Ética demostrada según el desorden afectivo

Por: Eduardo Yalán Dongo


Comenzaré con esta pregunta: ¿Qué es más ético, controlar nuestras emociones, pasiones y sentimientos por el bien común o hacerlo para satisfacer nuestro propio conocimiento, el conocimiento de nosotros mismos? La pregunta, especialmente para los filósofos moralistas, religiosos y demás ascetas políticos de segunda, es simple: el bien común o la libertad es el objetivo que se ansia para generar una conciencia del otro, para aproximarnos al entendimiento de los derechos humanos. Se oyen soluciones éticas como la tolerancia, el respeto humano, la libertad, el bien común, la autonomía, la libertad pensada, entre otras. La ética ha hecho que estos conceptos sean aplicados a todas las profesiones, ciencias y demás sofisterías dejando que ellas se ilusionen pensando que es más ético un profesional que duerme sobre las sabanas de lo que debe ser el mundo, objetivamente hablando. La ética en general exige, para lograr este objetivo, no solo el involucramiento de las pasiones, sino que ante todo busca y desea su domesticación, desea que nuestras pasiones sean paralizadas y sesgadas de toda actividad con los otros. La relación de las pasiones con la ética es muy importante, tanto para la apreciación que podemos tener de las pasiones mismas como para comprender a la ética (ethike, ethos) misma, ambas se encuentran íntimamente relacionadas.

Para comprender todo este caos debemos primero definir a la ética en cuanto a disciplina y etimología. La palabra ética proviene del griego ethos o ethike, que significa al parecer indistintamente costumbre o carácter. La traducción latina de esta palabra ha hecho que poseamos dos significados que el vulgo ha comprendido como sinónimos: moral y ética. La moral (mos, moris, mores) es la traducción latina del termino griego ethos, que significa y se aboca más al sistema de valores inmanente en una comunidad, pueden ser estos herencia de generaciones pasadas o creaciones de algún jurista del estado. Por otro lado, la ética tiene una connotación my distinta; ella no es más que la reflexión filosófica sobre el sentido de dichas normas morales.

La ética es sobre todo una “manera de vivir”, permite saber qué sistema de creencias es el más deseable, para la ética, se entiende desde luego, “todos somos competentes para opinar”. Todos poseemos una manera de vivir, como dice Miguel Giusti en un análisis de la ética contemporánea: “Si decimos que una persona no es ética, entonces estamos diciendo que [las personas] no posean una concepción valorativa de la vida” Toda persona pues posee una ética y decir que una persona, por un acto inmoral cometido, no tiene ética es muy precipitado, incluso para el vulgo.

Ya lo dice Hegel en su Principio de la Filosofía del Derecho: “Pero, aunque moralidad y ética, de acuerdo a su etimología, fueran sinónimas, esto no impediría servirse de estas distintas palabras para conceptos distintos.” Claro, Hegel expone a lo largo de todo el aforismo 33 de este libro una distinción que no tiene nada que ver con el concepto ética o moral que conocemos, dice Hegel que la moral corresponde mas a lo enseñando por Kant y la filosofía moderna y que la ética, por otro lado, esta mas abocada a las enseñanzas aristotélicas y su persecución de la felicidad (eudaimonía). Entonces la ética es un factor en sí y para sí del hombre, un factor subjetivo y no objetivo, la ética no es moral.

Así como no debemos confundirnos con la terminología entre ética y moral, tampoco no debemos dejar de lado a Hegel en las disertaciones que conciernen a la ética. La visión que Hegel da a la ética se cierne en su concepto expuesto en la fenomenológica; el espíritu objetivo. El espíritu, esa extraña conciencia humana colectiva ha sido interpretado conforme su época, con forme los ideales de libertad y su graduación en el tiempo.

