Martin Adán: diario de refugiado

Trabajo de investigación
Por: Pedro Crespo

Estos últimos meses, he andado sumergido en una polvoreda de archivos descomunales. Edificios siniestros construidos de papelería hongueada y amarillenta, pero cimentadas bajo la premisa de la Historia. Estos meses he indagado sobre la vida de Rafael de la Fuente Benavides (Martin Adán), un poeta limeño, barranquino, el más grande a mi parecer. Es cierto, tuvo una niñez complaciente; no lo duden, era una persona solitaria; sí, lo sé, tenía problemas con el alcohol. A sus 17 años, ya había concluido "La Casa de Cartón", texto que sólo fue escrito como un ejercicio gramatical en sus clases con su adorado profesor, Emilio Huidobro, en el Deutsche Shule. Este texto ha recorrido el mundo, y es indiscutiblemente una de las obras cumbres de las letras en castellano.
Aquí les dejo un extracto de mi investigación que aún no se deja concluir. Sucede en su primer internamiento en el manicomio Larco Herrera, el 8 de setiembre de 1937. Tambien, se hace referencia a la extraña influencia del psiquiatra Honorio Delgado, ambos personajes principales de esta historia, junto a algunos otros.

"En su primer informe de entrada, Rafael afirma que su angustioso gusto por el alcohol empezó aproximadamente a los 22 años, en 1930, edad a la que ya congeniaba con la popularidad de los círculos intelectuales de Lima. Un primer renglón resaltante de esta hoja amarillenta cubierta con tinta negra, califica a Rafael como un individuo normal. Al parecer, en el pabellón 12, el poeta pasaría por una pequeña exploración psíquica, que lo determinaría con esta luz esperanzadora en aquellos momentos. Una interesante observación digna de recalcar la haría Luis Vargas Durand, en la que añadiría que Rafael no creaba su condición con problemas personales, sino con códigos literarios. Permaneció en este pabellón tres días, desde el 8 hasta 10 de setiembre, ya que solo hasta ese momento se cubre su evolución. Empero, la siguiente nota determinaría su destino: “El paciente Rafael de la Fuente Benavides, pasa por orden del Sr. Director, al Pabellón N° 2”.
Por su parte, al otro lado del hospital, el Dr. Honorio andaría trabajando en su oficina, dentro del edificio corazón del hospital imponente como la Acrópolis, justo frente al portón principal, al final de un largo camino rodeado de verdes jardines limpios de inútiles hojarascas, y árboles serenos de tronco fecundo y altura protectora. Ahora, parado entre ellos, percibo que expulsan su perfume con timidez, como si los años hubieran sido malvados. Hoy en día, solo queda una brisa de su primaveral olor, restos que se enjuagan en el nebuloso smog de la Av. El Ejército para hacernos entender que el mundo ya no es el mismo. Honorio Delgado permanecía interno en su trabajo, que cabe recalcar fue bastante prolijo. Horas de vida dedicadas a la psiquiatría, a la importación de nuevos métodos, de nuevas fórmulas médicas. Basadre delataría su inmensa afinidad con la cultura alemana, cuestión que compartía con Rafael, por el manejo del idioma. Huesudo, alto y muy elegante, quedaría de él un gran estima entre los doctores de hoy en el Larco Herrera, que, aunque no pudieron conocer, rescatan su humanismo. Algunos otros hablan de su narcisismo, su forma elitista de ver al mundo. Dicen que él no tenía discípulos, sino vasallos; que no acogía gente, solo la aceptaba. Su Torre de Cristal se fundaría en el manicomio, un pedestal más arriba del mundo mundano, encabezando una institución que lo veneraba.
Poco después de despertarse, Rafael caminaría en rumbo al Pabellón N° 2 a través del hospital. Conocería sus espacios, su flora, su gente. Estoy seguro andaría observando cautelosamente para finalmente entender que el mundo al que había ingresado no era menos distinto del que abandonaba. La estupidez del mundo exterior se las arreglaría sin él. Solo, en ese momento, quedaría pendiente en su corazón la preocupación por su tía Tarsila y su madre. Ambas se habían quedado solas tras ver partir al hijo insatisfecho en busca de su propio destino; con el fin tácito de seguir sus estudios universitarios tranquilamente y de escribir una tesis histórica". (...)

2 puntos de vista:

Anónimo dijo...

Me parece genial que nos presentes a Martin Adan. Siempre crei que tenias razón con respecto a la jerarquia del conocimiento de los pensadores; porque ¿Como osamos conocer muy bien a personajes externos si aun no hacemos lo propio con los internos?

Me agradaría si ampliaras este escrito sobre Martin Adan ya que no se mucho de él.

Anónimo dijo...

Queremos más...