Fenomenología del racismo

Por: Eduardo Yalán
Fotografia: Claudia Villaseca Flores

“Mira el rostro blanco y el cuerpo negro de la noche hasta que

dejes de percibir la diferencia entre albura y negrura(…)”

Emilio Adolfo Westphalen (Ha vuelto la Diosa Ambarina)


Mañana del sábado 27 de Junio, tomé el periódico nacional habitual (“El Comercio”), y me encontré con una portada muy nostálgica; la muerte de Michel Jackson. Tras un lapso de venial tristeza y de curiosidad thanática por la información, detecté otra nota informativa: “Alicia delgado recibió 8 puñaladas”. Dentro de toda la carga nostálgica de ambas noticias y de lo relevante de ambas muertes en el Perú, me pareció curiosa la distribución de la información en el periódico, por un lado Michael en una imagen a gran escala que ocupaba gran porcentaje de la carátula, y por el otro lado, Alicia, sin imágenes, acompañada de una pálida fonética y perdida dentro de los vericuetos del periódico. Alicia Delgado fue una cantante folklórica cuya muerte ha suscitado gran revuelo en los medios masivos de comunicación, medios estigmatizados como “chichas” por no decir “medios para cholos/mestizos”. El Comercio es la antípoda per excellence de estos últimos, antípoda de una cultura determinada. Recogiendo esta perspectiva y otras muchas que han venido acaeciendo en el Perú (como los dimes y diretes entre Bagua y el Gobierno de turno) deseo dar un punto de vista con respecto al tema de la discriminación (buen eufemismo para el racismo) subrepticio en nuestra sociedad.

En Latinoamérica, de la manera más hipócrita y contradictoria, el racismo se resiste aún a morir, muchos psicólogos, sociólogos y antropólogos han buscado una solución o análisis causal a este “fenómeno social arcaico” limitándose al “deber ser”. Dicen por ejemplo: “el racismo no debe ser, no debe existir”, y en teoría no debe, pero aun así existe, y de una forma vulgar. Pero añadamos otro punto de vista, tal vez interesante, al tema del “racismo”, dejemos de lado el “deber ser” y abordemos quizá una perspectiva más curiosa e interesante. Como decía Aristóteles, somos una especie social, el hombre es una animal social que pertenece lógicamente a un grupo social (sea este pequeño o grande, de corto o largo plazo). Ahora bien, tomando en cuenta esto, el ser social debe acatar la moral y normas sociales para sentirse parte del grupo e identificarse con éste; esto no es más que desear una seguridad y evitar una inseguridad, un “operar en la nada”. A nadie le gusta estar solo, pero para no estarlo se deben acatar ciertas normas, si no las acatas, entonces estas fuera. Es así como el ser social, subrepticiamente, se integra en la sociedad y adopta, según su praxis vital, un papel en la sociedad: o bien es dominador o bien es sumiso. Es importante resaltar esto, el carácter jerárquico/piramidal que posee nuestra sociedad, y de cómo nos auto ubicamos en este esquema social. Psicólogos como Lamberth, Morris, Moscovici, Enrique Salgado, y el genial James Whittaker reconocen este valor social intrínseco en la motivación individual.

Ahora bien, exploremos la fenomenología del racismo. La escencia del fenómeno está definida por la fuerza que la comprende, y este caso no es la excepción. Retomando la idea de dominación y sumisión, si un dominador (el ideal) le increpa al sumiso (yo) sobre algo mal hecho por este último, el ser social sumiso se sentirá inseguro ya que sentirá que dejó de pertenecer a la sociedad (un ejemplo muy literal es el que Ramón Ribeyro nos da en su cuento “Alienación”). Digamos que la escencia del racismo es su característica social compuesta, la negación (dialéctica) de una clase dominante (victimarios) hacia la clase sumisa (victimas) provoca insatisfacción por la inseguridad que sienten al creer que ya no pertenecen mas al grupo social, su estabilidad en el grupo depende de lo que diga el ideal, el jefe. Y, como sabemos, la creencia genera afecto. Citar a la judía y filósofa Hannah Arendt me parece oportuno en este momento: “En este mundo insensato es mucho mas fácil ser aceptado como un gran hombre que como un ser humano”. No es la idea ser un gran hombre, sino ser un “ser humano”, un ser que no se sienta dependiente de un esquema jerárquico/social.

Una solución al racismo es hacer que el ser social se sienta autorealizado y no reconocido dentro de su sistema, es decir, inocular la creencia que reafirme la trascendencia del ser humano dentro de ese pútrido “esquema social jerárquico”, la trascendencia de aquella masa, sin la imperiosa búsqueda por el reconocimiento. Repito, una creencia significa un alud de emociones. Desde esta perspectiva considero al racismo de la manera como lo considera Martin Tanaka; un “arcaísmo intolerable” y no desde la perspectiva psicoanalítica que asegura al racismo como un problema integro basado en la otredad, en la no comprensión de lo otro. No toman en cuenta la condición sine qua non entre lo social y el fenómeno racista. Nietzsche, sin querer, se inmiscuye en este problema: “no se ataca solamente para perjudicar a alguien, para vencerle, sino tal vez, a veces, por el mero placer de adquirir conciencia de su fuerza.” (HDH 317) El carácter activo del victimario hace que éste reafirme su jerarquía dominante con urdimbre espíritu, utilizando los más inverosímiles, estúpidos, palurdos e inconsistentes argumentos como lo han sido (a lo largo de la historia) la frenología, la superioridad aria, la superioridad fenotípica, y demás entelequias. Pero para el dominante todo es necesario, hasta esto ¿Cómo viviría el racista sin la inconsistencia? Para el que no busca reconocimiento esto no es de suma importancia, “a la mierda Bartolomé de las Casas, Hitler, Noé, y ese hijo de puta de Michael Jackson”. El racismo se resiste a morir pero morirá, porque la dialéctica paulatinamente muere, porque los intelectuales mueren y con ellos su amargo rechazo, la palabra escrita vinculada al racismo homogéneo se diluye, las creencias y las jerarquías se distorsionan, el racismo es un “arcaísmo intolerable” es un residuo último del cambio de paradigma. El racismo, como lo conocemos, cambiará, y “cambiará pues”.

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