Son 23 años tejidos a retazos, por ahora. Serán 29, 43, 65, 87 (por ser ordenado) irán pasando los días uno por uno, y el tiempo seguirá atravesando de esa manera desesperada los ríos que alimentan nuestras vidas de experiencia: si te echas a descansar unos minutos a mojarte los pies, a sentir la brisa acariciarte el rostro, miles instantes posiblemente importantes abran pasado sobre ti: el tiempo no nos deja disfrutar de ciertos detalles de la vida. El fin del tiempo es envejecernos.
Yo no deseo el daño temporal de volverme escaso de recursos y encruztarme en la dependencia completa, sobre una silla de ruedas, entre el bacín y la nostalgia. No quisiera vivir en la penumbra y tener que sentarme frente a un televisor, y ver en él la maldita estrategia de la vida, que nos da el mundo y las experiencias, y que poco a poco ella misma nos la quita. Estrategia que, aunque curiosa, solo nos hace ver más amarillentos cada día, más indispuestos a negar que pronto llegará la inminente parca, sin balsa que nos rescate.
Andaré boquiabierta entre pasillos blancos como mis propios cabellos, aterrorizado de lo depresivo de mi lugar, en donde moro rodeado de sepulcridad y en donde pienso, moriré. Y sentado frente a aquel televisor, rodeado de gente inválida y anciana, observaré sin necesidad de álbumes o llaveritos hermosas fotografías mías, nuestras, y me acercaré a ti en mi silla de ruedas nos pondremos melancólicos cuando nos repitamos entre silencios que parece que aquellos momentos hubieran sucedido ayer. Nos veremos bailando en la promoción de colegio, veremos a nuestras madres con los brazos abiertos esperando un beso, acariciaremos una vez más a la mujer que nos enamoró de por vida, nos volverán a golpearán nuestros errores de jóvenes, nuestras locuras, los juguetes que quedaron regados en el pasado tendrán aún el olor en nuestro corazón, las sonrisas fotográficas que quedaron perennes en pedazos de cartón se quedarán inmóviles en el zaguán de mi casa de recuerdos: espero disculpes esté un poco sucia y vetusta.
Imagínanos allí, los dos sentados en una gran sala blanca viendo nuestras propias memorias restregándonos en la cara que ya mucho tiempo pasó (muy poco tiempo ciertamente) pero que el sufrimiento continuará porque por ahora aún no te toca despedirte, hasta ahora no tienes nada que hacer Allí. Y así, con los pómulos pálidos y los olores fétidos seguimos siendo los mismos que fuimos, con el mismo corazón que en algún momento quiso patear y gritar, se puso de pie para enfrentar, quiso cambiar el mundo. Los audiovisuales internos nos atormentan la vejez y pasan como una presentación confusa de sucesos de nuestra niñez, juventud y adultez que confundimos y no recordamos con exactitud pero quedan punzantes en lo profundo del alma para congelarnos y muchas veces hacernos sonreír, más en su mayoría, entristecernos.
Hasta que una tarde en la que sigas explorando tus recuerdos pasados sin mi, algo te haga cerrar los ojos cansados y la verás venir: las cosas tendrán más sentido. Levantarás el rostro hacia lo inmenso y luminoso, levitarás delicadamente y caerás rendida de gozo en los brazos de un ángel encantador que te guiará motivada con la sola gracia de rescatarte finalmente de este mundo que tan poco te comprendió, pero que tanto te regaló. Bienvenida(o), te dirá. Te acariciará las mejillas y en sus brazos cruzarás deleitada los lumbrales más cercanos de la tierra, y todos nos despediremos de ti con sonrisas y movimientos ondulados de mano, y todos nosotros, los ancianos que te acompañamos en esos dias de bacín y nostalgia entristeceremos, porque nosotros también ansíamos correr tu misma suerte pronto.
Yo no deseo el daño temporal de volverme escaso de recursos y encruztarme en la dependencia completa, sobre una silla de ruedas, entre el bacín y la nostalgia. No quisiera vivir en la penumbra y tener que sentarme frente a un televisor, y ver en él la maldita estrategia de la vida, que nos da el mundo y las experiencias, y que poco a poco ella misma nos la quita. Estrategia que, aunque curiosa, solo nos hace ver más amarillentos cada día, más indispuestos a negar que pronto llegará la inminente parca, sin balsa que nos rescate.
Andaré boquiabierta entre pasillos blancos como mis propios cabellos, aterrorizado de lo depresivo de mi lugar, en donde moro rodeado de sepulcridad y en donde pienso, moriré. Y sentado frente a aquel televisor, rodeado de gente inválida y anciana, observaré sin necesidad de álbumes o llaveritos hermosas fotografías mías, nuestras, y me acercaré a ti en mi silla de ruedas nos pondremos melancólicos cuando nos repitamos entre silencios que parece que aquellos momentos hubieran sucedido ayer. Nos veremos bailando en la promoción de colegio, veremos a nuestras madres con los brazos abiertos esperando un beso, acariciaremos una vez más a la mujer que nos enamoró de por vida, nos volverán a golpearán nuestros errores de jóvenes, nuestras locuras, los juguetes que quedaron regados en el pasado tendrán aún el olor en nuestro corazón, las sonrisas fotográficas que quedaron perennes en pedazos de cartón se quedarán inmóviles en el zaguán de mi casa de recuerdos: espero disculpes esté un poco sucia y vetusta.
Imagínanos allí, los dos sentados en una gran sala blanca viendo nuestras propias memorias restregándonos en la cara que ya mucho tiempo pasó (muy poco tiempo ciertamente) pero que el sufrimiento continuará porque por ahora aún no te toca despedirte, hasta ahora no tienes nada que hacer Allí. Y así, con los pómulos pálidos y los olores fétidos seguimos siendo los mismos que fuimos, con el mismo corazón que en algún momento quiso patear y gritar, se puso de pie para enfrentar, quiso cambiar el mundo. Los audiovisuales internos nos atormentan la vejez y pasan como una presentación confusa de sucesos de nuestra niñez, juventud y adultez que confundimos y no recordamos con exactitud pero quedan punzantes en lo profundo del alma para congelarnos y muchas veces hacernos sonreír, más en su mayoría, entristecernos.
Hasta que una tarde en la que sigas explorando tus recuerdos pasados sin mi, algo te haga cerrar los ojos cansados y la verás venir: las cosas tendrán más sentido. Levantarás el rostro hacia lo inmenso y luminoso, levitarás delicadamente y caerás rendida de gozo en los brazos de un ángel encantador que te guiará motivada con la sola gracia de rescatarte finalmente de este mundo que tan poco te comprendió, pero que tanto te regaló. Bienvenida(o), te dirá. Te acariciará las mejillas y en sus brazos cruzarás deleitada los lumbrales más cercanos de la tierra, y todos nos despediremos de ti con sonrisas y movimientos ondulados de mano, y todos nosotros, los ancianos que te acompañamos en esos dias de bacín y nostalgia entristeceremos, porque nosotros también ansíamos correr tu misma suerte pronto.
No dejen de ver el video, ni notar la buena actuación de Moby.
1 puntos de vista:
vive y nada más
las crónicas no dan dinero pero a cambio dan mucho más.
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