La repatriación de Borges

“Aguardo la muerte con esperanza, 

temo ser inmortal”

Jorge Luis Borges 

Jorge Luis Borges quería ser enterrado en el cementerio bonaerense de La Recoleta, no cabe duda de eso, quedó claro cuando declaró ante la prensa que quería descansar entre los suyos, a unos metros de Evita Perón, en el mismo recinto con los “Padres de la Patria”, y sus palabras: “No paso ante La Recoleta sin recordar que están sepultados ahí mi padre, mis abuelos y tatarabuelos, como yo lo estaré”. Sin titubeo, Borges es el más grande escritor en toda la basta cultura literaria argentina, lo que lo coloca como magnificencia y como tal, sus deseos son órdenes; su voluntad, ley.

 

En los años 60, Jorge Luis viaja a Suiza, país del que ya estaba maravillado, con el afán de vivir su vejez en la pacífica ciudad de Ginebra, y la intención de convertirse en un ciudadano suizo. Junto a María Kodama, con quien se casó meses antes de su defunción, Borges empieza un nuevo ciclo en su vida, en que la escritura se alejó de sus manos, pero aún oneroso con las nostalgias del corazón.

 

La disyuntiva sobre Borges empieza cuando el gobierno argentino actual, el de la monarquía Kirchner encabezado ahora por Cristina Fernández, busca la forma de repatriar el cuerpo del escritor. La lucha de dos bandos: el de los intrépidos y atinados que alegan sobre la voluntad de Borges de descansar en Buenos Aires; y el de los sosegados y libertarios, quienes piensan que “el poder simbólico está en la obra, no en el cuerpo de Borges”. Hasta este punto, muchos pensaban que repatriar era lo acertado, estaban siendo obedientes; pero de repente, su esposa expone que ella es la “única que puede decidir sobre Borges”, y que es verdad, Jorge Luis quería descansar en su panteón familiar, pero eso cambio con el tiempo, ¿sino por qué viajaría a Suiza a vivir sus últimos días? ¿por qué nacionalizarse suizo?.

 

Desde su muerte en 1986, el cadáver de Borges yace en Ginebra, como el de Vallejo en París, quién también deseaba morir en allí, y a partir de quién ya muchos intelectuales del círculo discuten su repatriación. A partir de esta lucha de creencias, ¿tenemos la potestad de hacer de nuestros símbolos lo que nosotros creamos? O tal vez ¿podemos ser capaces de desinteresarnos por nuestros héroes –llámase también a los literatos- que en su deseo de volver a su tierra natal les ganó la muerte? Pero Borges ya no tiene la fuerza, solo una pluma solitaria, un mausoleo vacío, una Suiza eterna y sus testimonios contradictorios: ¿Qué hacer? sus deseos, son  órdenes, Mi Aleph, déjenos saber cuáles son.

Por: Pedro Crespo

 

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