Memorias en luz de vela

Memoria personal de la efímera convivencia en familia
Por Pedro


Aunque muchas personas de mi generación no recuerden al detalle, sospecho que no se les hará imposible encontrar entre memorias empolvadas aquellas noches en que cosas extrañas sucedían en Lima: aquella oscuridad que parecía perpetua, aquel delirio sin electricidad en medio de una lucha armada que cada día se hacía más intensa.
Un día cualquiera era una noche sin luz. Una noche sin luz era una torre caída. Una torre caída era un avance del enemigo. El avance del enemigo era acercarnos más a una realidad indignante e incierta en medio de condiciones económicas deplorables y una sociedad en la debacle.
Fueron los primeros cinco años de mi vida los que conviví con aquellas características que cualquier sujeto de las nuevas generaciones no podría imaginar; y sin embargo, sucedieron no hace mucho, y sin embargo, no son nada comparadas a algunas otras que sucedieron a lo largo de la historia peruana. Aún no era conciente del dolor que sufrían las familias de la sierra por el exterminio de su gente, ni de los pobladores de los conos que emigraron en busca de una solución. Alguna vez escuché palabras para mi vacías como Presidente Gonzalo, Sendero Luminoso, hiperinflación y Mao, palabras que ahora cargan con otro peso y conllevan a un sensibilidad distinta para detener lo hondo de la tristeza cuando sé es conciente que los que sufrieron, fueron los tuyos. Entendía a esas largas colas en los supermercados como medios normales de distribución de mercadería y comprendía a mi país como un barrio simpático pero complicado. Imaginación de un niño que nació el mismo año que Alan García tomó el poder y que, paradójicamente, escribe estas líneas 23 años después con Alan García nuevamente en el trono.
Y mis primeros años sucumbieron con noches oscuras a la luz de las velas y con mucha sangre manchando la cordillera por un macabro ideal. Se apagó en mucha gente la luz de la esperanza y la fe por el país, pero se prendieron odios declamatorios contra un sistema obsoleto y despótico, hasta con nuestro propio sistema moderno y “altruista”. Pero yo escapaba de esa realidad porque, en aquella oscuridad intencionada, descubría nuevas formas de alimentar mi niñez, y la principal por la que vengo a escribir estas líneas emotivas es por la experiencia con mis padres y mi hermano.

Caía la noche de un día cualquiera, y sin mayor aviso las luces se escapaban de nuestro hogar como luciérnagas que no buscan ser capturadas. Los dormitorios se convertían en situaciones horrorosas y el silencio ponía sepulcral el hogar donde vivía. Estoy seguro que mis padres se observaban nerviosos los primeros días, sin saber como reaccionar, susurrando medidas para no ponernos nerviosos (ni a mi hermano ni a mí) pero poco a poco se fueron acostumbrando, así como nosotros también lo hicimos. Hasta suena extraño decir que era una alegría que los focos de luciérnagas nos abandonen en la noche porque era el momento en que debíamos iniciar las investigaciones, ellos nos la enseñaron una vez y teníamos que cumplirla como de lugar. Con Christopher buscábamos el arma escondida que nos salvaría de la hecatombe total, nos ahogábamos en el polvo de lo guardado, trepábamos cerros y peñascos, rampeábamos escondidos de los invasores. El arma suprema se encontraba preparada en algún rincón oscuro de la casa y las voces de un “Gran Hermano” nos guiaba en su encuentro con tres palabras claves: frío, tibio, caliente. Podían pasar extensos minutos sin rastro alguno del objeto, conceptualizando la búsqueda en una situación decidida, de vida o muerte. Ahuyentábamos los murciélagos de los closets, y apiedrábamos los arácnidos debajo de la alfombra, nos separábamos y nos observábamos delicadamente, esta búsqueda era ahora un duelo, solo el más arriesgado y ávido lograría ganar. El chicote fue encontrado, el silencio se torna un bullicio y las velas iluminan nuestro camino hacía el enemigo. La guerra había terminado, gozábamos el triunfo y, gracias a nuestro valor, el comunismo déspota había sido derrotado.
Bajo el nuevo sol de focos de luciérnagas que habían regresado a nuestro hogar, nos acostábamos con las sábanas hasta la frente. Mañana vendría una nuevo día, y con él una tarea más para acabar finalmente con el Presidente Gonzalo y con Sendero Luminoso, con la hiperinflación y, si era posible, con el propio Mao Tse Tung.

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