto central del texto), para que nunca dejemos de alimentar el alma, para que no necesitemos ser seres dependientes, para que olvidemos de subyugarnos a lo establecido, para que por fin, todo lo sagrado sea entendido y valorado.-

Multiplicidad



Por nuestro invitado y compañero dionisiáco:
Cedric Cáceres



Por las veces , perdidamente encadenadas
a estos cuentos sin personajes en tragedia

por los mares que aun sin garganta
nacen por las noches a brindar con la luna
en honor a soles que con ausencias
anochecen almas sin gripe

por los esta bien, que ya se conciben de nacimiento
falto de ética, entes de carne limón y sal
vestidos de corbata, cenicero y licor

por las cuatro y media de la mañana, que apremia a los huesos
con las garras metafísicas, de un yo existo
yo vivo, respiro, camino, me meo

Por todo lo prestado
no devuelto

Por todo elevado al cuadrado
y multiplicado por cero



Julio 2008
Buenos Aires

Nuestro pesimismo en el proceso del ser



Por Eduardo Yalán

Aristóteles decía que la esencia de cada cosa es lo que de cada cosa se dice que es por sí misma (Aristóteles. Metafísica, VII), es decir, que la definición del ser y de su existencia implica no solo su conocimiento actual, sino antecedente; comprendamos ahora que todo el proceso o desarrollo que implica al ser actual, de alguna manera define la esencia del mismo. Pongamos un ejemplo bárbaro: Cuando Hegel vio a Napoleón en los campos de Jena (al éste de Alemania) el filósofo afirmó, en sus escritos, que en realidad estaba contemplando al absoluto o al todo y no al gobernante francés. ¿Cómo es esto? Bueno, en realidad Hegel no vio a un francés que quería degollar a Federico Guillermo III, sino que Hegel apreció (tal como lo hizo también el joven Beethoven) que en Napoleón estaban comprendidos una “historia”, un proceso, un espíritu, que vislumbraba al ser y llegaba a parar hacia el sujeto. Es como decir que cada semilla en potencia es un árbol, pero que el árbol es solo un cascaron vacío si es que este no está comprendido por un proceso que esté, desde la germinación de la semilla, hasta el árbol. En el caso del hombre es lo mismo, necesariamente hay un espíritu (proceso) que lo comprende. Pero si maximizamos esta cuestión podemos afirmar que el espíritu de nosotros, en cuanto sujetos, es nuestra herencia cultural/familiar, es decir, desde el comienzo del primer hombre hasta ti, tu eres el espíritu, tu eres las generaciones.

Proceso=Espíritu
Espíritu=Hombre

Y, si seguimos este ejemplo, podemos afirmar que cada uno de nosotros, seres humanos, no somos únicamente meros seres individuales o desheredados, sino que somos la manifestación del todo, de una historia que nos precede, de un espíritu absoluto que se manifiesta en nosotros, somos las neuronas de Dios (para hablar en buen cristiano).

Pero, ¿Qué me interesa eso a mí? Bueno, en esa particular cabeza de naranjos y páginas de colores debe existir, por lo menos, una idea de lo que eres. ¿Haz preguntado acaso si eres un ente que, debido a sus cualidades y/o características particulares, desea matar al espíritu, a lo absoluto, a ese proceso que te antecede? Y quiero que se entienda la palabra matar como un transformar, integrar. Entonces, ¿que nos es justo matar de todo ese proceso previo que nos comprende? (Tomando en cuenta que necesariamente, si estamos matando a ese espíritu, nos estamos matando a nosotros). Para hacer más clara esta reflexión: ¿hemos notado lo cuan pesimistas somos? ¿Nos hemos dado cuenta de que el pesimismo siempre va a estar muy bien visto yuxtapuesto al optimismo? ¿Por qué siempre una opinión pesimista va a ser siempre más seria e importante que una opinión optimista? ¿Es el pesimismo de nuestra cultura una herencia que debemos matar o es acaso un germen dialéctico que solo ha molestado durante todo este tiempo?

Pues les presento a esa, nuestra pena, cargar siempre con el espíritu, porque nosotros (estoy hablando a la gran masa aparente y sórdidamente temerosa) no sabemos matar al espíritu. Así venga un marxista, un hippie, un marihuanero, un borracho necio, un individualista, un ateo, un intelectual subversivo, un negador del espíritu; siempre se va ha quedar allí, siempre será un dialéctico. ¿Y saben lo que es ser un dialéctico? Una persona que se enorgullece en contradecir y negar. ¿Y saben lo que es contradecir a lo establecido? Es sola y únicamente cambiar de postura, es seguir jugando a las manitas con el viejo y obsoleto espíritu, es seguir en la misma mierda, es actuar en base a lo que el otro diga, es negar por mero capricho a lo moral y justo: solamente haz cambiado de postura. Entonces ¿Qué es matar al espíritu? ¿es acaso negarlo, o contradecirlo? No señores, la mejor manera de matar al espíritu es buscar su integración ¿Acaso Nietzsche dijo Dios no existe?

Digamos, por último que esta nueva epoca (la posthistoria, la tercera ola, el post nihilismo, la electronalidad linguistica, el mundo de los sentidos) va ha forzar a generaciones precedentes a matar al espiritu, será de ellos el goce, no de nosotros.