Si para Hegel el espíritu representa la vitalidad de las cosas humanas, en la ética esta vitalidad se refleja en el espíritu objetivo, la forma como se encuentra integrado el sujeto y la sustancia, la forma en como la libertad se encuentra plasmada en las instituciones de la sociedad; el principio de la filosofía del derecho. El ethos no se encuentra, según Hegel, en como dotemos al sujeto o a la sustancia independientemente valoración; los antiguos (los predecesores de Hegel) buscaban ante todo, en la ética, un sentido de bienestar común, de ideal de vida, algo fétidamente platónico. En la sociedad de Hegel, eran escasos los espíritus libres, aquellas personas que sobrepasen ese bienestar común aristotélico.

Comenzará con esta eticidad de Hegel, una carrera moral por el reconocimiento. La célebre figura del amo y del esclavo en la fenomenológica del espíritu es la referencia más inmediata de cualquier hegeliano, una dialéctica que se enfoca en dos procesos básicos: la búsqueda y obtención de reconocimiento y libertad. Esta lucha dialéctica la recogerán tanto Marx, Nietzsche Kierkegaard y Stirner. La ética refiere, si continuamos guiándonos por Hegel, una satisfacción dialéctica que se sacia solo a través de la libertad y el reconocimiento, de cómo las instituciones salvaguardan por estos objetivos humanos. ¿Pero, y que conmigo? ¿Debo siempre buscar la libertad sin buscar la satisfacción de mi causa? ¿Debo ser egoísta?

Entonces ¿Qué es lo preferible? ¿Qué es mas ético, que denota más libertad?: ¿el desenfreno de las pasiones o quizá su represión por el bien común? Lo que siempre ha quedado pendiente ha sido nuestro espíritu sensible, nuestros deseos indeterminados, nuestras pasiones, nuestras emociones, afecciones y percepciones; ¿y aun así se le sigue insultando al ser humano diciéndole que reprima a su alma sensible?

Lo más óptimo, lo más ético, lo mas saludable, la buena conciencia, todo lo que es se inicia en el desenfreno de nuestra alma sensible, en el paroxismo de los sentidos, en trascender del cuerpo al espíritu. La libertad no se consigue en la sociedad sino en la inmanencia de nosotros mismos para con el todo, el reconocimiento es mas plausible si lo apreciamos como algo introspectivo, como un reconocimiento de nuestras fuerzas. ¿Pero la libertad se alcanza acaso en el dominio de las pasiones por el bien común? ¿Por el respeto de un Dios? ¿Es la razón y la pasión una lucha constante? Al parecer si, pero, para un espíritu libre (atención con esa palabra) la razón y la pasión se integran, se balancean. El principio del amor al prójimo; amate a ti y para amar a los demás: matate a ti mismo.

La ética no se encuentra en el cuestionamiento de un Dios muerto, ni en dotar de valor a nuestro propio yo; la ética debe de apuntar al olvido y supresión del yo para dar paso a una liberación de las pasiones. ¿Y la razón? La razón se introduce en nosotros cuando fluctúa la muerte del paroxismo, con la muerte de Dionisio, la razón (no la idea de que tenemos de un afecto) es el camino para saber y conocer nuestras fuerzas, aquellas entidades o Dioses (como las llamaría Deleuze) que nos comprenden. ¿Moral de las pasiones? En realidad hay que matar a la moral, en realidad hay que desenmascararla, en realidad no existen fenómenos morales, sino una interpretación moral de los fenómenos, como decía el filosofo. Dicho sea sin eufemismos; no son validos ninguno de los valores morales que proponemos a diario; la ética, por otro lado se encarga de desenmascarar, cual axiología, a dichas normas ascetas, a esos comandments que a diario nos retiran de nosotros mismos, que periódicamente están construyendo una exaltación maléfica de nuestro yo:

“Dios y la humanidad no basaron su causa sobre nada, sobre nada más que ellos mismos. Yo basaré, entonces, mi causa sobre mí; soy, como Dios, la negación de todo lo demás, yo todo para mí, soy el único (…) nada esta por encima de mí”. (Max Stirner. El único y su propiedad)

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