Por: Pedro
Una de las arterias más largas y de alto colesterol en Lima es la Avenida Javier Prado. Desde ella, miles de venas circundantes y algunas otras arterias menores alimentan a la ciudad de poco orden y estruendo, desde que sale el sol hasta que vuelve a salir. Con poca pero intencional sinuosidad, más bien imponente y transitada, la Javier Prado recorre más de siete distritos, desde Magdalena hasta La Molina, compartiendo con los incómodos – de molestos, sudorosos, inquietos, insatisfechos, discriminantes- navegantes más de dos horas de viaje. Un paréntesis para exceptuar a los motorizados, ellos ignoran la incomodidad del transporte público, entienden la incomodidad del sistema. Pero es que Lima es una inmensa ciudad, y como todas, se merece una gran vía.
Aunque no es posible una comparación sana con la anchura de la bonaerense Avenida de Mayo, o poniendose más exquisito, con la belleza y pomposidad de los verdes de los Champs Elysees, la Javier Prado cuenta con una belleza profunda, tan profunda que desconocida, es la belleza de su historia.
Sería una obligación hablar de quien fue Javier Prado, solo diré: un personaje de inicios del siglo XX, bastante querido por la Republica Aristocrática –definición basadrista-, razón suficiente para que tal avenida lleve su nombre. Y Jorge se calló. Él es taxista y transita por esta avenida a diario, por lo menos, seis veces al día. Y al parecer, es una de las pocas personas que tiene una brisa de idea del personaje, el Javier Prado de carne y hueso, no de brea y pintura. Enfrascados entre el smog y el suplicio, me cuenta un par de aventuras pasadas, que inician con el desayuno a la cama, y terminan con mucho morbo: una historia sobre una prima, una cama, un secreto.
Entre las calles, la Av. Javier Prado refugia miles de historias en horario corrido. Por la mañana, una secretaria enferma de tolerar el aguante del jefe en su separación con su encantadora mujer; por el mediodía, un sujeto que ingresa al baño para vomitar su almuerzo; por las tres de la tarde, una oficinista que aspira cocaína para despabilarse; por las seis, un recolector de plástico con un solo brazo que choca su bicicleta contra un niño payaso lloroso; por la noche, aquí hay mucho más que contar.
Las noches son de tacos rojos, lentejuelas esbeltas, pelucas desgreñadas, abrigos coquetos. Bajo la luna de Lima, la Javier Prado consuela tristezas ajenas de gente desesperada por ganarse la vida, pero también ambienta el morbo de una ciudad supeditada al estrés inmediato, al desequilibrio emocional. Se sabrá que aquellos tacos rojos no andan tintineando en la fiel diversión de una noche limeña, más bien son protagonistas del blue movie limeño, de aquellas drags que se promocionan ante la desvergüenza de curiosos, muñecas de trapo con saldo y esquina, con chaveta y presa.
Julissa, La Ney, Amanda, Mara, Juana: tantas selváticas, como limeñas y extranjeras. Una gran familia de trabajadoras sociales, que se confunden con las feminas, que trabajan unas cuadras más lejos, todas a un solo grito: Vamos a la javier prado, serenazgo!.
Todos, sin distinción alguna, nadamos en el Amazonas limeño, donde el anzuelo son los pecados; las corrientes, el transito; la vegetación, las oficinas y centros comerciales. Todos como peces de ciudad, algunos respetuosos y hacia donde la corriente mande; otros, rebeldes como el salmón, conviviendo con el suspenso, el smog, la Lima. Javier Prado es más que un nombre, más que un aristócrata, más que un burdel, más que brea y pintura, más que diversión, más que hora punta: Javier Prado es todo lo que la ciudad representa.
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3 puntos de vista:
si pues, javier prado representa mucha vida sudorosa...y mas en hora de trafico, cuando se vuelve insoportable.
Las horas de tráfico son un lugar estupendo para practicar la sobreestimada ataraxia.
jjaja...claro! un excelente lugar para acceder al placer individual...claro si es que eres un griego perdido en el tiempo
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