Cuando leí “El fin de la historia y el último hombre” de Francis Fukuyama, el manejo histórico que este entendido autor daba a la “historia” me pareció confuso; no podía entender como se podía anunciar el “fin de la historia”: “Lo que yo sugería que había llegado a su fin no era la sucesión de grandes y graves acontecimientos, sino “la historia” es decir, la historia comprendida como un proceso único, evolutivo, coherente.” (Fukuyama. El fin de la historia y le último hombre) Ahora tras breve tiempo de reanudar su lectura todo es tan claro. Los entendidos aúllan acerca de la bravura de Fukuyama, el hombre pluscuamperfecto se desespera al escuchar que la “historia ha muerto”, se aferra al pasado y le da miedo el futuro. El problema de no haber comprendido que “la historia ha muerto” germina en que su comprensión se encuentra dependiente de los hombres antiguos, hombres cuyo terror se ufana del futuro. El vulgo conservador dice: “La historia no ha muerto, los acontecimientos, los mas grandes de ellos, siguen sucediendo. El ataque de las torres gemelas lo ha demostrado”. Pero argumentar esto es desconocer en que medida ha muerto la historia; no son los acontecimientos los que han muerto, sino el proceso cultural al cual estamos sometidos.
El fin de la historia supone el final y el sucesivo comienzo de algo nuevo, en el caso tratado por Fukuyama, el de la política/estado. Fukuyama sigue los preceptos hegelianos y marxistas que trataron a la historia, preceptos que hoy no comprendemos. “En vez de una historia humana orientada en una única dirección, parecía haber tantas metas como pueblos o civilizaciones.” Fukuyama aborrece al rechazo de la tecnología, aquellas personas que repudiaron, desde el romanticismo, los avances de la ciencia. Relacionemos lo dicho por Fukuyama con lo que acaece en nuestra cultura moderna, preguntémonos, ¿la conciencia histórica, la tenemos? Definitivamente partamos con afirmar que ha existido un cambio que nos ha dividido, estamos en un cambio cultural reafirmado por el desarrollo de la tecnología, la ausencia de conciencia histórica es un efecto de este proceso aun no culminado.
Actualmente no podemos decir que no existe una conciencia histórica, principalmente en nuestra juventud, lo mas apropiado es afirmar que no existe un interés por el proceso histórico. En general aborrecemos el proceso, hombres virtuales, no queremos leer ya párrafos largos, no queremos esperar tanto por una respuesta, no deseamos siquiera experimentar un proceso pausado, lento, agradable; esto ha sido el efecto de la difusión de la Internet, el teléfono móvil, la inmediatez de la correspondencia y la reciprocidad. La memoria es un dominio exclusivo de estos medios, la tecnología controla la memoria social, y por ende la historia esta en manos de estos medios. Esto, más la perdida del interés por el proceso han hecho que nuestra historia sea diferente, no afirmada, no conocida. Pero, por otro lado, la historia se ha hecho más dispuesta, a pesar de no interesarnos tenemos a la historia a nuestra sutil disposición, cada especificación histórica esta a nuestro inmediato alcance. Hay que reflexionar acerca de las manos que dominan la memoria social, ¿Quién domina la historia (entendiéndola como vulgarmente la entendemos, es decir los acontecimientos) y quien conoce la historia (entendiéndola como el cambio cultural)? Pueden dominar los acontecimientos, las fechas, los códigos históricos, seleccionarlos y matar con ello la vida, pero no pueden tapar los cambios culturales con el dedo, somos concientes de ellos: “tan solo de las mas poderosa fuerza del presente se puede interpretar el pasado”.
El fin de la historia supone el final y el sucesivo comienzo de algo nuevo, en el caso tratado por Fukuyama, el de la política/estado. Fukuyama sigue los preceptos hegelianos y marxistas que trataron a la historia, preceptos que hoy no comprendemos. “En vez de una historia humana orientada en una única dirección, parecía haber tantas metas como pueblos o civilizaciones.” Fukuyama aborrece al rechazo de la tecnología, aquellas personas que repudiaron, desde el romanticismo, los avances de la ciencia. Relacionemos lo dicho por Fukuyama con lo que acaece en nuestra cultura moderna, preguntémonos, ¿la conciencia histórica, la tenemos? Definitivamente partamos con afirmar que ha existido un cambio que nos ha dividido, estamos en un cambio cultural reafirmado por el desarrollo de la tecnología, la ausencia de conciencia histórica es un efecto de este proceso aun no culminado.
Actualmente no podemos decir que no existe una conciencia histórica, principalmente en nuestra juventud, lo mas apropiado es afirmar que no existe un interés por el proceso histórico. En general aborrecemos el proceso, hombres virtuales, no queremos leer ya párrafos largos, no queremos esperar tanto por una respuesta, no deseamos siquiera experimentar un proceso pausado, lento, agradable; esto ha sido el efecto de la difusión de la Internet, el teléfono móvil, la inmediatez de la correspondencia y la reciprocidad. La memoria es un dominio exclusivo de estos medios, la tecnología controla la memoria social, y por ende la historia esta en manos de estos medios. Esto, más la perdida del interés por el proceso han hecho que nuestra historia sea diferente, no afirmada, no conocida. Pero, por otro lado, la historia se ha hecho más dispuesta, a pesar de no interesarnos tenemos a la historia a nuestra sutil disposición, cada especificación histórica esta a nuestro inmediato alcance. Hay que reflexionar acerca de las manos que dominan la memoria social, ¿Quién domina la historia (entendiéndola como vulgarmente la entendemos, es decir los acontecimientos) y quien conoce la historia (entendiéndola como el cambio cultural)? Pueden dominar los acontecimientos, las fechas, los códigos históricos, seleccionarlos y matar con ello la vida, pero no pueden tapar los cambios culturales con el dedo, somos concientes de ellos: “tan solo de las mas poderosa fuerza del presente se puede interpretar el pasado”.
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