Sobre el techo del edificio de nichos que sombreaba el pasadizo de un vetusto cementerio salió El Jefe a gritar: ¡El quinto, no matar¡, ¡el quinto, no matar¡. El público anonadado entendía bien la angustia y justa razón de aquellas palabras, que más que dolor, implicaban justicia.
Eran las seis de la tarde, y aún no terminaban de llegar los varios ataúdes de los gloriosos guerreros. Lima, siempre tan caprichosa, coloreaba de gris el cielo que obliga angustias. Lágrimas se plasmaban como huellas en el suelo terrozo a cada paso de las cientos de personas que se congregaron aquella tarde en el cementerio Presbítero Maestro de Barrios Altos. De los llantos se escuchaban desesperados y silenciosos, melódicos y sordos; madres, hijos, esposas, padres sollozaban por la maldita devoción que robó a sus hijos. Días antes, el APRA había luchado contra las fuerzas represoras de los treinta, esas que gobernaban al Perú, y no soltaban la mamadera de resacas y deudas. Murieron muchos compañeros que no toleraron el fraude en las elecciones. Víctor Raúl Haya de la Torre debió de haber tomado el poder, porque las urnas así lo mandaban, pero le fue arrebatado; Sánchez Cerro era el presidente ahora. En esa de barbarie justiciera murieron más de mil personas, tanto en Trujillo como en Lima hasta en Chile. El gobierno de entonces ejecutaba sindicalistas, universitarios y militantes del partido; pero estos, no cedía. Y sobre el techo de nichos de aquel cementerio que cada vez oscurecía, Víctor Raúl apareció destrozado por aquellos que entregaron su vida por sus creencias, porque las creencias no están para colocarlas a flor de piel –como recitaba Gonzáles Prada- más bien para volverlas carne de nuestra carne, vida de nuestra vida, y eso hicieron, y así terminaron. Nadie fue obligado a luchar porque era el añorable tiempo en que las ideas valían más que la materia. La opresión humana ahorcaba con fusiles las libertades que nos regala el sereno, y es causa suficiente para luchar. Cuando parecía que el APRA era la única solución en el Perú así como solo Dios puede salvar nuestras almas, Víctor Raúl gritó: ¡el quinto, no matar¡.
Eran las seis de la tarde, y aún no terminaban de llegar los varios ataúdes de los gloriosos guerreros. Lima, siempre tan caprichosa, coloreaba de gris el cielo que obliga angustias. Lágrimas se plasmaban como huellas en el suelo terrozo a cada paso de las cientos de personas que se congregaron aquella tarde en el cementerio Presbítero Maestro de Barrios Altos. De los llantos se escuchaban desesperados y silenciosos, melódicos y sordos; madres, hijos, esposas, padres sollozaban por la maldita devoción que robó a sus hijos. Días antes, el APRA había luchado contra las fuerzas represoras de los treinta, esas que gobernaban al Perú, y no soltaban la mamadera de resacas y deudas. Murieron muchos compañeros que no toleraron el fraude en las elecciones. Víctor Raúl Haya de la Torre debió de haber tomado el poder, porque las urnas así lo mandaban, pero le fue arrebatado; Sánchez Cerro era el presidente ahora. En esa de barbarie justiciera murieron más de mil personas, tanto en Trujillo como en Lima hasta en Chile. El gobierno de entonces ejecutaba sindicalistas, universitarios y militantes del partido; pero estos, no cedía. Y sobre el techo de nichos de aquel cementerio que cada vez oscurecía, Víctor Raúl apareció destrozado por aquellos que entregaron su vida por sus creencias, porque las creencias no están para colocarlas a flor de piel –como recitaba Gonzáles Prada- más bien para volverlas carne de nuestra carne, vida de nuestra vida, y eso hicieron, y así terminaron. Nadie fue obligado a luchar porque era el añorable tiempo en que las ideas valían más que la materia. La opresión humana ahorcaba con fusiles las libertades que nos regala el sereno, y es causa suficiente para luchar. Cuando parecía que el APRA era la única solución en el Perú así como solo Dios puede salvar nuestras almas, Víctor Raúl gritó: ¡el quinto, no matar¡.
1 puntos de vista:
que genial, la verdad que no comparto mucho con el anti-imperialismo de Victor Raul, pero no puedo negar que el bufalo dialectico fue la persona que puso la pasión al peru revolucionario (claro junto con Mariategui). Buen texto Pedro
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