Abordar a Foucault: La nave de los locos

Cuadro: La Nef des fous; el Bosco. Óleo sobre tabla

Por: Eduardo Yalán Dongo

Cuando en un periódico, que para bien no recuerdo el nombre, se argumentaba en un artículo que el 80% de los peruanos sufríamos de trastornos mentales en potencia, no quería decir más que de alguna manera existen fenómenos mentales que nos atan a la locura leve, a la locura cotidiana, de esa que escuchamos dentro del discurso cotidiano: “ese weon esta loco” y en estas palabras se arrastra la distancia. Es verdad que existe un miedo a la locura desde la época clásica, desde la aparición de la razón como centro del mundo, nacían hombres como Descartes o Kant que no se tragaban el cuento de los sentidos ni de la sin-razón, todo debía estar claramente explicado dentro de la estructura racional del hombre. Digamos que gracias a la visión cartesiana y posteriormente kantiana de la locura, hemos censurado la visión renacentista e incluso primitiva que se tenía de ella. Del loco como figura de sabiduría, del loco que profería profecías, a veces hasta premoniciones sobre la vida y la realidad. Hace falta mencionar a Dionisio en Grecia como padre de la locura y de la embriaguez:

Penteo:

¿Celebras los ritos de noche o por el día?

Dionisio:

La mayoría de noche, las tinieblas traen devoción

La oscuridad siempre fue un tema a temer dentro de la sociedad cartesiana y kantiana, la oscuridad, las sensaciones que son un saber enajenado para nuestra cultura; si en el renacimiento el loco era un errante, un nómada en un navío, adornado de imágenes como la vida, la verdad, la risa, la muerte; en la época clásica, el pensamiento cartesiano ahogo aun más toda la noción ya de por sí rechazada de la época renacentista acerca de la locura y la sumió en las tinieblas. Nietzsche decía: “No la duda, la certeza es la que vuelve loco”, Otra vez Nietzsche: “!Ningún Pastor y un solo rebaño! Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien tiene sentimientos distintos marcha voluntariamente al manicomio.” La certeza de ser distintos, quizá seamos hoy, todos unos locos.

“La locura fascina porque es saber” dice un muy bien enterado Foucault, un profesional que escribió una “historia de la locura” y que paradójicamente nunca cayó en la definición del “loco” o de la “locura” como tal. La pintura de El Bosco, !esa es la historia de la locura!, la nave de los locos, un navío cargado de saber, rechazado y reprimido, vagando de aquí para allá, saber enajenado pero saber al fin. ¿Qué significa esta nave? Y aquí me interrumpe otra vez el señor Foucault: “La locura siempre ha sido excluida”, y en esta medida estamos considerados como locos, en esta medida somos locos en potencia. La sociedad es también un navío flotando sobre un pensamiento racista, dentro de unas relaciones de poder que la hacen compleja, somos ciudadanos, somos locos, pero alguna vez no fuimos ciudadanos, somos estudiantes de universidad, somos locos encerrados y reducidos por una estructura, pero algún día no lo seremos. Estaremos ya curados, como la locura misma dentro de un manicomio, es la esperanza de la locura sanarse, es la esperanza del estudiante graduarse.

¿Por qué obtener la certeza? ¿Para ser encerrados y volvernos locos? ¿Qué placer hay en la locura que la hace entretenida? El manicomio moderno estuvo en el centro de este cuestionamiento. Si el manicomio existe, existe también el deseo de salir de él, si existe el contenido existe también aquello que lo contiene, el deseo por cuestionar el estado del sujeto: ¿Qué es lo que nos contiene? Así como existe también el deseo por acabar con la propia vida y degustar del derecho y placer de morir (filosofía que comprendería muy bien Gilles Deleuze). Si el manicomio existe...¿Pero, hoy existe? La pluralidad, la divergencia y la otredad virtual han comenzado por derribar los muros del manicomio clásico, no interesa ahora la necesidad de preguntas existenciales que nos sumerjan a la reflexión. La posmodernidad y el mundo de los sentidos salió cabalgando y degollando cabezas cartesianas. Vivimos en una época baudrillardiana, donde la realidad poco importa, donde la locura camina a sus anchas de la mano de Dionisio.

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