Por Eduardo Yalán
Aristóteles decía que la esencia de cada cosa es lo que de cada cosa se dice que es por sí misma (Aristóteles. Metafísica, VII), es decir, que la definición del ser y de su existencia implica no solo su conocimiento actual, sino antecedente; comprendamos ahora que todo el proceso o desarrollo que implica al ser actual, de alguna manera define la esencia del mismo. Pongamos un ejemplo bárbaro: Cuando Hegel vio a Napoleón en los campos de Jena (al éste de Alemania) el filósofo afirmó, en sus escritos, que en realidad estaba contemplando al absoluto o al todo y no al gobernante francés. ¿Cómo es esto? Bueno, en realidad Hegel no vio a un francés que quería degollar a Federico Guillermo III, sino que Hegel apreció (tal como lo hizo también el joven Beethoven) que en Napoleón estaban comprendidos una “historia”, un proceso, un espíritu, que vislumbraba al ser y llegaba a parar hacia el sujeto. Es como decir que cada semilla en potencia es un árbol, pero que el árbol es solo un cascaron vacío si es que este no está comprendido por un proceso que esté, desde la germinación de la semilla, hasta el árbol. En el caso del hombre es lo mismo, necesariamente hay un espíritu (proceso) que lo comprende. Pero si maximizamos esta cuestión podemos afirmar que el espíritu de nosotros, en cuanto sujetos, es nuestra herencia cultural/familiar, es decir, desde el comienzo del primer hombre hasta ti, tu eres el espíritu, tu eres las generaciones.
Proceso=Espíritu
Espíritu=Hombre
Y, si seguimos este ejemplo, podemos afirmar que cada uno de nosotros, seres humanos, no somos únicamente meros seres individuales o desheredados, sino que somos la manifestación del todo, de una historia que nos precede, de un espíritu absoluto que se manifiesta en nosotros, somos las neuronas de Dios (para hablar en buen cristiano).
Pero, ¿Qué me interesa eso a mí? Bueno, en esa particular cabeza de naranjos y páginas de colores debe existir, por lo menos, una idea de lo que eres. ¿Haz preguntado acaso si eres un ente que, debido a sus cualidades y/o características particulares, desea matar al espíritu, a lo absoluto, a ese proceso que te antecede? Y quiero que se entienda la palabra matar como un transformar, integrar. Entonces, ¿que nos es justo matar de todo ese proceso previo que nos comprende? (Tomando en cuenta que necesariamente, si estamos matando a ese espíritu, nos estamos matando a nosotros). Para hacer más clara esta reflexión: ¿hemos notado lo cuan pesimistas somos? ¿Nos hemos dado cuenta de que el pesimismo siempre va a estar muy bien visto yuxtapuesto al optimismo? ¿Por qué siempre una opinión pesimista va a ser siempre más seria e importante que una opinión optimista? ¿Es el pesimismo de nuestra cultura una herencia que debemos matar o es acaso un germen dialéctico que solo ha molestado durante todo este tiempo?
Pues les presento a esa, nuestra pena, cargar siempre con el espíritu, porque nosotros (estoy hablando a la gran masa aparente y sórdidamente temerosa) no sabemos matar al espíritu. Así venga un marxista, un hippie, un marihuanero, un borracho necio, un individualista, un ateo, un intelectual subversivo, un negador del espíritu; siempre se va ha quedar allí, siempre será un dialéctico. ¿Y saben lo que es ser un dialéctico? Una persona que se enorgullece en contradecir y negar. ¿Y saben lo que es contradecir a lo establecido? Es sola y únicamente cambiar de postura, es seguir jugando a las manitas con el viejo y obsoleto espíritu, es seguir en la misma mierda, es actuar en base a lo que el otro diga, es negar por mero capricho a lo moral y justo: solamente haz cambiado de postura. Entonces ¿Qué es matar al espíritu? ¿es acaso negarlo, o contradecirlo? No señores, la mejor manera de matar al espíritu es buscar su integración ¿Acaso Nietzsche dijo Dios no existe?
Digamos, por último que esta nueva epoca (la posthistoria, la tercera ola, el post nihilismo, la electronalidad linguistica, el mundo de los sentidos) va ha forzar a generaciones precedentes a matar al espiritu, será de ellos el goce, no de nosotros.
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